Se estima que entre 2 y 2,5 millones de argentinos de entre 25 y 34 años todavía vive con sus padres o abuelos; qué políticas se deberían llevar adelante para revertir la situación
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Para las nuevas generaciones, el sueño de la casa propia no solo se transformó en un objetivo cada vez más inalcanzable. También se alejó la posibilidad de alcanzar la independencia económica. En un escenario donde los salarios pierden mes a mes frente a la inflación y ante un mercado inmobiliario que lentamente busca recomponer la oferta perdida en los últimos años, se estima que el 40% de los argentinos que tiene entre 25 y 34 años todavía vive con sus padres.
Esta realidad afecta entre 2 y 2,5 millones de jóvenes, según estimaciones del economista y especialista en el mercado inmobiliario Federico González Rouco, tomando como referencia los últimos datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el Indec. Aunque se trata de un fenómeno que se observa en otros puntos del mundo, la estadística argentina duplica al de países como Alemania, Países Bajos o Francia.
“La vivienda es un problema global, porque los millennials y centennials quieren vivir en los centros urbanos y eso dispara el precio de las propiedades en general. Pero que un 40% de jóvenes no pueda emanciparse es mucho, incluso al compararlo con casi cualquier país al que uno se iría a vivir. Si uno nació en los años 80 o 90, no tuvo mucho tiempo para ahorrar: hubo crisis emergentes, crisis globales, recesión, hiperinflación, devaluación, ahora presión sobre el mercado de alquileres. Casi toda su vida vivieron un estancamiento o caída económica y llegan a los 35 años, que es la edad donde uno planifica comprar una primera vivienda, donde se quieren mudar y muchos no pueden”, afirma el economista.
Ingresos que no alcanzan
Algunos datos para enmarcar la situación. De acuerdo con las Canastas de Consumo que elabora la Dirección General de Estadística y Censos porteña, la línea de pobreza para un adulto varón de 25 años (económicamente activo y propietario de la vivienda) fue de $231.632 en febrero. La línea de indigencia, que mide los ingresos mínimos necesarios para acceder a una canasta básica alimentaria, fue de $132.050 para esa misma persona.
Sin embargo, estas cifras contemplan que el joven es propietario de la vivienda donde vive, una realidad que tiene un porcentaje pequeño de esa población. El alquiler de un monoambiente de 40 metros cuadrados se consiguió en marzo a un valor promedio de $365.546 en la ciudad de Buenos Aires, de acuerdo con el índice que elabora mensualmente Zonaprop. Es decir, entre el pago del alquiler y una canasta básica alimentaria, ese joven de 25 años necesitó de al menos $597.178 para no ser pobre.
Esta cifra contrasta con los salarios que cobran. De acuerdos con un relevamiento de Adecco, al cual accedió LA NACION, un pasante recibe de máximo un ingreso de $260.000. La cifra asciende entre $455.000 y $585.000 para aquellas personas que forman parte del Programa de Jóvenes Profesionales, además de obtener otros beneficios extra. Si se releva cuánto ganan aquellos trabajadores que tienen su primer empleo, pueden aspirar a un máximo de $650.000 mensuales para el puesto de analista junior.
“Este grupo de potenciales empleados alcanzan, como máximo, un sueldo hoy de $780.000 dependiendo, industria, convenio y tamaño de la empresa”, agregaron desde la compañía de recursos humanos. En otras palabras: quienes mejor cobran en este segmento etario, una vez que pagan la comida, el alquiler, servicios y otros gastos básicos, tienen un “extra” de $182.822 para el resto del mes.
“Uno de los datos importantes a destacar es que los años de educación de un joven cada vez es menor en la Argentina. Esta tendencia, que lleva un par de años, implica que este grupo etario esté recibiendo un menor salario relativo. Asimismo, otro de los factores que incide mayormente en los jóvenes es la informalidad. En la década de los 2000, luego de la crisis y con el crecimiento del país, hubo una fuerte caída de ese fenómeno hasta que la economía entró en un estancamiento y eso implicó que cada vez fuese más difícil conseguir empleo con derechos laborales que son fundamentales para independizarse. Por último, un factor más global que perjudica a todos por igual, es la inestabilidad macroeconómica en la que todos los argentinos nos vemos envueltos hace más de 10 años”, enumera Lucio Garay Méndez, analista de la EcoGo.
En ese sentido, el economista apunta a la creciente inflación, la continua distorsión y corrección de los precios relativos (como del dólar oficial, las tarifas y los servicios públicos), la vulnerabilidad ante shocks externos y la caída en la demanda local que fueron acompañados por una caída continua del sistema crediticio del país, un factor clave para lograr la independencia.
Actualmente, los préstamos del sector privado representan apenas el 4% del PBI, mientras que en el resto de la región u otros países en desarrollo esa cifra supera el 10% del producto, según resalta Garay Méndez. Incluso, para encontrar una solución a esta problemática, desde algunos bancos públicos lanzaron créditos dirigidos a pagar los gastos de mudanza. En cambio, los préstamos hipotecarios son prácticamente inexistentes.
¿Un problema de la ciudad?
Aunque los alquileres de la Ciudad de Buenos Aires presentan los valores más altos de la Argentina, es el punto del país con menor tasa de no emancipados, con un 18%. En cambio, según el estudio que realizó González Rouco en su libro El sueño de la casa propia, en el norte argentino estas cifras se disparan: en Santiago del Estero, el 58,2% de los argentinos de entre 25 y 34 años no pudo independizarse, seguido por Jujuy (57%), Tucumán (53,5%), Salta (51%) y Catamarca (50,8%).
“Una explicación es que la tasa de emancipación se correlaciona muy bien con el ingreso promedio de una ciudad o una provincia. También, que en los lugares que son centros urbanos, donde hay educación y un mercado laboral mucho más profundo, es probable que muchos más jóvenes estén viviendo allá; y eso reduce el porcentaje de no emancipados”, considera el experto.
Para que esta problemática pueda revertirse en los próximos años, González Rouco considera que deberían mejorar los salarios, aunque agrega que será un proceso que llevará tiempo. Además, agregó que las ciudades tendrán que pensar en una lógica de planificación urbana, para que se defina y se promueva el tipo de construcción que se necesita en ese determinado lugar para generar más oferta que se adapte a la población. Y si la situación social mejora, y se lleva adelante una estrategia política y macroeconómica que se sostenga en el tiempo, se podrá volver a plantear la llegada del crédito hipotecario.
“Una de las condiciones necesarias para que esta situación se revierta es que haya estabilidad macroeconómica, que la inflación se reduzca y que la demanda de pesos vuelva a crecer. Llevará años, pero es inevitable si se quiere reconstruir el crédito en el país. La inversión en educación y las políticas destinadas a reducir la informalidad laboral también son fundamentales para que los menores de 35 años puedan acceder a empleos de calidad con mejores ingresos para que crezca la posibilidad de acceder a una vivienda propia”, coincide Gray Méndez.
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