¿Y si fuera Chile el que zanjara la grieta?: de un problema a una oportunidad
La expansión de la plataforma continental que hizo el gobierno de Piñera contradice años de negociación de buena fe y amerita una mirada común de toda la dirigencia argentina
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Al parecer, la expresión –con la acepción corriente en Argentina– fue acuñada por un showman, y denota una fractura sistémica respecto de la organización política. Con rasgos semejantes, pueden rastrearse “grietas” de manera diacrónica hasta Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, y de manera sincrónica desde protestas sobre la cuarentena a la vacuna contra el Covid-19.
Siempre pensé que esa caracterización de un tema tan complejo era una simplificación que ayudaba mucho más a agitar las lenguas que a agilizar las neuronas, sin acercarnos a soluciones medulares.
El problema de los antagonismos argentinos y sus inacabables misas de cuerpo presente no es resumible en una expresión; sí desencadena un atropellado grupo de reacciones que se ordenan en razón de dos bandos. ¿Populismo versus república? ¿Ciudad versus campo?
Todas las antinomias tienen su utilidad, pero no para la descripción sino para la pasión. Si lo que se busca es reclutar clientes para la fila, no hay nada mejor que lo sencillo de entender, aunque sea falso.
No es productivo internarnos en la espesura de las razones del Poder Ejecutivo chileno para hacer lo que hizo. Hay algunos datos y demasiadas maniobras de distracción como para que el análisis sea serio. Pero sí lo es exhibir hechos, derecho y prueba. Para responder a una pregunta: ¿quién tiene la razón?
Años de negociación
La ley nacional 27.557 (4/08/20), votada por unanimidad en ambas Cámaras del Congreso Nacional, demarcó la Plataforma Continental más allá de las 200 millas marinas sobre la base de las recomendaciones hechas por la Comisión de Límites de la Plataforma Continental (CLPC), creada al amparo de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Convemar), ante una presentación realizada por Argentina en 2009, y que permitió fijar con carácter obligatorio y definitivo nuestro límite exterior.
Esta presentación monumental recogía muchos años de trabajo a lo largo de muchos gobiernos. Cuando en 2009 se formuló la petición, Chile apreció “la complejidad y el valioso esfuerzo” del trabajo, explicitó su interés por “avanzar en la cooperación en esta materia”, hizo reservas respecto del territorio antártico (receptadas por la Comisión, que no analizó esa zona, y también por la ley 27.557), y señaló literalmente que “los mapas incluidos en el resumen ejecutivo” no reflejaban en forma precisa el límite existente entre ambos países, y, por consiguiente, “dicho trazado” no era oponible a Chile. Eso es lo que el Poder Ejecutivo chileno llama “reclamar desde el primer momento”.
Veamos. Esto sucedió en el 2009; el decreto del Poder Ejecutivo chileno es de 2021, once años después. La plataforma extendida no refería a “límites existentes”, ya que el tratado de Paz y Amistad de 1984 culmina en el punto F, y la Plataforma Continental argentina va desde allí hacia el oriente y el sur. Chile pudo especificar las “imprecisiones” que mencionó a lo largo de una década larga y no lo hizo. La manera de oponerse debió tramitarse a través de la Comisión, como procedió –por ejemplo− el Reino Unido. Por lo tanto, hay una consistente posición chilena de silencio y acompañamiento, que se transforma en reconocimiento tácito, lo que en Derecho Internacional se denomina “aquiescencia”. En otras palabras, “el que no protesta, pierde”.
Apuntando hacia el sur, pero disparándose en los pies, funcionarios chilenos hablan de “prolongación unilateral” del punto final del límite marítimo convenido entre ambas partes (el Punto F). Esas palabras inexactas tendrán consecuencias. El principio general del Derecho Internacional es la convicción de estar actuando de buena fe.
También se menciona una nota del año 2016, que tengo ante mí, como “protesta”. Este texto es aún menos pretencioso que el de 2009: solo refiere a los derechos de soberanía chilenos en la Antártica (sic) y a la Plataforma continental antártica. Por lo tanto, dado que la ley 27.557 no hace mención a ello, usarla como escudo es omisivo y elusivo.
Luego de la aprobación de la CLPC, Chile solicitó –entre los años 2016 y 2017– tres reuniones de trabajo que tuvieron lugar en el Palacio San Martín, a fin de recibir por parte de la Argentina asistencia y cooperación sobre el proceso técnico y jurídico. Tanto fue así que en la “Declaración VIII Reunión Binacional de Ministros de Argentina y de Chile” (16/12/16) se dedicó un párrafo al agradecimiento de Chile por el compromiso de Argentina en poner a disposición la experiencia obtenida en el transcurso de la presentación.
Existe en este bello y generoso país, donde conocí una de las formas huidizas de la felicidad, un raleado grupo que ha vertido cantidades navegables de tinta, denunciando a diversos cancilleres locales por su inacción. Ahora, celebra. Claro: en el ínterin la Argentina cumplió; cumplió con el Tratado bilateral, con los Tratados Multilaterales, con las recomendaciones recibidas y con su pueblo; recorrió pacientemente todas las etapas. El Ejecutivo chileno juzgó que un decreto no sería lo mismo, pero le dio igual.
Ahora, intenta meter por la ventana a un nuevo actor: la Autoridad de Fondos Marinos (ISA), que “está solicitando a los Estados que determinen los límites exteriores de su plataforma continental, ya que muchos todavía no lo han hecho”. Los argentinos pensábamos que de lo que hablábamos desde 2009 era de eso mismo. También son palabras que tendrán consecuencias, porque lo que digo y fundamento es que se trata de un derecho adquirido para Argentina. Para Chile, como lo ha explicado el profesor Raúl Vinuesa, es una “innovación”, no una política de Estado como afirma sin fundamento algún funcionariado chileno.
Por lo tanto, no es cierto que: “… en forma unilateral, cada uno de nuestros países ha fijado y comunicado a la Covemar la demarcación de nuestras respectivas plataformas continentales”. La Argentina lo hizo bilateral y multilateralmente; Chile unilateralmente, por un decreto del Poder Ejecutivo y un chaparrón de saliva.
Yo encuentro que esta es una magnífica oportunidad para dejar atrás “la grieta” y sus siete enanitos. Hemos hecho las cosas como había que hacerlas; es la hora de los especialistas. Todos merecemos sentirnos orgullosos, tranquilos y seguros. Confiados y unidos. La declaración acordada por unanimidad en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado es un excelente ejemplo de que, cuando se trata del interés nacional, esta mirada común es posible.
¿Para qué pensar igual, aunque ligeramente distinto, del que está del otro lado de “la grieta”, y que −por ese solo hecho− está equivocado?
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El autor es embajador argentino en Chile
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