Lo que se suponía iba a ser un lujoso desarrollo urbano para extranjeros adinerados en Turquía, se convirtió en un tétrico pueblo fantasma a medio terminar
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Los castillos suelen evocar lujo, tamaño o poder. Son incontables los casos de sitios europeos en los que se aprovecha el legado de estas viejas estructuras para potenciar el turismo local, convirtiéndolos para usos disímiles como museos u hoteles boutique. Hay algo en la extravagancia y opulencia de los castillos que los hace completamente atemporales, que los convierte en objetos de deseo y brindan una connotación de tranquilidad a pesar de lo que suele ser un pasado plagado de conflictos y violencia.
Es esa evocación opulenta la que llevó a los hermanos Mehmet y Mezher Yerdelen, dos desarrolladores inmobiliarios turcos, a construir un pueblo en expansión, apodado Burj Al Babas, con 732 mini-castillos cerca del Mar Negro.
En su momento, tenía sentido: Turquía era una de las estrellas de los mercados internacionales, una economía emergente de más de 80 millones de habitantes, pegada a Europa y bajo el liderazgo del todavía moderado Recep Tayyip Erdogan. Destino ideal para atraer inversores inmobiliarios en busca de oportunidades y turistas anhelando nuevos destinos en los bosques y las playas del Mar Negro.
El Sarot Group, dirigido por los hermanos Yerdelen y su socio Bülent Yılmaz, eligió con cuidado el lugar para su nuevo “reino”: la ciudad balneario romana de Mudurnu, conocida y apreciada por sus fuentes termales e imponente cuenca de aguas curativas. Cada villa contaría con calefacción con losa radiante y jacuzzis en todos los niveles, reforzando aún más la idea de lujo, apuntando especialmente a las abultadas fortunas de Medio Oriente, a unas pocas horas de avión. Una suntuosa “puerta de entrada” a Europa.
Pero llegó la tormenta. Recesión, golpe de Estado fallido y caos institucional, incremento de los ataques terroristas y un presidente, Erdogan, cada vez más hostil con Occidente. El sueño turco perdió brillo, y la pandemia ofuscó por completo cualquier ola de turistas. Los desarrolladores se vieron obligados a declararse en bancarrota.
Después, los inversores y compradores sacaron unos US$200 millones del proyecto, lo que no ayudó a las esperanzas de recuperación de Sarot Group. El antiguo valle romano, salpicado de aguas termales y mansiones pensadas para los petrodólares se convirtió en un pueblo tétrico, a medio terminar y regado con estructuras abandonadas y materiales de construcción descartados.
Desde lejos, la carpeta de techos grises parece sacado de una película de Disney. Sin embargo, a medida que se va acercando, Burj Al Babas destila una inquietante sensación postapocalíptica, con hileras de castillos parcialmente terminados, paisajes irregulares y nulas señales de vida. El pueblo vacío es escalofriante, como si fuera una ciudad resplandeciente devastada por la guerra.
Son más de 700 castillos de varios pisos, de los cuales, a 2019, se habían vendido menos de la mitad. La arquitectura y ornamentación es de inspiración gótica, e incluye arcos, bóvedas y puentes. Los castillos casi idénticos se alinean uno al lado del otro por callecitas cuidadosamente trazadas, pensadas para estar cubiertas de árboles y una parquización exquisita. Casi ninguno de los jardines llegó a la fase de paisajismo del proyecto, lo que le da al proyecto su fría sensación de posguerra.
Ubicado en un enorme valle en la base de las montañas del noroeste de Turquía, en invierno Burj Al Babas se cubre con una capa de nieve blanca tomando una apariencia de cuento de hadas. Hoy, no es más que un sueño frustrado.
LA NACIONTemas
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