Por la pandemia, el teletrabajo y el bajo costo de construcción en dólares, este año hubo una nueva ola de vecinos de la Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires que ya se mudaron o planean vivir próximamente en barrios cerrados. Se trata mayormente de familias jóvenes con hijos chicos en busca de verde, colegios y una buena conexión a Internet, ya que estiman que en la nueva normalidad seguirán trabajando desde sus casas, por lo menos algunos días de la semana.
“Entre esta ola y las anteriores vemos algunas similitudes y algunas diferencias”, afirma Horacio Benvenuto, gerente general de la inmobiliaria Izrastzoff. La primera diferencia sería que, mientras que en los ’90 las familias tenían casas en countries o barrios cerrados como segunda vivienda en las que luego se asentaron, quienes se mudan ahora vienen de departamentos que ponen a la venta para construirse la casa.
En cuanto al perfil de los propietarios, es parecido al de entonces, pero con menos poder adquisitivo. “Son segmentos de poder adquisitivo más bajo dentro de lo que es un barrio cerrado. Estamos hablando de que compran terrenos de hasta US$60.000 para hacerse una casa de 150 metros cuadrados por una inversión total de entre US$120.000 y US$170.000. Es un target de entre 30 a 45 años, que tienen por lo menos un hijo y quieren criarlo en un ambiente distinto, abierto, más verde”, agrega.
También hay casos de familias con más hijos y mayor poder adquisitivo que compran lotes de entre US$50.000 y US$150.000 para tener una propiedad de entre US$200.000 y US$300.000 de inversión total. Siempre se busca que las expensas no superen los $25.000 y las opciones que más se movieron son el Nuevo Escobar, Villanueva, los barrios más nuevos de Nordelta o el camino Bancalari, y los barrios no tan consolidados de Pilar. “Hace años Bancalari podía parecer el fin del mundo para vivir y ya no lo es. Hoy también va cambiando la percepción sobre Escobar. Se va corriendo el horizonte”, explica.
De fin de semana a vivienda permanente
Flavia Santillán, directora de marketing de Haras del Sur, opina que también cambió la tipología de casa que se construye, de diseños para pasar el fin de semana a residencias permanentes, y el público: hoy tienen más presencia las familias jóvenes que aquellas con hijos grandes.
“Las casas de fin de semana tienen un diseño distinto. Por ejemplo, se hacen más dormitorios para que duerman más chicos y ahora las casas que más se piden son para vivienda permanente con mejores terminaciones, doble vidrio, vestidor, etc. Los proyectos cambiaron. Para mí el foco es que cambió el cliente y eso habla de que hubo una transformación en la necesidad, por ejemplo, buscan instalarse aprovechando que desde 2017 tenemos colegio”, detalla.
Por su parte, José Iribarren, director comercial de Eidico, considera que quienes invirtieron en barrios cerrados en la década del ’90 eran conocidos de desarrolladores que se arriesgaron a invertir en algo que no existía, mientras que hoy “la audacia no está”.
“Los que compran hoy lotes son personas que no podían realizar la inversión por precio o lejanía al trabajo pero que se dieron cuenta que, incluso si vuelven a lo presencial, no necesitan ir a la oficina todos los días sino dos o tres veces por semana. Hubo un cambio de hábitos que impulsó decisiones”, afirma.
En este sentido, Martin Blanco, vecino de Haras del Sol, sostiene que con la pandemia llegaron al barrio las aplicaciones de delivery y servicios que antes no lo hacían y que facilitan mucho el vivir en un barrio cerrado. “Es exponencial la cantidad de gente consultando para alquilar por la temporada y/o comprar en el barrio. Son familias jóvenes con hijos chicos que pueden trabajar a distancia y preguntan por el servicio de Internet. Nosotros tenemos Internet por fibra que llega hasta 300 megas simétricos de subida y bajada. Yo trabajo desde siempre a distancia”, relata.
Por último, Diego Moresco, director ejecutivo de Nordelta SA, también se refiere a la necesidad de contar con Internet, entre otros servicios claves para la vida cotidiana actual. “Los nuevos habitantes son personas que quieren cambiar de vida: buscan más aire y verde, pero sin sacrificar la oferta de servicios. Quieren más espacios abiertos, pero a la vez una gran disponibilidad de colegios (dentro de Nordelta hay cinco), de centros de salud (tenemos ya un sanatorio y hay otro en construcción), centro comercial, restaurantes, espacios deportivos, etc. Y una robusta red de servicios. Por ejemplo, una necesidad de estos tiempos es la conectividad y en Nordelta la fibra óptica llega a cada casa con oferta de 100 megas de ancho de banda”, afirma.
Y justamente esta oferta de servicios hoy es el principal diferencial frente a quienes se fueron a vivir allí hace 20 años cuando la mayoría de los barrios eran viviendas unifamiliares con muy poca oferta de servicios. “Quien llegaba en aquel momento aceptaba la realidad de vivir en un lugar y trabajar en otro, el tener que viajar todos los días a Capital viviendo en una casa en las afueras”, define Moresco.
También hay casos de barrios nuevos en los que el perfil de vecino es tan definido que no se manifestaron cambios notorios en los últimos meses, como es el caso de Puertos en Escobar: “Al ser un proyecto más reciente, no hay un cambio en la gente que llega allí. En Puertos siempre hubo una constante: gente interesada en una ciudad más vinculada con la naturaleza, el deporte y la cultura. Si bien no ha cambiado el perfil de vecino, sí han aumentado las consultas y las transacciones por compra de casas y terrenos. Esa mayor cantidad de habitantes genera más demanda y oferta de nuevos servicios”, concluye Moresco.
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