Las ventas y los alquileres en esta exquisita localidad de Long Island, cerca de Nueva York, mantienen el crecimiento que se dio al principio de la pandemia
- 11 minutos de lectura'
Lo que ya era un mercado inmobiliario de alto vuelo sigue planeando en altura. Más de un año después de que comenzara la pandemia de Covid-19, la demanda de viviendas sigue siendo sólida en los adinerados Hamptons, impulsada por una oleada de urbanitas que llegan para instalarse.
Buscando menos densidad y más espacio, muchos neoyorquinos adquirieron alquileres relativamente razonables, fuera de temporada, en los pueblos frente al mar y las aldeas prolijas en el East End de Long Island. A medida que avanzaba la pandemia, muchos decidieron comprar una casa en lugar de gastar hasta un par de cientos de miles de dólares en un alquiler de verano. Habilitados por las bajas tasas de interés y el trabajo remoto, algunos matricularon a sus hijos en escuelas públicas y privadas locales y ayudaron a transformar la acaudalada escapada de fin de semana y verano en una comunidad para todo el año.
"Nuestras ciudades tienen movimiento toda la semana y todo el fin de semana. No pareciera que eso vaya a terminar pronto."
Todd Bougard, gerente regional de Douglas Elliman Hamptons
En el primer trimestre de este año, las ventas de viviendas aumentaron un 48% en comparación con el año pasado, según un informe de la empresa de tasación Miller Samuel para la firma local Douglas Elliman Real Estate. El precio promedio de venta subió un 31% a US$1,3 millones. Mientras tanto, la oferta disponible cayó más del 40%. Las guerras de ofertas, con propiedades que se negocian por encima del precio de cotización, ocurrieron en casi una cuarta parte de las ventas.
“Los Hamptons rápidamente se rebautizaron como un mercado co-primario en lugar de un mercado de segundas residencias de lujo”, dijo Jonathan Miller, presidente y director ejecutivo de Miller Samuel. “Después de que la pandemia esté bajo control o gestionada, prevalecerá el home office. Eso es un cambio estructural. Hemos demostrado durante la pandemia que funciona. Permite a las personas trabajar en otros lugares”.
Como resultado, los viajes diarios al trabajo pueden ser más largos, pero probablemente no serán tan frecuentes. “La atadura entre el trabajo y el hogar se hizo más larga”, dijo Miller. “Es un reinicio fascinante de la forma en que vivimos entre el hogar y el trabajo”.
La actividad récord de ventas en los Hamptons “se debe a la alta demanda y al muy bajo inventario”, dijo Philip O’Connell, director ejecutivo de Hamptons para Brown Harris Stevens. “Los compradores desean más espacio tanto en el interior como en el exterior a medida que persisten la educación y el trabajo remotos”.
Una combinación de trabajo remoto y presencial permitirá a los compradores “utilizar sus casas en Hamptons sustancialmente más que en tiempos prepandémicos”, dijo O’Connell. Los compradores recientes son casi en su totalidad del área metropolitana y otras partes del país. “A medida que se abren los viajes, esperamos que un pequeño porcentaje de compradores extranjeros vuelva a ingresar a este al mercado inmobiliario de este destino”, dijo.
Impulso en la venta de casas
El cambio a un mercado co-primario también está ocurriendo en otras zonas suburbanas como North Fork y Connecticut, dijo Miller. Otras localidades, como Palm Beach (Florida) y Aspen (Colorado) también disfrutaron de un gran empujón en las ventas, impulsadas por ejecutivos que a menudo tienen varias casas y solo necesitan estar en la oficina una vez al mes.
En los Hamptons, las ventas de viviendas a un precio de entre US$1 millón y US$5 millones casi se duplicaron. Mientras que el inventario de la lista para el segmento de lujo, el 10% más alto de todas las ventas, aumentó drásticamente en contraste con el resto del mercado. El perdedor en este mercado emergente fue la vivienda económica.
“Para aquellos que ya estaban luchando por encontrar algo asequible, solo se ha vuelto más difícil”, dijo Jay Schneiderman, el supervisor de Southampton Town, contando a los maestros y enfermeras entre los que quedan condenados a un viaje más largo para ir a trabajar a los Hamptons. “Toda la fuerza laboral queda expulsada por los altos precios”.
Dawn Watson, agente del Enzo Morabito Team en Douglas Elliman, estuvo de acuerdo. “Es más difícil que nunca para la ‘gente común’ competir por viviendas primarias, entre tantas ofertas en efectivo, guerras de licitaciones, etc.”, dijo Watson. “Si algo en el extremo inferior del mercado es bueno y tiene un precio correcto, te lo sacan de las manos, a veces en cuestión de horas”.
Recientemente se recibieron más de una docena de ofertas en la primera jornada de visitas para una casa de tres habitaciones en East Quogue, que cotiza en US$749,000. “Debido al gran volumen de interés, hicimos una oferta sellada para las mejores y finales ofertas y entró en contrato muy rápidamente a partir de entonces”, ejemplificó Watson, que cerró la oferta en marzo por US$900,000.
Las casas que hace dos años costaban entre US$600,000 y US$700,000 ahora cuestan US$1 millón, dijo Jennifer Wilson, agente de Saunders Real Estate. Cuando una nueva cotización de US$1 millón llega al mercado, Wilson aconseja a los compradores que ofrezcan efectivo. “A lo mejor pueden obtener financiamiento, pero no me la jugaría a eso”, dijo. “No me la jugaria a nada”.
La afluencia de compradores adinerados que han adquirido casas en el rango de US$1 millón “está cambiando el aspecto del área”, agregó Watson, que enumeró una profusión de demoliciones, renovaciones totales y un mayor interés en la compra de terrenos.
Es momento de arreglar
Por el lado positivo, los ingresos de un impuesto del 2% sobre las ventas de viviendas de US$250,000 o más aumentaron un 40% con respecto al año pasado, dijo Schneiderman. Los fondos se utilizan para comprar tierras no desarrolladas para mantenerlas sin construir, comprando los derechos de desarrollo para que los agricultores puedan seguir cultivando. “Ha tenido mucho éxito en términos de preservar nuestro carácter rural”, dijo.
El “rayo de luz” para los propietarios de viviendas más modestas que quieran cobrar y obtener su ganancia inesperada en otra parte, dijo Watson, es que es “el momento de vender”.
De abril a junio del año pasado, Greg D’Angelo, un constructor, arrendó su propiedad de alquiler, una pequeña casa con piscina en un lote del tamaño mínimo en Sag Harbor, por cerca de US$80,000 a una familia que escapaba de la ciudad. “Ese fue nuestro último hurra”, dijo D’Angelo. En enero, preocupado por la moratoria de desalojos que se implementó por el coronavirus pudiera imposibilitar el desalojo de los inquilinos u ocupantes ilegales, vendió la casa por US$1,5 millones. “Fue el mercado lo que nos impulsó a venderlo”, dijo. “La verdad que hice un dineral”.
Aunque el mercado generalmente se desacelera antes del Día de Acción de Gracias, en noviembre, y se recupera en febrero, este año “pasamos las vacaciones cerrando tratos”, dijo Gary DePersia, corredor asociado de Corcoran. “Gran parte del inventario, mucho del cual había estado en el mercado durante años, se ha agotado”.
En Shelter Island, una casa estilo gambrel de más de 900 metros cuadrados con muelle de 30 metros incluido, cerró por US$9.1 millones el mes pasado, después de haber estado en el mercado durante dos o tres años. “Una marea alta levanta todos los barcos”, dijo DePersia.
Historias reales
Cuando comenzó la pandemia, el inventario llave en mano se vendió rápidamente, dijo Joseph De Sane, gerente de Bespoke Real Estate. “Luego, la gente se fue mudando a propiedades que necesitaban renovación. Cuando eso fue absorbido por el mercado, pasó a comprar terrenos o derribar propiedades. Veremos un mercado de la construcción ajetreado en los próximos años”.
El año pasado, mientras pasaban la cuarentena en su casa de verano de 220 metros cuadrados en East Hampton, Brooke Wall, de 57 años, y Jason Cannon, de 45, comenzaron a buscar agrandarse. Si esta pareja neoyorquina se iba a instalar y “comprometerse con los Hamptons”, dijo Wall, querían asegurarse de tener una propiedad que “realmente amaban”, una casa que conservarían durante mucho tiempo, conveniente para que Cannon fuera a pescar con mosca y hacer surf.
“Es un mercado complicado porque hay muchas casas construidas en diferentes períodos de tiempo y la gente te cuenta los horrores de la renovación”, dijo Wall. Cuando pasaban por el pueblito de Amagansett, notaron un cartel de una inmobiliaria y llamaron a la agente, Martha Gundersen de Douglas Elliman.
“Resultó que era principalmente terreno, con una pequeña cabaña en la propiedad”, dijo Wall. La podrían usar como casa de huéspedes. Compraron la propiedad de 11 hectáreas en agosto, planeando construir algo que puedan usar tanto en verano como en invierno. “Tal vez sea ambicioso, pero pensamos que puede ser más inteligente comenzar de cero que heredar algo que tendrías que refaccionar”, dijo Wall.
Cuando llegó el coronavirus el año pasado, Robert y Jessica Zecher se marcharon del West Village, en Nueva York, a su casa en East Hampton. En septiembre, matricularon a su hija, Addison, de 4 años, en un preescolar local. Siete de sus 13 compañeros de clase en la Country School también procedían de la ciudad. La mayoría de sus familias planean quedarse en el este el próximo año pero sólo una familia vendió su propiedad en Manhattan, contó Zecher.
Proyectos ambiciosos
En el paseo marítimo de Sag Harbor, el desarrollador Jay Bialsky derribó una mansión destartalada para construir tres condominios de casas adosadas, cada uno con una superficie de 560 m² a 860 m², con dos embarcaderos para yates cada uno. La casa adosada más grande, con una fachada de ladrillos, una pileta en el techo y un respaldo de vidrio contemporáneo, es para su familia; los demás figuran en Bespoke por US$24,9 millones cada uno, aunque uno está a punto de firmar un contrato. “Es una vida urbana en el centro de Sag Harbor”, dijo.
Los desarrolladores anteriores no obtuvieron la aprobación para proyectos más densos en la propiedad frente al mar, pero los planes de Bialsky fueron aprobados en parte porque usó fachadas de ladrillo en la calle para que coincidieran con la arquitectura tradicional en Sag Harbor y también acordó vender una porción del terreno a la ciudad para un parque público.
Como parte de su proyecto en cinco lotes contiguos, Bialsky demolió dos edificios vacíos frente al mar y vendió las parcelas por US$10.5 millones al Fondo de Preservación de la Comunidad, que a su vez creó el parque John Steinbeck Waterfront. Además de la revitalización del área y el Bay Street Theatre, durante los últimos 30 años ubicado en las cercanías de Long Wharf, posteriormente compró el edificio frente al parque para su nuevo hogar, sujeto a las aprobaciones de la junta vecinal.
"La gente está conectada emocional y financieramente aquí y ahora, y eso no va a cambiar. Tener esa válvula de escape de Manhattan no creo que cambie."
Jay Bialsky, desarrollador
Después de entregar dos casas premium el verano pasado, a principios de este año salió de compras en 13 “zonas súper prime” en East Hampton Village y Amagansett, aumentando su presupuesto general de US$2 millones a US$30 millones.
Compró un edificio comercial con ocho departamentos más cuatro propiedades residenciales, incluida una casa de 280 metros cuadrados por US$5.75 millones, que planea derribar para construir una casa más grande y de mayor categoría.
“La singularidad de la ubicación nunca cambia”, dijo, planeando construir casas especiales con “un estándar de casas personalizadas” en lotes de entre una y dos hectáreas. Las pondrá a la venta entre US$8.5 y US$19 millones en menos de un año.
“Los macro eventos como el 11 de septiembre y la crisis financiera mundial expulsaron a la gente de Manhattan y se trasladaron a los Hamptons”, dijo. “Estamos convencidos de que la base de compras ha cambiado debido a la pandemia. Hay una gran cantidad de familias como la mía que ahora llaman hogar a los Hamptons “.
“La industria de la construcción ha explotado y hay un frenesí”, dijo Pam Glazer, arquitecta de Southampton. “Mi teléfono suena desde marzo pasado sin parar. Dado que cada casa se convirtió en un refugio pandémico, la gente está agregando todo lo que te imagines a sus hogares, como jacuzzis, camas elásticas y cocinas al aire libre con hornos para pizza. “, incluida una sala de recitales en una casa en Shinnecock Hills para un cliente que es concertista de piano, dijo Glazer.
Sin embargo, vivir todo el año en los Hamptons también ha planteado algunos problemas de infraestructura. Ray Harden, propietario de Ben Krupinski Builder, dijo que más gente significa más desperdicio y tensión en los sistemas sépticos. Sin alcantarillado público, aquellos que construyen o renuevan más del 50% de su hogar deben instalar un nuevo sistema séptico bajo en nitrógeno, lo que cuesta alrededor de US$24,000 para una casa de tres habitaciones, en comparación con US$9,000 para un sistema séptico tradicional, dijo Harden. El condado de Suffolk aprobó una ley, en otoño pasado, que requiere la actualización de los sistemas.
También, desde que empezó la pandemia, ha recibido “más llamadas sobre levantar una casa y poner un sótano debajo para que puedan poner un gimnasio o una oficina. No me había pasado en 20 años”
Después de todo, todos necesitan más espacio y confort.