El mercado inmobiliario y los polos comerciales avanzan en distintas zonas y algunos especialistas advierten sobre los riesgos
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Los cambios de los barrios, al igual que tantos otros temas, despiertan distintas posturas e interrogantes donde la cuestión que se plantea de fondo es hacia dónde está yendo la ciudad. Uno de los principales debates gira en torno a los riesgos de la gentrificación, un término adaptado del inglés con el que se alude al proceso en el cual la población original de un sector, generalmente céntrico y popular, es desplazada progresivamente por otra de un nivel adquisitivo mayor, debido al aumento de proyectos inmobiliarios que provoca una suba del costo habitacional en esas zonas.
“El ejemplo más claro es el de Palermo Soho, un barrio donde vivía gente mayor y era fácil y barato alquilar y comprar una casa para transformarla en un comercio. El lugar se volvió más masivo y se llenó de marcas mientras fue perdiendo población”, cuenta a LA NACION Fabio Márquez, licenciado en Diseño del Paisaje especializado en espacios verdes, gestión pública y biodiversidad urbana. Explica que a eso se hace referencia cuando se habla de “la palermización de los barrios”: “Se usa peyorativamente para referirse al avance de esa imagen sobre Colegiales, Chacarita, Villa Crespo y otras zonas. Es ese mismo modelo que va viendo oportunidades de reciclar espacios a bajo precio para generar una nueva modalidad de actividades gastronómicas”, señala.
Aunque para muchas personas ese tipo de transformación puede tener un aspecto positivo, hay una postura crítica que señala que el cambio “termina destruyendo la identidad propia de cada barrio para generar algo homogéneo”, según explica Márquez. “Se lo critica porque es un modelo muy generalista, simula ser algo que no es y es medio banal porque suele durar poco, ya que son comercios con mucha rotación. Así, la ciudad va creciendo en edificios de altura y actividades comerciales que no son las consumidas por la propia gente del barrio y empiezan a llegar personas de todos lados”, indica.
El mercado inmobiliario
Para Márquez, el mercado inmobiliario cumple un papel clave al hablar sobre el cambio de los barrios. “Es el que induce tendencias a partir de ciertas situaciones que pueden ser incipientes. Los distintos cambios del código de edificación hicieron que, en barrios de cierta densidad y construcciones bajas, pasaran a construirse edificaciones en altura y se generó una plusvalía inmobiliaria potencial al aumentar la cantidad de m² sustituyendo casas”, plantea.
Los desarrolladores, por su parte, anclan su visión y señalan que hay un factor importante en la transformación de las zonas: se trata del aumento de precios de algunos barrios, que dispara la demanda en otros con valores más accesibles, lo que representa una oportunidad para llevar a cabo nuevos proyectos e impulsar el crecimiento de otros lugares. En este sentido, todos ellos destacan algo: las transformaciones serían imposibles si solo estuvieran motorizadas por el mercado. En todos los casos, es necesario que haya una fuerte presencia estatal que se involucre en el proceso e invierta para mejorar la accesibilidad y generar espacio público de calidad.
El debate sobre la gentrificación
Es un tema para el que existen tantas interpretaciones como personas. El secretario de Desarrollo Urbano porteño, Álvaro García Resta, afirma que no ve un riesgo de gentrificación en la transformación actual de los barrios porteños. “La Ciudad es tan grande que todavía cuando derrama, derrama hacia el barrio de al lado, no desplaza hacia el resto del distrito. Es tan poco densa que la gente puede seguir viviendo en su lugar y hay oferta”, explica. “La gentrificación se dio en Manhattan por ejemplo, donde llegaron los condominios al costo y la gente no tuvo otra opción que irse porque cambió la identidad del barrio. Acá, por más de que Parque Patricios se mixture de usos, la identidad continúa. Eso es propio de Buenos Aires: los barrios tienen un poder mucho más fuerte que la gentrificación”, asegura.
La foto de las ciudades no es estática. El arquitecto Emiliano Espasandin lo define así: “Son obras incompletas, siempre se transforman”. Al hablar sobre Buenos Aires, se le ocurren varios adjetivos, pero selecciona cuidadosamente las palabras. “Su principal cualidad es que es versátil y asimila rápidamente los cambios, porque tiene una sociedad muy atenta”, dice.
Al hablar sobre gentrificación, tiene “una posición pragmática”. Considera que es “inevitable” que algunos sectores que son atractivos en términos de calidad urbana, espacio público y densidad empiecen a “verse con buenos ojos” para desarrollar nuevos proyectos. “Es lo que pasa inevitablemente. No es lógico que en una manzana vivan 40 familias, lo más lógico en un centro urbano es que vivan 120, aunque desde el punto de vista romántico, me encantaría que la transformación ocurra respetando el espíritu del lugar, que no haya torres de escala y estética distinta del barrio”, aclara. En ese sentido, sostiene que el foco debería estar puesto en ese aspecto y que el Gobierno debería velar para que esas transformaciones se den en armonía con la esencia de la zona.
Márquez sí ve riesgos en los cambios que hoy se producen en los barrios porteños y cuestiona: “Las gentrificaciones no solo son injustas, son efímeras y banales. Cuando pasan su cuarto de hora, lo que queda son áreas degradadas”. Además, sostiene que el modelo de la creación de distintos distritos “no ayuda a que la Ciudad sea más heterogénea” y afirma que son intentos muy difíciles de llevar a la práctica.
Con las diversas transformaciones, ¿los barrios pierden su identidad o generan una nueva y distinta que incluye a la interior? Para Márquez, los procesos son lentos, por lo que hoy “se nota más lo que se pierde, porque tenía mucho tiempo y lo nuevo parece ser un híbrido en el que no se llega a detectar la singularidad del barrio”. En esa línea, cita al antropólogo francés Marc Augé, quien plantea el concepto de “los no lugares”: “Si un espacio no permite que la gente se relacione, si no suceden historias que le dan significación a ese espacio y por eso después no se genera identidad, eso es un no lugar. Augé dice que las ciudades actuales son una colección de no lugares: parecen lugares pero son lugares de paso”, reflexiona. “Las improntas mercantilistas se llevan puestas a las ciudades. Las identidades se construyen con el tiempo y cuando se fracturan, no hay forma de restaurarlas”, advierte.
Mientras tanto, la ciudad seguirá transformándose. Espasandin plantea que la pregunta principal que debe ponerse sobre la mesa es cuál es la consolidación de la misma que los ciudadanos que la habitan quieren y cómo se puede controlar que los cambios vayan en ese sentido. En la misma línea, Márquez asegura que debería haber un debate social abierto al respecto. “Hay que revisar el marco normativo para que la ciudad sea rica y diversa en espacios y también en cuanto a las personas que la habitan”, sentencia. La discusión está abierta y la foto porteña apenas está revelándose.