X, la red con la que “gobierna” Milei, llega a menos del 20% de la población
Se estima que hay 8,5 millones de argentinos en X, pero los que se mantienen activos podrían ser menos de la mitad; luego de muchas malas decisiones, el ágora global terminó convirtiéndose en una barricada de smartphone
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Números fríos de la demografía de Twitter (X, desde julio de 2023) en la Argentina: tiene, según los datos que le provee a sus potenciales anunciantes, casi 8,5 millones de usuarios, lo que equivale al 18,5% de la población. Por comparación, Facebook tiene 29 millones de usuarios aquí, o un 64% de la población. Instagram es la estrella del momento. Unos 28 millones de argentinos la usan, pero crece más rápido que Facebook y es particularmente popular entre las pymes y los emprendimientos personales; cosa lógica, porque es un entorno mucho menos tóxico y más previsible que la red de los trinos y los trolls. Digámoslo así: el dueño de Instagram (Mark Zuckerberg) al menos no anda insultando obscenamente a sus anunciantes, como hizo Elon Musk en noviembre. Dato no menor: Messi, que no tiene Twitter, solo usa Instagram, donde tiene 505 millones de seguidores. El papa Francisco, el argentino con más seguidores en Twitter, tiene 18 millones de followers.
Dejando de lado WhatsApp, que es políticamente significativo pero no califica como red social, las otras dos plataformas muy populares en la Argentina son YouTube (31 millones) y la china TikTok (21 millones). En total, Twitter es la red social menos usada en nuestro país, incluso por debajo de Pinterest, que nunca llegó a despegar en ninguna parte.
En el promedio mundial, muchos más hombres que mujeres usan Twitter, en una relación de más o menos 30 a 70 por ciento, y la mayoría (un 40%) tienen entre 25 y 34 años. Previsible: en el gran mapa, son también las franjas de edades que más usan Internet. Un dato sorprendente: Japón es el país donde Twitter es más popular, sólo superada por Line.
En el mundo, Twitter está entre el puesto 12 y el 15 del ranking de las redes sociales, según la fuente que se consulte. Teóricamente (los brokers de publicidad y las agencias de marketing digital se quejan de las anomalías en los datos de la compañía), tiene más de 370 millones de usuarios activos en el nivel global.
Elon Musk, que compró Twitter en octubre de 2022, dice que son 600 millones de usuarios. Incluso así, y aunque nadie cree en estos números, es muy poco, comparado con los más de 3000 millones de Facebook, los 2500 millones de YouTube o los 2000 millones de Instagram. Incluso TikTok ya superó los 1500 millones de suscriptos, y es la que crece con más rapidez. Grosso modo, Twitter llega a menos del 5% de los habitantes de este planeta. Si sacamos de la ecuación a China, Irán y Rusia, donde los pajaritos azules no pueden volar, ese valor sube y se acerca al porcentaje argentino. Tiene sentido.
Pero el panorama podría ser todavía peor para la plataforma que la política en general y el Gobierno en particular explotan con más perseverancia. Y por varias razones. Algunas muy inesperadas.
Un emoji que lo dice todo
Una de las primera decisiones que tomó Elon Musk cuando se quedó con Twitter fue la de cerrar el departamento de comunicaciones y relaciones públicas. En noviembre de 2022 ya no había nadie que respondiera las consultas de la prensa. Para marzo del año siguiente, la Radio Pública Nacional estadounidense informaba que la red social del pajarito azul había empezado a responder los mensajes de los periodistas con el emoji del excremento. Es un hecho, a Musk no le gustan ni nunca le gustaron los periodistas. Y además estaba de muy mal humor. ¿Por qué?
Porque para entonces ChatGPT había acaparado la escena mediática, a la que Musk es adicto. Todo el culebrón de la compra de Twitter, que se había robado pantallas como pocas veces lo había hecho una adquisición corporativa, ahora sonaba a historia antigua. Para peor, el polémico ejecutivo había sido uno de los fundadores de OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, pero se había ido dando un portazo en 2019, cuando el directorio le impidió quedarse con el control de la compañía. Cuatro años después, el mundo solo hablaba de ChatGPT y Twitter había dejado de ser tendencia.
Pero incluso antes de eso, cuando en Buenos Aires una agencia de prensa todavía le llevaba las comunicaciones, los datos demográficos de Twitter en la Argentina eran un misterio. “No comunicamos esa información”, respondían. Ninguna de las empresas de redes sociales es muy transparente, pero desde que Musk compró Twitter, el silencio de radio fue casi total.
De bots y otros impostores
Aun así, las redes sociales son primero que nada un negocio que se sostiene –si se sostiene– por medio de la publicidad, y para vender publicidad hay que saber quiénes están en esas redes, durante cuánto tiempo y con qué grado de compromiso.
Uno de los problemas que tiene Twitter en este aspecto es que se calcula que un 15% de sus usuarios son bots; digamos unas 50 millones de cuentas. Una de las razones que esgrimió Elon Musk para justificar la compra de Twitter (la sacó de la bolsa de valores a cambio de 44.000 millones de dólares; hoy la compañía vale la mitad) fue la de erradicar los bots. Hasta ahora, no lo logró. Sí, en cambio, consiguió, con una serie de medidas muy controvertidas, ahuyentar a un 15% de los usuarios genuinos y que las ganancias cayeran un 54 por ciento.
Por todas estas razones, las estadísticas son bastante variables y dependen mucho según la fuente que se consulte. Mientras algunos sostienen que Twitter tiene, como se dijo, más de 8 millones de usuarios en la Argentina, otras ponen ese número más cerca de los 6 millones. ¿Pero cómo se define un usuario de una red social?
Bueno, es complicado. Para empezar, depende de la red social. Para lidiar con ese asunto, Twitter creó en 2019 una estadística propia: los “usuarios diarios monetizables”, cuyo número es más o menos la mitad de los usuarios activos mensuales. En Estados Unidos, en junio, la red del pajarito azul tenía 95 millones de usuarios activos mensuales, pero solo 41 millones eran monetizables diarios. Si esa estadística se trasladara a la Argentina –y no hay ninguna razón para pensar que no sea así–, los que pasan más de media hora conectados a Twitter por día en nuestro país estarían en el orden de los 3 a 4 millones de personas. Son pocos. Ruidosos, pero pocos.
Y hay un dato todavía más sintomático. Una investigación publicada en mayo por la Universidad de Indiana, Estados Unidos, llegó a la conclusión de que un grupo muy pequeño de usuarios es responsable de casi toda la desinformación en X. De más de 440.000 cuentas supervisadas, solo 1000 eran responsables del 70% de las fake news que plagan la red de los trinos. Y que muchas veces eclipsan a los excelentes tuiteros que todavía quedan.
Estas cifras cuentan sin embargo solo una parte de la historia. Porque el hecho es que Twitter, con todo y sus estadísticas escuálidas, parece ser políticamente significativo. ¿Pero lo es realmente?
Abro hilo
En 2017, la red social implementó los hilos. Era una forma de romper el límite de caracteres de los tuits. Originalmente, eran 140. Luego, los llevaron a 280. Pero como eso no mejoró la economía de la plataforma, que seguía estancada y que observaba el éxodo de sus usuarios hacia ecosistemas menos hostiles, decidieron implementaron otra función: los hilos.
Los hilos están constituidos por una serie de tuits encadenados. Fue el último clavo en el ataúd de lo que alguna vez pretendió darle voz a los que normalmente no tienen acceso a los micrófonos. ¿Por qué? Porque ahora, un político o una celebridad abrían hilo y empezaban con la perorata. Las largas parrafadas de Cristina Fernández son un ejemplo de manual. Casi sin costo y desde un celular, la política encontró una nueva forma de discursear, sin el proverbial balcón y sin megáfono. Se convirtió también en la forma favorita de comunicar sus decisiones. Un presidente argentino fue designado por medio de esta red social.
Así, Twitter pasó de ágora global a cibergacetilleo y la línea de tiempo se convirtió en una barricada de smartphone. Los comentarios a esos hilos pasaban sin pena ni gloria, salvo que fueran de algún otro encumbrado. Y los medios, por fuerza, tuvieron que empezar a mirar Twitter para saber qué decían los funcionarios, políticos, celebridades y otros poderosos.
En resumidas cuentas, el poder usa Twitter para comunicarse con la gente, pero poca gente está realmente oyéndolos en Twitter. No muchos se enteran de un like de un presidente o de un famoso. Así, lo que ocurre en Twitter quedaría en Twitter, si no fuera que cuando los medios difunden el dato, se convierte en noticia. Es una parábola deliciosa: si no fuera por la prensa, que nunca fue bien vista por los que prefieren solo hablar por Twitter, casi nadie sabría qué está pasando en Twitter.
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