Está ubicado en Mataderos y consiste en apenas un puñado de manzanas entre la Avenida General Paz y las calles Emilio Castro y Alberdi; sus propiedades van desde chalets ochentosos hasta mansiones de estos días
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Como casi todos los barrios de trabajadores, Mataderos tiene reservada una pequeña urbanización de élite que tiene casi 100 años. Se llama Barrio Naón y su trazado consiste en un puñado de manzanas rectangulares ubicadas entre las avenidas General Paz, Emilio Castro y Alberdi.
Caracterizado por sus pequeños chalets pintoresquistas del primer peronismo, sus triplex de la época menemista y su fastuosas casas ochentosas que parecen salidas de una película de Alberto Olmedo y Jorge Porcel, el metro cuadrado del Barrio Naón figura entre los más cotizados de la Ciudad de Buenos Aires.
Como barrio de frontera, límite entre la ciudad y “el campo” de aquellos años de antaño, Mataderos –así llamado porque allí se mataban a los animales para su faena–, fue el núcleo de la industria cárnica poblado de empresas frigoríficas y de trabajadores. A principios de siglo se lo conocía como la Nueva Chicago por emular a la industriosa ciudad estadounidense, y si bien fue una urbanización eminentemente proletaria, un sector de sus márgenes fue reservado para la élite dirigente.
Por sus accesos estratégicos, sus pasajes de película y sus amplias calles, desde los años ‘30 este mini barrio fue el aspiracional de todo emprendedor de la industria impulsado por el progreso. “El que juntaba unos manguitos se mudaba al Barrio Naón”, cuenta a LA NACIÓN uno de aquellos empresarios de la carne, quizá el más famoso: Alberto Samid.
Del “arroyo de la sangre” al “apóstol de Nueva Chicago”
La urbanización que se fundó en abril de 1896 no se llamó en un principio Mataderos y solo se la conocía por el color del curso de agua que la atravesaba. Por teñirse de rojo con la sangre de los animales matados, al arroyo Cildañez lo llamaron el “arroyo de la sangre”.
El barrio alcanzó su auge en 1930, cuando se inauguró el frigorífico Lisandro de la Torre y miles de familias de trabajadores fueron estableciéndose en sus alrededores.
Fue en esa época cuando se trazó el Barrio Naón, lejos del centro industrioso y en tierras que habían pertenecido a la familia de origen genovés Naón, como un homenaje al sacerdote Luis Naón o “el apóstol de Nueva Chicago”, quien murió trágicamente al caerse de lo alto del campanario de la iglesia San Vicente de Paul, el 15 de abril de 1922, una día antes de la inauguración.
El genovés Luis Naón, tío del sacerdote muerto, que se llamaba en realidad “Navone”, había integrado el regimiento de Quinteros en la lucha contra los invasores ingleses de 1806 y 1807. Se dice que fue este mismo Naón quien abrió la primera pulpería en el cruce del Camino Real y Camino del Polvorín (hoy Rivadavia y Emilio Mitre), que más tarde se conoció como la pulpería del Caballito, regenteada por otro genovés, Nicola Vila, cuya veleta con forma de equino instalada en el techo le habría dado el nombre al barrio del centro geográfico porteño. Pero esa es otra historia.
“Algunos años después (de la muerte del cura párroco) se construyó muy cerca un barrio y aquí es donde los historiadores se dividen: unos dicen que fue en honor al sacerdote y otros en homenaje a su tío dueño de las tierras donde se construyó”, puede leerse en el sitio de las Iglesias de Buenos Aires.
Barrio Naón, un ángel en el cielo y precios por las nubes
Pasajes angostos, calles amplias, casas bajas y vistas amplias son el principal atractivo del Barrio Naón, históricamente conocido como “el barrio de los empresarios de la carne”, cuyo apogeo, dicen los que saben, se dio en los años ochenta. Una recorrida por sus calles confirma el postulado: sus grandes caserones son de aquella época.
Pero también conviven pequeños chalets pintoresquistas de estilo californiano (techo a dos aguas, tejas españolas, paredes blancas y aberturas de madera) como los inaugurados durante el primer peronismo. La manzana que mejor lo representa es la ubicada entre las calles Fragata Cefiro, Pizarro, Molina y Ulrico Schmidl. Estas viviendas parecen autos de colección de los años ‘50.
Tal vez parecido al mini barrio de River en Núñez, o al Juan Perón en Saavedra, las propiedades cotizan en alza dentro del mercado inmobiliario porteño, de acuerdo con un relevamiento de este cronista.
Un dúplex de 95 metros cuadrados, tres dormitorios y veinte años de antigüedad se vende por 315.000 dólares. Las casas acarician el medio millón de dólares y algunas lo superan ampliamente. Un departamento de 83 metros cuadrados, de tres ambientes con garaje y balcón aterrazado a estrenar se vende por 275.000 dólares. Un terreno de 10 x 35 metros con una casa vieja a demoler se vendió por 340.000 dólares. Pero también hay oportunidades para los menos exigentes, como algunos PHs de dos ambientes por 180.000 dólares (aunque se pueden regatear por 150 mil, confiesa un martillero).
Un viaje en el tiempo
Recorrer el barrio Naón es como viajar en el tiempo por las diferentes épocas de la historia y los estilos arquitectónicos de Buenos Aires. Por algunas cuadras se ven hileras de casas californianas una al lado de la otra, perfectamente mantenidas y decoradas.
Cruzando una calle, aparecen viejos PHs a reciclar, propios de la inmigración europea de posguerra, listos para recibir inversores. Más adelante, los típicos dúplex y tríplex construidos en los años noventa sobre viejas edificaciones demolidas. Enfrente, algunas casas muy nuevas, grandes pero sobrias, muchas de ellas ocupando dos viejos lotes, con pileta y aires de barrio cerrado.
Pero definitivamente todas las miradas se las llevan los grandes caserones construidos durante los años ochenta, con estilos muy personales y algunas excentricidades dignas de la época, ideales como para filmar una serie sobre la vida de Olmedo y Porcel.
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