¿Y si convertimos al Boeing iraní en avión presidencial?
El vuelo de los supuestos espías abre otro capítulo en la larga y enigmática vinculación de los Kirchner con la aeronavegación
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No sé qué están esperando: ya es hora de renovar la iconografía kirchnerista. Basta de caritas de Néstor y de Cristina, basta de la K, basta de símbolos alguna vez icónicos que el implacable paso del tiempo ha ido degradando. Es notorio que las cosas no están bien en el unicornio hotelero y se requiere un refresh de la marca. Propongo que la nueva señal identificatoria sea una simpática silueta: la silueta de un avión.
Obvio que la idea me vino a la cabeza después del episodio del Boeing 747 que aterrizó en Ezeiza trayendo autopartes y una tripulación venezolana-iraní. Lo que más debe haber llamado la atención de las autoridades aeroportuarias es que venían casi más tripulantes que autopartes: ¡19 tipos! En los vuelos de carga, con menos de la mitad alcanza y sobra. Salvo, por supuesto, que algunos de esos 19 sean también autopartes, o partes de algo que desconocemos.
Hace unas semanas, el Boeing estuvo en Ciudad del Este, en la triple frontera de Paraguay, Brasil y la Argentina, altar del contrabando y del crimen, y largamente sospechado de ser un enclave de terroristas de la Yihad islámica. En este caso, nada que ver: venezolanos e iraníes bajaron a comprar cigarrillos baratos.
Pero lo del enigmático Boeing no es sino un capítulo más en la larga e íntima vinculación de los Kirchner con los aviones. Vínculo estrecho, lleno de coloridas anécdotas, de simpáticas aventuras, de admirable complementariedad entre la máquina y el hombre; bueno, el hombre y la mujer, su mujer. Increíble parábola del destino: cuentan que, de chica, Cristina veía pasar vuelos por el cielo de Tolosa y suspiraba: “Mi sueño es algún día poder subirme a uno”. Terminaría mimetizándose con ellos, y ellos con ella, una simbiosis funcional pero también de extraordinaria proyección política. Cris nunca contó chistes de gallegos, o de borrachos, o de Jaimito; en realidad, nunca contó chistes, por su relación más bien distante con la risa. Pero los únicos que recuerda son de aviones.
En el sentido estricto, los Kirchner les pusieron alas a sus sueños. La distancia dejó de ser un impedimento para esta familia que había tenido que pasar tantos años pagando tickets aéreos
Viviendo en los confines del sur y con pretensiones de pisar fuerte en la política argentina, para el joven matrimonio siempre fue, como es lógico, el medio de transporte por excelencia. En el sentido estricto, les pusieron alas a sus sueños. Ya presidentes, descubrir que tenían una flota a su entera disposición modificó sus agendas, sus planes de fin de semana, sus costumbres: ¿por qué esperar ansiosamente el vuelo diario de Aerolíneas Argentinas con los diarios de Buenos Aires si se los podían hacer llevar en el Tango 01 bien tempranito? Diarios, bombones de marca, floreros y muebles para los hoteles… tuvieron el privilegio de volar en primera clase y ser recibidos al pie de la pista por autos con chofer que los entregaban en mano a los patrones.
Incluso Maximo y Florencia pudieron usar la flota para ir a fiestas de amigos en otras provincias. La distancia dejó de ser un impedimento para esa austera familia que había tenido que estar tantos años pagando tickets aéreos.
Nadie fue tan audaz como Cristina. La historia es conocida, por haber sido contada ya en La Nacion y en el libro Cristinamente. Un día, siendo presidenta, iba en uno de los Tango a El Calafate y pidió volver porque se había olvidado algo en Olivos. El piloto se negó porque las normas indican que no se puede regresar, salvo una emergencia, cuando ya se ha superado la mitad del trayecto. Por supuesto, se impuso ella. En Aeroparque entregaron el paquetito por el que habían vuelto: el necessaire de la señora.
Malos compañeros de viaje, no supieron guardar el secreto.
¿Otros vuelos célebres? A la cabeza está el que, una noche de agosto de 2007, trajo a Buenos Aires al venezolano Antonini Wilson y una valija con 800.000 dólares destinados por el régimen de Chávez a la campaña presidencial de Cristina. No es que Chávez fuera un agarrado que tiraba migajas: muchas otras valijas, no decomisadas, habrán llegado a destino.
Agreguemos a la lista la escala –no prevista en el plan de vuelo original– a la que obligó Cristina volviendo de un viaje oficial a Vietnam: fueron 13 horas y media para recargar combustible en las islas Seichelles (Africa), un verdadero paraíso; también fiscal.
Ahora nos llega este Boeing con una afiatada trayectoria haciendo delivery de armas y tropas de una organización terrorista iraní. No hay que pensar mal: al Tango 01, en desuso desde hace tiempo, le puede haber llegado, por fin, un buen reemplazo.
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