En el marco del programa de microcréditos de la Fundación Vivienda Digna, profesionales de la arquitectura trabajan como voluntarios para mejorar la calidad de vida de miles de familias
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La disciplina arquitectónica es, sin dudas, social. Por eso, quienes se dedican a ella con vocación de servicio pueden hacer la diferencia. Desde la Fundación Vivienda Digna más de veinticinco arquitectos trabajan con familias que necesitan mejoras urgentes en sus hogares. “El programa de microcréditos surgió hace 27 años porque notamos que existe un déficit cualitativo enorme en las viviendas. Muchas familias tienen casas pero con problemáticas graves que repercuten en su salud. A veces se encuentran con el piso roto y tienen situaciones de discapacidad en la familia, por ejemplo. El programa apunta a familias que no pueden acceder a un crédito bancario para encarar estas cuestiones”, cuenta Fernando Collado, director de este programa, que funciona mediante una garantía solidaria entre vecinos que se unen para resolver las problemáticas de sus hogares saliendo cada uno de garante de los demás.
Además del crédito, la fundación contacta a las familias con arquitectos voluntarios que escuchan sus necesidades y deseos y plasman en croquis y planos la mejor manera de llevarlos a cabo. La arquitecta Daniela Maturano, miembro del programa, cuenta que se acercó porque sentía que a través de su profesión podía aportar soluciones. “Hay personas que necesitan resolver problemas constructivos o necesidades funcionales como ampliaciones o reestructuraciones de usos. Desde nuestro rol como arquitectos tenemos una visión más abarcativa del espacio y podemos ayudar a optimizar recursos materiales, espaciales y humanos usando al máximo nuestra creatividad. Eso marca una diferencia” explica, a la vez que señala la importancia de contar con un hogar en condiciones como un punto fundamental para el desarrollo de las personas.
Al hablar de cómo la marcó su trabajo como voluntria, Daniela cuenta que este año acompañó a una familia de Boulogne que había perdido su casa en un incendio. La arquitecta trabajó con mucho entusiasmo para ayudarlos a armar un nuevo proyecto de hogar en las mejores condiciones. El componente emotivo estuvo presente en la iniciativa del hijo mayor de la familia, que tuvo la idea de pedir ayuda a los pocos seguidores de su cuenta de Tik tok. La historia se volvió viral y la familia recibió la donación de materiales para la obra. “Esta experiencia ha sido de mucho crecimiento personal para mí. Ese crecimiento es maravilloso hacerlo tejiendo redes de solidaridad con los demás, y contribuyendo a mejorar la sociedad”, concluye la arquitecta.
Experiencias que enriquecen
El arquitecto Miguel Florio es otro de los que se sumaron al voluntariado. Desde el 2007 acompaña a familias en la reestructuración de sus hogares, y hace seis años que forma parte del consejo directivo de la fundación. Señala que su interés en trabajar de manera voluntaria surgió de observar la repetición de ciclos de crisis en el país, lo que lo motivó a aportar sus saberes a quienes menos tienen. “En el voluntariado en general uno siempre recibe más de lo que da. El contacto con la gente y vivir la evolución de la vivienda de una familia a lo largo de los años es inolvidable. Es muy estimulante ver cómo la gente puede progresar cuando tiene apoyo y le pone esfuerzo propio, que es determinante en este tipo de situaciones”, comenta y destaca que el asesoramiento de un arquitecto es crucial para aumentar la eficiencia en los recursos y un mejor impacto en la mejora de la vivienda.
De acuerdo a su experiencia, Florio señala que el tipo de problemáticas que se resuelven a través de este programa tienen que ver con instalaciones eléctricas o sanitarias defectuosas, que muchas veces implican un riesgo para los habitantes. Las aislaciones hidrófugas o térmicas también están entre las cuestiones a resolver, así como el hacinamiento. En general, señala, se trata de viviendas con espacio insuficiente para todos los ocupantes. Allí los arquitectos ponen en juego su creatividad y conocimientos para lograr ambientes óptimos y ampliaciones con la menor cantidad de recursos posible.
Fernando Collado suma información y apunta que el 76% de quienes se acercan a pedir microcréditos son mujeres y en general manifiestan que quieren mejorar la cuestión habitacional por temas de salud de sus hijos. “El voluntariado tiene un doble fin: la ayuda concreta que aporta ese voluntario y la decisión de ese arquitecto que pone el cuerpo, la mente y el corazón. Es una invitación a transformarse desde la propia experiencia. A la vez que se transforma una vivienda, el profesional se transforma también en el proceso”, destaca con orgullo Collado.
Actualmente, afirma, la edad promedio de los arquitectos voluntarios es de treinta años aproximadamente y se acercan también estudiantes de los últimos años, lo que muestra que los jóvenes llegan cada vez más comprometidos. Señala, por último, que el programa está abriendo la experiencia a otros profesionales de la construcción como ingenieros o maestros mayores de obra, para que ayuden también al cálculo de materiales para que la inversión sea lo más ajustada posible. Se trata de aportar calidad a la vivienda, una tarea que está en la base de la formación de cualquier arquitecto.
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