La casa se construyó hace 95 años y siempre vivió la misma familia hasta que mantenerla se tornó una tarea difícil; el nuevo comprador la está restaurando para dejarla como siempre fue
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En el barrio de Olivos, donde se encuentran algunas de las casonas más tradicionales de la ciudad, una vivienda testigo de innumerables recuerdos y generaciones que dejaron su huella en cada rincón encontró un nuevo dueño. Raúl Roa, de 67 años, se embarcó recientemente en una tarea casi épica cuando adquirió la propiedad con la intención de convertirla en su nueva casa de fin de semana y última morada.
Amante de las casas antiguas y residente de otra propiedad original de 1916 en Recoleta, siempre se sintió atraído por la majestuosidad de las construcciones históricas. Desde su juventud, solía disfrutar de paseos por el vecindario en su Citroën, y se maravillaba con las imponentes residencias de antaño mientras soñaba con la posibilidad de tener una propia. Cuando divisó el cartel de “Se vende” en esta particular casa de Olivos, supo que era la oportunidad que había estado esperando. Afortunadamente, la inmobiliaria que lo tenía a la venta, Salaya Romera, estaba buscando un comprador con el espíritu de Raúl que quisiera conservar el patrimonio histórico de la propiedad.
La tarea de convertir esta joya centenaria en un hogar adecuado para su familia no fue sencilla. Raúl se encontró con la necesidad de reconstruir los revestimientos, renovar todo el sistema de cloacas y cañerías, así como mejorar la instalación de gas. Sin embargo, su pasión por las casas antiguas y su visión de un patio andaluz con malvones lo impulsaron a enfrentar el desafío con entusiasmo. “Soy viudo y me apoyé mucho en mi actual pareja, Eugenia, durante todo el proceso. Esta casa es un reflejo de mi nueva vida”, asegura Raúl.
Sin embargo, la característica más llamativa que tiene esta casa es que perteneció por 95 años a la misma familia. Matías, uno de los hermanos y descendiente directo de los primeros propietarios, relata con nostalgia la historia de esta propiedad, construida en 1928 por su abuelo José María Noguer, un abogado español originario de Torrox, cercano a Málaga. Junto a su esposa, Estela Luchía Puig, una mujer argentina de San Isidro, trajeron desde España mayólicas y azulejos (aún presentes) para darle a su hogar un estilo colonial típico de Andalucía, convirtiéndose así en una de las primeras residencias del vecindario.
La vivienda incluso albergó a tres generaciones de la familia durante muchos años, creando una conexión especial con cada integrante. Matías recuerda cómo su madre, la menor de los cinco hijos del abuelo José María, se casó y decidió vivir en la misma casa para cuidar a sus padres. “Llegamos a vivir todos juntos; mis abuelos, mis padres, mis dos hermanos y yo”, relata el menor de los hermanos y agrega: “Mi mamá nació y murió en la misma casa”.
Momento de modernización
Además de los recuerdos entrañables, la casa también experimentó algunas modificaciones a lo largo del tiempo, como la construcción de una pileta en el jardín y la adaptación del garaje para funcionar como consultorio dental. Incluso sufrió una gran demolición cuando, luego de una tormenta, uno de los árboles del jardín cayó sobre la galería principal. “La reconstruimos con mucho esfuerzo y la dejamos exactamente como antes”, asegura Matías.
Sin embargo, luego de la muerte de la madre de Matías y a medida de que cada uno de los hermanos se casaban y emprendían sus propias aventuras, la casa comenzó a requerir una inversión considerable para su mantenimiento.
Aunque los herederos tomaron la difícil decisión de vender la propiedad que había sido el hogar de su familia durante casi un siglo, el destino de esta emblemática propiedad encontró una luz de esperanza cuando Raúl apareció en escena y mostró un profundo interés en preservarla y renovarla.
Y así se embarcó en un arduo proceso de restauración, centrándose especialmente en el techo, que está compuesto por tejas españolas y requiere atención regular debido a las vibraciones causadas por los trenes que pasan cerca. Además, tuvo la dedicación de restaurar uno de los adornos esféricos que se había caído del techo exterior de la propiedad hace varios años, y hasta el momento funcionaba como una particular decoración en el jardín.
Raúl también decidió agregar un aljibe en el jardín con un propósito meramente estético, simulando la presencia de uno que alguna vez existió en la propiedad. Esta atención al detalle y su compromiso con la preservación de la esencia histórica de la casa son algunas muestras de amor y pasión que Raúl invirtió en su proyecto de renovación.
La difícil tarea de soltar
“Fue un alivio encontrar a alguien que apreciara la historia y el valor de la casa al igual que nosotros. Seguimos en contacto con Raúl y nos va compartiendo sus planes y visiones para el lugar”, cuenta Matías. De todas formas, la transición no fue fácil. Al explorar cada rincón de la casa antes de la venta, descubrieron tesoros familiares en el ático, como fotografías, discos de pasta y revistas de la década de 1950. “Muchos de los muebles, de estilo español y de grandes dimensiones, permanecen en la casa porque fueron vendidos a Raúl, lo que es una suerte, porque difícilmente pegarían con el estilo de otra vivienda y él necesitaba equiparla”, se ríe Matías.
Aunque despedirse de la casa llena de historia fue emocionalmente desafiante, Matías asegura que el hecho de que Raúl esté comprometido en restaurar y cuidar de ella ayudó mucho. “Nos envía fotos para mostrar el progreso de las renovaciones, lo que facilitó el proceso de desprendimiento para todos. Saber que la casa está en buenas manos, cuando alguien podría haberla comprado para demolerla, brinda un sentimiento de alivio”, asegura Matías.
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