Vacunas para pocos y un gobierno con los sensores averiados
El escándalo de las vacunas se calma con vacunas. Esa expresión recorre como verdad revelada los despachos oficialistas en estos días de sensacional indignación popular. El gran problema del Gobierno es que las noticias que llegan de los proveedores internacionales son desalentadoras. No hay dosis para todos en el horizonte inmediato.
Las protestas con epicentro en la Plaza de Mayo fueron un dedo en la llaga que carcome al presidente Alberto Fernández desde el viernes 19; un termómetro apenas de lo que significó la exposición de los vacunados de privilegio para una sociedad golpeada desde hace un año por miedos, restricciones y carencias.
Una mirada indulgente del Gobierno dirá que -mucho más que en los banderazos del año pasado- quedó a la vista la mano de la oposición en el armado de las marchas. Y que no resultaron todo lo masivas que los organizadores habían soñado. Pero la profundidad del reclamo no entra en la foto de las plazas agitadas. El enojo toca también a los que se quedaron en casa. Incluso a tantísimos que votan al oficialismo y descubren que nadie los llamó para premiarlos con la inyección salvadora.
La calle añade presión a Fernández. El Presidente volvió frustrado de México. No solo por el impacto de la vacunación de privilegio, que lo sacó de las casillas en un escenario de visibilidad internacional. Sobre todo porque comprobó in situ las demoras del proyecto de AstraZeneca, la única apuesta de una provisión masiva para la mayoría de los países latinoamericanos.
El laboratorio Liomont, en las afueras del DF, acumula toneladas de sustancia activa elaborada en la planta bonaerense de mAbxcience (de Hugo Sigman), pero carece de insumos para avanzar con el envasado (frasquitos, filtros, bolsas estériles). Productos de altísima demanda global. Con suerte en la primera semana de marzo esperan conseguir el material. Después se necesitan entre 3 y 4 semanas de reposo antes de que las dosis puedan empezar a ser despachadas. Por gestiones de Sigman, una parte del líquido se envió a la sede estadounidense de AstraZeneca, que tiene capacidad ociosa porque el gobierno norteamericano aún no aprobó la fórmula del laboratorio británico-sueco.
Fernández ansiaba dar precisiones concretas sobre el plan de vacunación en el discurso del 1º de marzo ante la Asamblea Legislativa. Serán promesas sujetas a revisión. Hoy llegarán más dosis (cerca de un millón) de la Sputnik V y durante marzo habrá otros envíos desde la India. Es una carga insuficiente para cubrir a la población de riesgo y aplacar el fastidio social por los acomodados del poder a los que se les ofreció la inmunización temprana.
Al Presidente le costó sobremanera calibrar la magnitud del escándalo. Creyó que la decapitación sumaria de Ginés González García actuaría de cortafuegos y lo pondría a salvo. Le fallaron los sensores. Su acritud ante las preguntas periodísticas en México lo expusieron a la contradicción hasta neutralizar aquel primer gesto moralizante. Terminó en el límite de reivindicar al ministro y demonizar a quienes -como él al principio- consideraron inaceptable que se repartieran vacunas contra el coronavirus como dádivas militantes.
Otra vez apareció un Fernández de dos caras. Como cuando quiso estatizar Vicentin, esperaba aplausos y encontró una indignación social ajena a sus expectativas. Reaccionó con un giro drástico. El político que se "asquea" con los privilegios dio lugar al que, atropellando las palabras, denuncia una "campaña despiadada" montada por los medios de comunicación para el "escarnio" de funcionarios públicos, amplificada por una "payasada" judicial de fiscales que pretenden "construir delitos graciosamente", en lugar de investigar la gestión de Mauricio Macri.
El despliegue de adjetivos en el discurso presidencial buscó crear un escudo para protegerse de preguntas incómodas que el Gobierno no puede responder sin incriminarse o exponer a aliados con los que no puede romper. Esa protección se juzgó vital en plena incertidumbre. Ni el Presidente sabe qué más puede aparecer.
Toca abroquelarse y resistir desde el papel de víctima. Como hizo ayer al desactivar la manifestación peronista de mañana al Congreso, con una descalificación a los que protestan: "Nosotros cuidemos al prójimo aunque otros no lo hagan".
Con mi sincera gratitud antes que nada, les pido que sigamos dando el ejemplo y que esta vez cada uno siga mi mensaje en forma remota. Desde sus casas o desde sus lugares de trabajo. La pandemia aún nos ataca. Nosotros cuidemos al prójimo aunque otros no lo hagan.&— Alberto Fernández (@alferdez) February 27, 2021
A la ministra Carla Vizzotti le encargó acomodar la normativa a los hechos y aportar, expost, algo de transparencia. La mejor prueba fue el protocolo para definir qué significa "personal estratégico" a la hora de tener prioridad para inyectarse. A ella, Fernández la exime de responsabilidad pese a que era desde el principio quien estaba a cargo de la trazabilidad de las vacunas.
Poner el cuerpo
En charlas reservadas, dirigentes oficialistas se preguntan cómo pudo suceder esto si existe desde el día uno la convicción unánime de que el plan de vacunación es la política prioritaria del Gobierno en 2021, decisiva como ninguna otra para la recuperación económica y para el programa electoral del Frente de Todos.
Una explicación autoexculpatoria que circula en el kirchnerismo señala el clima que se generó a finales de año cuando el Gobierno decidió aprobar la vacuna rusa antes de que existiera información científica publicada sobre su efectividad. Poner el brazo pasó a ser un gesto militante, una prueba de fe.
Lo que Fernández, Cristina Kirchner o Axel Kicillof hicieron frente a camarógrafos oficiales, otros dirigentes consideraron que podían hacerlo en sigilo. Carlos Zannini, por ejemplo. Quien ya que estaba llevó a su esposa al hospital Posadas, el 22 de enero, 10 días antes de que la revista The Lancet publicara el estudio con los resultados preliminares de la Sputnik V. La transgresión percibida como compromiso político. Una vieja excusa del kirchnerismo para justificar anomalías. Como la corrupción.
Cuando explotó la bomba, Fernández se descubrió solo. Cristina Kirchner se refugió en el silencio de los días trágicos. A ella le tocó asimilar, además, el drama íntimo de la condena a Lázaro Báez. Máximo Kirchner y La Cámpora -aunque salpicados por la vacunación de militantes- siguieron concentrados en el plan para tomar la presidencia del PJ bonaerense. Sergio Massa se dedicó a contener con oficialistas y opositores el impacto negativo de la noticia sobre la inmunización de su padre y sus suegros.
La oposición debatió desde un principio como capitalizar el escándalo. El ala dura del macrismo puso manos a la obra pronto para movilizar denuncias y sondear la posibilidad de una manifestación. Una Patricia Bullrich muy activa sumó al radicalismo y a la Coalición Cívica al frente de la marcha. Nuevamente se topó con frialdad en las costas de Horacio Rodríguez Larreta para hacer ruido en público. Las diferencias en Juntos por el Cambio empiezan a ser cada vez más concretas, en los aprestos de la batalla por las listas electorales.
Entre los aliados del jefe de gobierno porteño aumenta la inquietud por la hiperactividad de Bullrich, delegada dilecta de Macri. Se preguntan por qué Larreta no empieza a mostrarse ya como aspirante presidencial y expone un armado político alternativo, con un relato propio, para reconquistar a los desencantados con la última experiencia opositora en el poder.
Virus y elecciones
El malestar social presiona a Fernández para cumplir la promesa de vacunar a todos. Marzo asoma como otro mes de angustias y faltantes, que se agravan ante el espejo de países cercanos -Chile, ahora Uruguay- en donde la vacunación avanza a velocidad crucero. La esperanza es que en abril empiecen a llegar los frasquitos de México y que Rusia normalice la producción de la Sputnik V.
Mientras sigue la incertidumbre, se agotan el tiempo para definir el calendario electoral. Los gobernadores insisten con la presión para suspender las PASO de agosto. La Cámpora se resiste menos que antes. Octubre parece una fecha más segura para que el Frente de Todos vaya a la pelea con una porción considerable de la población inmunizada. En la oposición hay expectativa de que el Presidente dé una señal en el discurso ante la Asamblea Legislativa.
El mensaje estará dominado por la agenda de la pandemia y por la ofensiva judicial, punto de encuentro de la mancomunidad kirchnerista. Queda por ver cuánto golpeó el ánimo del Presidente el papelón de las vacunas de privilegio. ¿Será capaz de retomar el discurso del diálogo que había amagado a asumir horas antes de que Horacio Verbitsky contara alegremente su experiencia con la Sputnik V?
Aquella mañana, al lanzar el Consejo Económico Social, abogó porque "una vez apostemos al diálogo, a construir el futuro entre todos; una vez dejemos de pelear por la miseria de defender nuestros intereses". El péndulo lo arrastró, pasado el fin de semana de escándalo, a denunciar a periodistas, jueces, fiscales y opositores de conspirar contra él.
Su figura se desgasta en ese vaivén. El extraño juego de ser un día Mandela y al siguiente, Putin.
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