"¡Vamos, carajo, canten que volvimos!" Escenas secretas del desembarco peronista en la Casa Rosada
Ministros y secretarios se agolparon de pronto contra la entrada del Salón Eva Perón, en el primer piso de la Casa Rosada. Vestidos de fiesta, conversaban ahí en voz baja hacía casi una hora, a la espera de la ceremonia de juramento. Por la puerta apareció Alberto Fernández, que venía de hacer el primer reconocimiento del despacho presidencial. El clima de solemnidad se esfumó de golpe: "¡Alberto, presidente! ¡Alberto, presidente!", cantaron todos. "¡Vamos, carajo, muchachos, canten que volvimos!", se oyó una arenga, mientras Fernández abrazaba uno a uno a sus funcionarios.
Eran las 14.30. A tono con el espíritu festivo que se vivía en la Plaza de Mayo, la dirigencia del Frente de Todos desembarcó a partir del mediodía en la Casa Rosada, en modo aluvión. Con estilo desordenado y en cuestión de minutos, el peronismo hizo propios los salones que solo unas horas antes tenían otros ocupantes. Los primeros momentos dejaron escenas de desconcierto, funcionarios que rompieron récords, ministros perdidos y dirigentes que sacaron lustre a sus antiguos contactos en la casa.
"¡Marito!", saludó el Presidente al quedar de frente con el ministro de Transporte, Mario Meoni. "¡Gracias a vos!", le retrucó después a Martín Guzmán, ministro de Economía, mientras le tomaba la cara con las dos manos. Al final del besamanos improvisado quedó Malena Galmarini, presidenta de Aysa. Fernández le dedicó un largo abrazo. Después de una sesión de selfies, se quedó en un costado, conversando durante un buen rato con Carlos Zannini, procurador del Tesoro.
El Presidente todavía estaba sorprendido por lo que había visto en su primera recorrida. Entró en el despacho presidencial con su pareja, Fabiola Yáñez; su hijo, Estanislao; su vocero, Juan Pablo Biondi, y Miguel Cuberos, uno de sus asistentes. Después de sacarse las fotos de ocasión fue para la oficina que ocupaba Marcos Peña, la misma en la que él había trabajado entre 2003 y 2008. "¡No hay escritorio! ¿Dónde trabajaba?", se sorprendió al ver que Peña había optado por una mesa de reuniones.
La película de la asunción de Alberto Fernández como presidente de la Nación
En el Salón Eva Perón, el mismo donde Mauricio Macri hacía sus reuniones de gabinete, había cada vez más gente. Recostado en un sillón, el jefe de asesores, Juan Manuel Olmos, conversaba con la jefa del PAMI, Luana Volnovich. "Se fueron y nos dejaron sin aire acondicionado", bromeó ella, y se secó el sudor de la frente.
El calor de la calle parecía atravesar las paredes. Guzmán, que se prepara para hacer mañana, una serie de anuncios de gestión, también transpiraba, mientras iba y venía, al frente de un grupo de hombres de ojos rasgados. Eran integrantes de la delegación japonesa. Máximo Kirchner y el "Cuervo" Andrés Larroque saludaron y se fueron.
A unos metros de ahí, Zannini se reía con Daniel Filmus, secretario de la Cuestión Malvinas, y Julio Vitobello, secretario general de la Presidencia. El procurador del Tesoro estaba exultante. "Acabo de romper un récord", dijo. "Soy el primer dirigente que fue funcionario de cuatro gobiernos peronistas", explicó. Hoy les sacó ventaja a los otros tres dirigentes que habían estado durante los 12 años de gobierno kirchnerista: Julio De Vido, Carlos Tomada y Oscar Parrilli.
El único con gesto serio en todo el lugar era Agustín Rossi, sentado solo en un costado. El ministro de Defensa estaba monitoreando las tareas de búsqueda del avión desaparecido en Chile.
En un ala contigua del salón, Sergio Massa saludaba a los mozos de la Casa Rosada como a viejos amigos. "Si les pregunta quién fue el mejor jefe de Gabinete, digan que fue Alberto, eh", les dijo, entre risas, sentado en la mesa que Macri usaba para las reuniones de gabinete. Esos antiguos contactos, de cuando ejerció la Jefatura de Gabinete, redituaron sus frutos pocos minutos más tarde: los mozos aparecieron con un plato de rabas. "Las pedí para todos, eh", aclaró el presidente de la Cámara de Diputados, ante la cara de asombro de Alberto Iribarne y Marcela Losardo, que se morían de hambre, del otro lado de la mesa. Malena Galmarini se acercó con un mate. "No estás en la playa, Massa", bromeó Olmos. Los mozos se mataron de risa y le pidieron una selfie a Massa.
La espera, de casi tres horas, terminó cuando una mujer vestida de negro anunció que era de ceremonial de presidencia y pidió a los ministros que se quedaran en la sala y al resto que se dirigiera el Museo del Bicentenario, donde iba a hacerse la ceremonia de juramento. A los ministros los llevaron hasta la antesala del despacho del jefe de Gabinete, en el sector presidencial, un área restringida de la Casa Rosada. Los intendentes Juan Zabaleta y Mariano Cascallares pasaron con paso ligero.
Detrás de una puerta altísima, flanqueada por dos jarrones chinos y dos granaderos, Fernández firmaba los decretos de designación de sus funcionarios. Las secretarias de la Jefatura de Gabinete iban y venían por la alfombra roja. "¿Vieron algún ministro perdido?", preguntaron al personal de carrera. De pronto apareció Felipe Solá, que se había quedado en el Salón Eva Perón. A las 17.20, fueron saliendo de a uno, rumbo al Museo del Bicentenario. El último de la cola fue Gustavo Beliz, secretario de Asuntos Estratégicos. Los esperaba un salón colmado, el tramo final de los festejos y el inicio formal de la gestión.
Después de la ceremonia, y antes de salir al escenario montado frente a la Plaza de Mayo, el Presidente desapareció del primer piso durante unos minutos. Con Sergio Massa y su amigo Francisco Bustillo, embajador uruguayo en España, atravesaron una zona de obras y se subieron a un montacargas para ir a la terraza de la Casa Rosada. Fernández quería ver hasta dónde llegaba la multitud a la que le hablaría minutos más tarde.