Ya es un hecho: el acuerdo con el Fondo Monetario partió al Frente de Todos
En el oficialismo cohabitan, aun, dos grandes grupos; los que avalan el pacto con el Fondo para mantener a flote el Gobierno; y los que presagian que habrá más complicaciones económicas
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“No tenemos más conejos en la galera. Se acabaron los conejos”. La frase fue pronunciada por uno de los más encumbrados dirigentes del Frente de Todos, la coalición de gobierno, en los días previos a la votación de la Cámara de Diputados que cristalizó la ruptura política del oficialismo en dos grandes grupos: los que avalan el acuerdo con el FMI como una forma de mantener a flote la administración de Alberto Fernández; y los que desde el kirchnerismo y sus adyacencias auguran más complicaciones económicas a causa del pacto con el organismo.
El faltante de conejos en la galera política del Frente de Todos se debe a un hecho que en la Casa Rosada y en un ala del Congreso –la que maneja Cristina Kirchner- tardaron bastante en metabolizar: “Perdimos las elecciones y somos minoría”, sentenció el dirigente consultado por LA NACION. La cuenta es simple: la oposición tiene 136 diputados (entre Juntos por el Cambio y otros bloques) y el oficialismo solamente 118. Así se explica la repentina estrategia de Sergio Massa de negociar con JxC, sin cuyos votos hubiera sido imposible sancionar el proyecto.
La anuencia de la principal coalición opositora –no sin sus propios chispazos internos por cierto- posibilitó incluso que el camporismo kirchnerista jugara a diferenciarse del ajuste que, según advierten desde ese sector del oficialismo en coincidencia con la izquierda trotskista, sobrevendrá cuando comiencen las auditorías trimestrales de la burocracia técnica del Fondo Monetario, con la cual ya no habrá chance alguna de negociar. “Con ellos se cumplen las metas o se las incumple; no hay más vueltas”, definió con crudeza dialéctica un diputado del FdT.
El apuntado por este tipo de cuestionamientos no es otro que Martín Guzmán. Así lo blanqueó en forma explícita el documento difundido por La Cámpora justo después de la votación en la Cámara baja. En 15 páginas, advierte que desde 2019 el Gobierno encaró una “estrategia equivocada” hacia el FMI, que atribuyó sin medias tintas al “Gabinete económico y el grupo negociador encabezado por el ministro de Economía”. Traducción: el kirchnerismo piensa que Guzmán traspasó sin permiso la línea que separa la función técnica de la práctica política.
Massa también pudo haber pensado en esa sintonía, porque no quedó prácticamente ni una coma del proyecto original que Guzmán envió a la Cámara de Diputados. Ahora el ministro de Economía tendrá que ir al Senado para la segunda ronda del debate parlamentario. Allí tendrá que escuchar voces como la de Oscar Parrilli, titular del Instituto Patria y mano derecha de Cristina Kirchner, que le enrostrarán su desacuerdo con el pacto con el FMI. En términos políticos, Guzmán quedó notificado de que tiene un techo de cristal dentro del oficialismo.
El tamaño de la ruptura
La dimensión de la disidencia kirchnerista quedó cuantificada en la votación de la Cámara baja: de los 118 diputados que integran el bloque del FdT, 77 votaron a favor del proyecto y 28 lo rechazaron, entre ellos el propio Máximo Kirchner, en tanto que otros 13 se abstuvieron. Esto es, más del 30 por ciento de la bancada le bajó el pulgar al acuerdo con el FMI. ¿Se alcanzó el punto de no retorno y ya hay una ruptura oficial? En el gobierno afirman que no, pero habría que recordar que el Frepaso nació de un grupo de solo 8 diputados en la década del ´90.
La reconfiguración interna ya empezó: el presidente Fernández invitó a su viaje a Chile, donde ayer participó de la asunción de Gabriel Boric, a dos diputados que en algún momento estuvieron más cercanos al kirchnerismo, pero que ahora se ponen el sayo albertista. Se trata de Leonardo Grosso, que reporta al Movimiento Evita; y de Carolina Gaillard, que tiene sintonía fina con el gobernador entrerriano Gustavo Bordet. Ergo, los movimientos sociales oficialistas y los mandatarios provinciales jugarán la partida –en su mayoría- del lado del Presidente.
Claro que el propio Fernández suele bajar línea contra la calificación de “albertistas” que acuñan varios de sus ministros y secretarios más importantes. “No soy albertista ni lo quiero ser; quienes se encuadran en esa posición niegan a Cristina Fernández de Kirchner y su significación en el Frente de Todos”, avisó un diputado que tiene diálogo fluido con el Presidente y también con la Vice. Aunque ese espíritu político parece cada vez más solitario dentro del oficialismo: la mayor parte de la dirigencia peronista está cavando trincheras.
Los “albertistas” aguardan el reconocimiento del propio Fernández: “Estamos armando tropa. La idea es ir punteando para arrancar después de que se sancione (el acuerdo con el FMI) en el Senado”, deslizó un funcionario que transita por varios despachos del Gabinete nacional. Pero de inmediato formuló una pregunta, inquietante para este sector: “¿Se la jugará Alberto o arrugará como la otra vez?”. La respuesta la tiene el propio mandatario, pero en principio queda claro que la ruptura estaba latente desde aquella renuncia de “Wado” de Pedro.
El ministro del Interior es justamente uno de los dirigentes que inició una carrera hacia algún destino aún no prefijado en 2023. El propio Fernández sostuvo días atrás, junto al intendente “caza traidores” Mario Ishii, que está transitando su “primer mandato”. Massa también está en esa grilla: no pasó inadvertida su alianza centrista con el radical Gerardo Morales y dijo que la sanción del acuerdo con el FMI fue posibilitada porque en Diputados hubo un comportamiento de “hombres de Estado”. Aunque la próxima jugada la tendrá una mujer, en el Senado.
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