Con los números que ofrecen hoy las encuestas, sería difícil que el Gobierno triunfe en las elecciones; sin embargo, un consenso extendido supone que el oficialismo ganará; las razones de ese misterio
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El tema de la peste, de la pandemia, sigue siendo un ordenador de todo lo que pasa. Además, es un fenómeno inquietante porque va mutando. Muta el virus, mutamos nosotros, mutan los problemas alrededor de esta crisis.
Por sobre esa realidad, se monta un segundo problema que es la catastrófica gestión del Gobierno en materia de vacunas. Catastrófica no solo por la impericia, sino porque además la impericia viene mezclada con negocios. Este es un segundo nivel que hace que el virus corra más rápido que las vacunas. Y que, por lo tanto, en la Argentina el problema del coronavirus se transforme en un problema peculiar.
Hay una tercera dimensión que es cómo esto impacta en general en la vida pública y sobre todo cómo refuerza, cómo agrava una crisis económica que tiene motivaciones preexistentes.
Los números parecen estar relativamente estables. Aun así, el sistema parece cada vez más saturado. Primero porque es imposible postergar de manera indefinida determinadas prácticas médicas distintas de las que tienen que ver con Covid. Es decir, los centros de salud empezaron a recibir a enfermos con otras patologías, y hay que operarlos, tratarlos, etc. Hay una característica especial en este momento, señalan algunos médicos, que es que el virus empieza a tener otros rasgos: afecta a los más jóvenes menos dramáticamente pero más tiempo, con lo cual, el uso de camas en los hospitales es más prolongado.
Además, aparecen problemas de la economía de la salud. Por ejemplo, la falta de oxígeno. Hay toda una polémica alrededor de la oferta de tubos de oxígeno para aquellos que están entubados. Hoy había dos clínicas en el Gran Buenos Aires, en Tres de Febrero, reclamándoles a otros hospitales si les podían mandar tubos de oxígeno porque no tenían para satisfacer la demanda de las salas de terapia intensiva.
Clínicas que podrían derivar enfermos que no están tan graves a hoteles de la zona no lo pueden hacer porque no pueden proveer a esos hoteles de tubos de oxígeno. Aparentemente se pueden recargar, pero hay menos oferta de cantidad de tubos. Y, por supuesto, un problema de precio que se ve también en otro plano que es el de los medicamentos. Hay una gran demanda en el mundo de determinadas drogas que tienen que ver con este tipo de internación, que han producido una corrida extraordinaria en los precios.
El Gobierno, a través de la Secretaría de Comercio y del área de Medicamentos del Ministerio de Salud, logró un acuerdo con una asociación de droguerías y con una entidad que agrupa a los laboratorios de genéricos. Ese acuerdo consistió en fijar un precio tope, bastante más alto de lo que se ubicaban esos precios hace unos meses. Son medicamentos que se han vuelto muy caros. Gracias a eso, empezó a haber abastecimiento. Porque había una especulación con el suministro de esas drogas ya que las clínicas se negaban a pagar precios tan altos. Aparece de todo en estas crisis, como siempre, y aparecen también las peores cosas.
Hay toda una polémica muy politizada entre la Provincia de Buenos Aires y la Ciudad. La Provincia reprocha especialmente a la Ciudad ser el foco principal de la pandemia. Si uno ve los números, daría la impresión de que los que deben ser por un factor de carga demográfica: más o menos el 80% de los casos son bonaerenses y el 20% del AMBA son de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La discusión sobre qué hacer está trabada. Probablemente no sea tan urgente porque el sistema de salud está saturado, pero el número de casos es más o menos estable. El Gobierno no termina de definir qué tipo de restricciones quiere implementar, por eso está cortado también el diálogo con Horacio Rodríguez Larreta. Y sigue pendiente la cuestión de la educación. En el gobierno de la ciudad de Buenos Aires siguen abrazados a la idea de la presencialidad en las escuelas, aunque admitan, en acuerdo con el gobierno nacional, una nueva colección de restricciones para la circulación.
La Corte está esperando. Hasta anoche no se había producido la contestación que tiene que hacer el gobierno nacional, es decir, Carlos Zannini, de los reproches que le hizo el gobierno porteño al decreto que, entre otras cosas, cerraba las escuelas. Zannini tiene tiempo hasta mañana a las 9 para contestar ese escrito. Después tiene que ir ese mismo escrito a la Procuración. La Procuración, por lo que viene haciendo últimamente, se quiere sacar rápido de encima el tema. Después tendrá que decidir la Corte.
Daría la impresión de que hay un consenso para decidir que hay un artículo inconstitucional en el decreto, que es el que afecta o pasa por encima de la autonomía de la ciudad de Buenos Aires. Muy probablemente la Corte también haga una gran exhortación al cuidado sanitario de tal manera de quedar ella misma al margen de cualquier riesgo que pueda haber en materia sanitaria. Los jueces intentarán que no les digan: “Hay más muertos, más enfermos por culpa de tu fallo”.
No sabemos todavía cuándo va a suceder todo eso. ¿Puede haber gente en el Gobierno que esté especulando con que se trabe la discusión dentro de la Corte para llegar al viernes? El viernes es el día en que cae el decreto, pierde vigencia, y habría que dictar otro. Probablemente otro más prolijo. Es un ajedrez complejo, procesal. En la Argentina de hoy, tan judicializada, es imposible entender la vida pública, ni siquiera se puede entender la política de salud si uno no se especializa en Derecho Procesal, que es el más aburrido de los derechos.
Todo esto está sobredeterminado por una enorme opacidad en la política respecto de las vacunas. Este domingo hubo una presentación organizada por una consultora muy importante de Estados Unidos con el CEO de Pfizer, Albert Bourla, un veterinario griego, de origen judío, con un drama familiar extraordinario y conmovedor: perdió a toda su familia en el Holocausto. Bourla hizo su carrera en el área de productos y vacunas de Pfizer, y contó su experiencia con la creación de la vacuna, y con la comercialización. Dijo que ellos eligieron 84 países y los clasificaron en países de altos ingresos, ingresos medios y países pobres. A los países de altos ingresos, como EE.UU., les ofrecieron la vacuna que hicieron en asociación con BioNTech a veinte dólares por dosis; a los países de ingresos medios a diez dólares por dosis, y a los países pobres por el costo.
Esta es la vacuna que se le ofreció a la Argentina en 14 millones de dosis con una prioridad, porque el país había ofrecido centros de salud y enfermos para los protocolos de la investigación. El Estado argentino, por las razones que fuera, no adquirió esta vacuna. Y ahora le están dando instrucciones al embajador en EE.UU., Jorge Argüello, que es especialmente eficiente y metódico, para ver si puede recomponer las relaciones con Pfizer y conseguir algo de las 14 millones de dosis que rechazamos.
¿Qué cuenta Bourla? Que este año van a producir 2500 millones de vacunas, y el año que viene 3000 millones; hasta 2019, el mundo producía tres mil millones de vacunas. Hoy las produce un sólo laboratorio, para el coronavirus. Estamos ante un nuevo fenómeno que el cerebro no termina de registrar. Los países avanzados están en la fila de la contratación de esas vacunas. Hay lugares como EE.UU. donde hay sobreoferta de vacunas; e inclusive en Miami quieren fomentar el turismo de la vacuna.
Nadie explica por qué rechazó la vacuna el Gobierno. Se dan explicaciones legales que no tienen razón de ser. Van a tener que corregir la ley si consiguen la vacuna Pfizer. Hoy no hay vacunas en ningún lado. El Gobierno se entusiasmó muchísimo con AstraZeneca porque Hugo Sigman, muy ligado al kirchnerismo, a Alberto Fernández, a Ginés González García, los convenció de que era buena opción. Él era subcontratista de AstraZeneca. Sigman iba a realizar la producción industrial, no científica, de algo que se inventó en la Universidad de Oxford y en AstraZeneca. Y los envases los iba a poner un laboratorio mexicano. El Gobierno, a ciegas, fue detrás de Sigman. ¿Qué pasó? El laboratorio mexicano no pudo poner los frasquitos. El Gobierno pagó el 60% del contrato, y tenían que venir vacunas en enero, en febrero, en marzo. No vinieron. Habían prometido que empezaba la vacunación en abril. Y ahora parece que en mayo podrían, muy potencialmente, llegar las vacunas que ya se pagaron.
Así llegamos a Rusia, porque un amigo de un amigo es amigo de Oliver Stone -que tiene un productor argentino, Fernando Sulichin- que estaba filmando con Vladimir Putin un documental. Y entre toma y toma aprovecharon para decirle si no tenía unas vacunas que le sobraran. Y así es como se resolvió -resolvió es una forma de decir- el problema de las vacunas. Por eso llegan con cuentagotas.
Y acá aparece la otra novedad, otro empresario amigo del poder. El esposo de la exsenadora María Laura Leguizamón. Marcelo Figueiras, de laboratorio Richmond, muy ligado al kirchnerismo y en algún momento a Amado Boudou. Esto parece increíble, pero sucede. El ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires dice que venían hablando con Figueiras en secreto, y Daniel Gollan dice: “Cuando nos enteramos que los rusos podían delegarle a un industrial la fabricación de Sputnik ‘le pasamos el dato’”. Pasaron el dato para que Figueiras haga el negocio. Y no otro. El negocio es tener la concesión de los rusos para venderle al Estado argentino. Figueiras está buscando quiénes le prestarán los sesenta millones de dólares. El principal promotor del fideicomiso es Jorge Brito (hijo) y van ahí empresarios del elenco de amigos del poder. Encabezados por Filiberti, que es socio de Manzano y Vila en la compra de Edenor. Todo esto muy ligado a Sergio Massa. La vacuna aparentemente costará hacerla, dentro de dos años, cuando esté la planta, un dólar. Y se venderá en quince dólares.
Hay un chat de empresarios que se armó en el clima ideológico de Mauricio Macri. Se llama “Nuestra voz”. Son empresarios que se habían reunido para “alentar el cambio”, es decir, sostener a Macri. Y en ese chat de empresarios empezaron las felicitaciones a Figueiras. En determinado momento, alguien dijo: “Esto estuvo muy lindo, cumplió una gran tarea, pero yo vivo en Madrid y me voy”. Era Hugo Sigman. Aparece la rivalidad entre dos empresarios amigos del poder para determinar quién va a ser el proveedor de vacunas del Estado. Figueiras dijo a dirigentes muy importantes de la oposición, que tuvo enormes dificultades para la aprobación de todo lo que tiene que ver con la Sputnik, porque en todos los lugares donde hay regulación de vacunas encontró gente de Hugo Sigman. Problemas entre los amigos.
Todo esto que hace que el virus corra más rápido que la vacuna produce o agrava los problemas que tenemos en la economía. Si uno mira la película de larga duración, el problema económico parece haberse transformado en algo de gran magnitud para la percepción de la gente. Y en el principal problema electoral.
Ahora, me gustaría destacar algunos datos de una encuesta de la consultora Isonomía. ¿Cuál es el principal problema suyo y de su familia?, preguntan. La gente dice con distinto nombre, con distintas palabras la misma cosa: la economía. El 75% de las personas consultadas opina que su principal problema es económico. Hay que remontarse mucho tiempo atrás para encontrar que el 75% ve que el problema principal es el económico. La inseguridad está en el 6%; 21%, el desempleo o la informalidad; la plata que no alcanza, el 16%; la devaluación 8%. Recién en el quinto lugar aparece la inseguridad.
En otro gráfico de la misma encuesta de Isonomía, se muestra cómo la gente evalúa la gestión de Alberto Fernández en materia económica. Esto empezó con un 64% positiva. Pero el último mes, los que lo validaron de manera favorable pasaron de un 31% a un 25%, mientras que la negativa llegó al 71%, con una suba en el último mes de 66% a 71%.
En otro gráfico, quizás el más abstracto o menos comprensible -a mi juicio el que más afecta el comportamiento político- aparece la pregunta: “¿Me está yendo mejor o peor que hace un año?”. El 67% dice peor, el 23% dice que le va igual y solo el 10% dice que le va mejor. Si me remito a 2018, la línea que marca “peor” está llegando hoy a los números que tocó en un techo de malestar con Juntos por el Cambio. Es decir, emergen métricas en materia económica muy parecidas a las del momento del cual se cumplieron tres años el sábado. La corrida que empezó el 24 de abril del 2018. La Argentina está atrapada en esa crisis desde hace tres años, sin salida.
No se sabe si esto es importante para la gestión del Gobierno, que desatiende muchos temas graves. Todavía no se cerró la toma de rutas de Neuquén. Hoy hubo una propuesta para aumentar al sector sanitario, pero hay un colapso en los trabajos que implican producción de gas y petróleo en una provincia estratégica, que se encuentra tomada. Como si se tratara de la Patagonia Rebelde, algo parecido está pasando en Santa Cruz con los mineros y en Tierra del Fuego con los camioneros. La Patagonia empieza a tener un comportamiento atípico, propio, de convulsión.
El Gobierno intervino el Ministerio de Economía, que hoy es manejado por una mesa donde están Santiago Cafiero, Cecilia Todesca, Matías Kulfas, Mercedes Marcó del Pont, Marco Lavagna, Miguel Pesce. Han reducido a Guzmán a ser una especie de secretario de deuda. Regresa cierta inquietud cambiaria, la vemos esta semana, cuando los futuros empiezan a hablar de una devaluación que no estaba en el registro del mercado. Acá viene el problema: la inflación.
Estos números obligan a pensar varios temas que tienen que ver con la política, sobre todo con los problemas de percepción. Tenemos un problema central que es el del salario real. Hay una correlación mágica entre la fluctuación de aprobación de los gobiernos con el salario real. Es decir, con cuánto la gente actualiza sus ingresos por encima de la inflación. En este momento, con los números de la investigación de Isonomía, para que el Gobierno gane la elección tendría que producirse un milagro. Tendría que haber un aumento por lo menos de 10 puntos del salario real. Inimaginable cuando las paritarias están casi todas paralizadas porque las empresas no pueden pagar demasiadas mejoras en los sueldos, resentidas por la pandemia. Con esta radiografía, es muy difícil pensar que el Gobierno va a ganar la elección en la provincia de Buenos Aires. Pero todo indica que las va a ganar. Entonces, hay que preguntarse por qué, qué está pasando de raro. Primero, la pandemia puede ser un atenuante, que la gente diga: “bueno, le tocó la más difícil, heredó una crisis...”; los motivos que suele exponer Alberto Fernández. Pero, hay una segunda razón: la elección se da en un momento histórico en el que la oposición también tiene que ver con esta crisis. Mucha gente desencantada con el Presidente no sabe con quién encantarse porque mira para el otro lado y ve que también le hicieron daño. La división por gobiernos opaca o impide pensar el ciclo de la crisis económica, que tiene una lógica propia y en la cual están como corresponsables el Gobierno y la oposición. Esta es la razón por la cual muchos dirigentes de la oposición, como Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, estén lanzando sus libros tratando de explicar qué tuvieron que ver con todo eso.
Hay una tercera cuestión que tiene que ver con la oferta electoral. Con estos números, ¿el PJ va a ir unido? Si es así tiene amplias posibilidades de ganar. La diferencia que había entre 2015, cuando ganó Vidal, y 2019, cuando perdió, fue que en la primera estaba Felipe Solá por el Frente Renovador que sacó 1.700.000 votos. El PJ estaba dividido y le permitió ganar a Cambiemos. En este caso, ¿va a ir unido o dividido? El Gobierno quiere unificarlo. Ahí está la pregunta sobre qué pasa con Florencio Randazzo, con ese peronismo donde están Graciela Camaño, Juan Manuel Urtubey. ¿Representan algo? ¿A quién le sacan votos? ¿Hay algún desencantado que pueda ir hacia ahí? ¿Quién captura a ese desencantado? ¿Cómo haría Cambiemos o Juntos por el Cambio para capturarlo? Son las preguntas centrales de este momento.
El Gobierno inquieto, asustado introduce algo gravísimo, aunque parezca un tecnicismo de políticos: postergar las elecciones primarias. Ahora buscan superponerlas junto con la elección general. ¿Qué quiere decir? Lo dijo hoy el presidente del bloque peronista del Senado, José Mayans, con argumentos demagógicos y entendibles: cómo vamos a gastar plata en elecciones, cuando se puede invertir en el IFE y en curar a la gente. Lo que quiere decir: no hagamos elecciones hasta que no hayamos vacunado a todo el mundo. Y hay otra picardía mucho más técnica: las primarias son como una especie de encuesta frente a la cual la gente puede corregir el voto. Si se eliminan las PASO esa posibilidad no estaría.
¿Qué es lo más importante de todo esto? Que si hay una supresión de las PASO y una superposición con las elecciones generales, no sería de común acuerdo con la oposición. Sería la primera vez desde el año 83 que un Gobierno toca las reglas electorales sin un acuerdo con la oposición. Es un antecedente horrible, porque el último consenso que hay en democracia es sobre la pureza del sufragio y la calidad de la representación. Si empezamos a dudar sobre eso, vamos a empezar a parecernos a algo que aún en muchas otras cosas no nos parecemos: Venezuela.
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