Vacunas, deuda y comercio, lo que está en riesgo por la política exterior
La tendencia de Alberto Fernández a intervenir directamente, con un discurso impreciso, provoca malestar en socios y aliados del país; el impacto es político pero puede tener costo económico
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La frase que catapultó a Alberto Fernández a los diarios del mundo, con una fallida interpretación sobre el origen de los brasileños, los mexicanos y también de los argentinos, instaló un debate sobre el daño que le puede provocar a la imagen de un país la improvisación discursiva de un mandatario y, más de fondo, sobre el costo político y económico del andar errático de la “diplomacia presidencial”.
El ruido constante con Brasil, el principal socio de la Argentina; las idas y vueltas con Estados Unidos, determinante a la hora de negociar la deuda con el Fondo Monetario Internacional; y la escasa comprensión que el gobierno despierta en Europa, son algunos ejemplos de esta situación. También la repentina alianza de brasileños y uruguayos en el Mercosur.
Aún así, la diplomacia se mueve con pragmatismo. Según pudo constatar LA NACION, en Washington asumen que existirán diferencias con el gobierno de Fernández, aunque la Casa Blanca confía en que, pese a los desacuerdos, el vínculo permanezca encarrilado y la Casa Rosada pueda ser un socio para enfrentar problemas como el cambio climático, la seguridad regional o la resolución de crisis graves como las de Venezuela y Nicaragua.
El gobierno de Joe Biden tampoco pondrá palos en la rueda para las negociaciones con el Club de París o el FMI, pero no extenderá un cheque en blanco. La administración demócrata todavía espera de la Argentina un plan económico consistente. Aunque los vínculos políticos son fluidos: el secretario de Estado, Antony Blinken, llamó el viernes al canciller Felipe Solá para hablar sobre el régimen de Daniel Ortega y otros temas que el Palacio San Martín mantiene bajo siete llaves. Este fin de semana comienza además una gira del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, el primero de la mesa chica de la coalición gubernamental –que integra con Fernández y Cristina Kirchner- en llegar a Washington.
La donación de vacunas que prepara la Casa Blanca para América Latina figura en la agenda bilateral, con el notorio contratiempo de la fallida negociación del gobierno de Fernández con el laboratorio estadounidense Pfizer, que sigue provocando suspicacias en la Argentina.
El voto contra Israel
En medio de la segunda ola de la pandemia de coronavirus, el posicionamiento de la diplomacia argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde votó a favor de la apertura de una investigación por presuntos crímenes de guerra de Israel en Gaza, desconociendo el accionar de la organización terrorista Hamas, provocó malestar en los Estados Unidos y en Tel Aviv. Allí, además, complicó la negociación para producir en la Argentina la vacuna con tecnología israelí.
En Europa tampoco cayó bien esa decisión de la Cancillería. En París, Emmanuel Macron mira con curiosidad cada vez que Fernández va a visitarlo e improvisa en el palacio del Elíseo ante la prensa, mientras el presidente francés se atiene estrictamente al texto preparado por sus colaboradores. “Esa costumbre de improvisar es difícil de decodificar para nosotros”, ironizó, en contacto con LA NACION, un ex embajador francés en la Argentina.
Junto con la canciller alemana Angela Merkel, Macron es una figura clave para saber cómo actuará el Club de París. Después de siglos de práctica diplomática, los franceses alcanzaron un sofisticadísimo nivel de simbolismo en los gestos y las expresiones. Y qué mejor prueba que el regalo escogido por Macron para ofrecerle a su homólogo argentino en su primer encuentro: una guitarra.
El amigo español
La reciente visita a Buenos Aires del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, será recordada como el marco en el que Fernández se despachó con la frase sobre el origen de los mexicanos, los brasileños y los argentinos. Pero en Madrid le dieron escaso tratamiento, constató este diario en la capital ibérica, lo que acentuó la impresión de la insustancialidad del encuentro.
España tiene inversiones históricas en la Argentina y Sánchez la ofrece como la “puerta de entrada” a la Unión Europea. En reiteradas ocasiones se refirió a Fernández como “mi amigo Alberto”. A menudo, en el Congreso, no solo Pablo Casado, líder del Partido Popular, sino otros líderes opositores, lo tildan a modo de crítica como un “presidente peronista”.
Los mexicanos, también destinatarios de la fatídica frase, dieron por terminada la controversia. Fernández se comunicó con el canciller Marcelo Ebrard, quien fogonea el armado de una socialdemocracia americana, para explicar sus palabras. El diplomático tuvo, junto al presidente argentino, un rol clave en el refugio político al boliviano Evo Morales y se complicaron juntos con las demoras en la producción y el envasado de la vacuna de Astrazeneca.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), habló el viernes pasado en las conferencias “mañaneras”: “Fue un error, se equivocó y ya pidió disculpas”, dijo lacónico sobre la frase de Fernández, que atribuyó a los indios el origen de los mexicanos. La oposición aprovechó para formular duras críticas, en especial el expresidente Felipe Calderón.
En la región sudamericana, la relación con Brasil es la más picante por las características del presidente Jair Bolsonaro, que aprovechó la frase de Fernández para mofarse públicamente. Esas declaraciones, que muchos recibieron como un agravio según constató LA NACION en Río de Janeiro, llegaron en un momento tenso y crucial en las discusiones por el futuro del Mercosur.
Brasil, cuya balanza comercial con la Argentina fue superavitaria en US$ 470 millones en mayo pasado, se muestra inflexible, dispuesto a avanzar con su plan, algo que preocupa a diplomáticos nacionales. “Estamos frente a una arremetida que parece no tener matices ni siquiera en este contexto. Nosotros hicimos un esfuerzo y ellos siguen intransigentes”, se sinceró una calificada fuente que acompaña las negociaciones.
La estrategia argentina es meter una cuña entre el ministro liberal Paulo Guedes y el Palacio de Itamaraty, de línea histórica más moderada. Mientras tanto, el embajador Daniel Scioli intenta acercar posiciones entre la Unión Industrial Argentina (UIA) y sus pares brasileños, en una relación que no atraviesa por su mejor momento.
En Uruguay van de aliados con los brasileños porque consideran que el gobierno argentino bloquea el pedido de Luis Lacalle Pou para flexibilizar el Mercosur. El presidente uruguayo creyó que podía tener un mejor relacionamiento con Fernández, incluso por la amistad con el canciller oriental “Pancho” Bustillo, pero en Montevideo, por lo bajo, siempre se llega a la misma conclusión: “Ellos son así”.
Con la colaboración de los corresponsales en EE.UU, Francia, España, Brasil y Uruguay.
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