Una semana que pondrá a prueba la frágil tregua oficialista
La trampa que Fernández le impuso a Guzmán terminó entrampándolos a él, a Cristina Kirchner y a Sergio Massa
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Fue apenas un acuerdo sobre la necesidad imperiosa de acordar. En la cima del oficialismo no se zanjó ninguna de las diferencias de fondo, ni políticas ni personales, pero la extrema gravedad de la situación impuso la tregua. Un módico y desesperado alto el fuego que, con esfuerzo y no sin algunos disparos aislados, se procuró consolidar en los últimos seis días. Lo difícil será sostenerla. La semana que empieza la pondrá a prueba.
Las medidas que la ministra de Economía, Silvina Batakis, diseñó durante el fin de semana son la consecuencia y expresan la nueva dinámica interna (o nuevos equilibrios inestables) que adquirió la coalición oficialista después de la renuncia de Martín Guzmán, los berrinches presidenciales depuestos, la reanudación del diálogo entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, y la contención de Sergio Massa. Por eso, no hay ni habrá cirugía mayor. No existe plafón para eso. Motricidad fina puesta a prueba.
Los acotados avances en el entendimiento básico no se produjeron en la noche del domingo pasado, sino cuando los mercados y las góndolas demostraron que el cambio de ministro y el difícil diálogo entre el Presidente y la vicepresidenta eran insuficientes para ordenar un tembladeral económico-financiero.
La renuncia de Guzmán solo había acelerado una situación crítica precedente. No es el espanto lo que volvió a unir al trío fundador del ex Frente de Todos, como sentencia la trillada frase de Borges. Apenas los acercó el horror al vacío. Por eso, todas las versiones tienen una cuota de verdad en su origen.
Tan delgada es la densidad de esa tregua que mientras la sociedad y los tomadores de decisiones esperan definiciones y gestos que contribuyan a restablecer un mínimo de credibilidad en el Gobierno, los socios mayoritarios se enfocan en evitar acciones que destruyan lo poco logrado.
“La relación se descongeló y se recuperó la posibilidad de hablar. Algo básico en un frente. Pero hasta ahí. El discurso de Cristina, más allá de alguna chicana, como admitir que revoleó ministros, fue una asimilación de esa tregua, igual que el de Alberto, que ahora tiene que encaminar la gestión. Hay que tener el frente alineado porque se vienen semanas difíciles”. Así describió la precaria situación en el cierre de la agónica semana uno de los hombres que más cercanía siguen teniendo con el Presidente, y que compartió las horas más críticas en Olivos.
“Lo que necesitamos es construir confianza interna. Ya nos lastimamos demasiado entre nosotros. Para eso necesitamos esfuerzos de todos los socios del Frente”, agrega una de las pocas fuente que accedieron a las radiografías y análisis clínicos del Gobierno y al diagnóstico de la situación que expresaron los tres socios principales de la alianza. Eso explica el hermetismo, las contradicciones y desmentidas sobre las reuniones y diálogos que sí mantuvieron en la última semana Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa.
También eso permite entender el discurso leído del Presidente para no caer en ninguno de sus habituales errores no forzados. Así como la falta de un mensaje público oficial sobre el rumbo del Gobierno discutido por los integrantes de esa tríada. Cualquier paso en falso, cualquier filtración puede romperlo todo.
Los llamados a encontrar acuerdos, a establecer consensos y a bajar la confrontación expresados por Fernández, Cristina y Eduardo “Wado” de Pedro en los últimos días hay que leerlos en clave interna. Las acusaciones de acciones destituyentes y el “revoleo” de culpas a la oposición muestran los límites del espíritu de conciliación. La gravedad de la situación puede obligarlos a extender la convocatoria.
Por ahora, voceros oficiales y extraoficiales limitan, con sibilina pretensión, los destinatarios de un posible acuerdo más amplio a un solo segmento de la coalición opositora, que tiene nombre y apellido: Horacio Rodríguez Larreta. Dividir para sobrevivir.
Frente a la inquietud por saber si hubo algún acercamiento sobre las profundas diferencias existentes entre Fernández, el cristicamporismo y Massa en materia económica, solo se arriesgan a afirmar: “Cristina no es igual a la de 2015 ni opina lo mismo. Igual ocurre con Máximo. Ambos siguen muy de cerca los indicadores económico-financieros y son conscientes de las dificultades”. Demasiado poco para despejar dudas, pero es todo lo que son capaces de decir sus socios.
Frente a otras disidencias entre madre e hijo que habrían quedado expuestas esta semana, todos tienden a relativizarlas, aunque admiten que respecto del futuro y frente a Fernández tienen matices diferenciales que en algún momento pueden cobrar relevancia.
“Máximo tiene una visión más escéptica sobre lo que hará o es capaz de hacer el Presidente. Les dice a Cristina y a Sergio que equivocadamente creen que Alberto va a actuar con la racionalidad de ellos”, explica una fuente que escuchó al primogénito expresar las dudas que tiene sobre las decisiones que adoptará de acá en más Fernández y la distancia (o el desdén) que le inspira. Pequeñas enormes discordancias que el tiempo dilucidará. Si entonces no es demasiado tarde y eso ya no importa. El riesgo de las profecías autocumplidas siempre está latente
“Las medidas económicas van a ir dando la pauta de hacia dónde vamos. Hay que volver al General: mejor que decir es hacer”, afirman con realismo en el entorno más íntimo del trío horrorizado. Que hablen los hechos. Aunque admiten que el tiempo apremia y que la que empieza será una semana muy complicada. El elevado índice de inflación que se conocerá será apenas un anticipo benévolo del indicador que se verá el próximo mes y está guiando la toma de decisiones de cualquier ciudadano para evitar que su poder de compra se licúe un poco más cada día.
Alerta por el humor social
El horror que habitó a los principales dirigentes del oficialismo fue propiciado por algo tan inquietante o más que la disparada del dólar en sus distintas versiones, la suba estratosférica del riesgo país o las remarcaciones de precios a repetición. El termómetro de los mercados reflejaría males que afectan no solo a quienes influyen en el mundo financiero.
En la cúpula del Gobierno registraron en los últimos días un cambio de régimen en el humor social, según surge de sondeos urgentes y del seguimiento de lo que se expresa en las redes sociales.
De la fatiga, la falta de esperanza y la depresión dominantes hasta hace diez días empezó a pasarse al enojo, la indignación y la ira. Emociones capaces de quebrar el aletargamiento y la parálisis para abrir paso a manifestaciones de descontento, no ya de grupos más o menos organizados o políticamente identificados con la oposición, sino de franjas más amplias de la población. Un matafuegos ahí.
En la Casa Rosada, donde relativizan (y equiparan) los masivos banderazos del 9 de julio tanto como las manifestaciones piqueteras cada vez más frecuentes, admiten los riesgos de los chispazos en una pradera tan seca como la que por estos días les añade un factor de preocupación a los productores agropecuarios. Los más realistas saben que las cadenas de equivalencias del ánimo social pueden tener una fuerza de arrastre difícil de contener.
El refugio de pequeñas coincidencias concretas en el que se resguardan los principales referentes del Frente de los tres (o dos y medio) es demasiado precario y necesitan que se advierta algún efecto positivo palpable a la brevedad.
Por ahora, lo que cabe esperar en términos generales es “un poco más de cepo quirúrgico, un poco más de controles y un poco de arreglo con el FMI para recalibrar metas; un poquito de cada cosa, para que no explote la bomba mientras tratan de desarmarla. La prioridad es estabilizar el tipo de cambio y reducir la brecha”, reconocen.
Desde el massismo especificaron una urgencia con la que coincide una mayoría de economistas y que Batakis incorporó: “Ordenar el flujo de pesos porque hay acciones que al final resultan contradictorias y agravan los problemas financieros. Las medidas para obtener financiamiento terminaron aumentando los pesos que se van al contado con liquidación, lo que pone presión al dólar y sobre las reservas”. Y ni hablar de la emisión y su efecto inflacionario, que Cristina cuando no niega, minimiza. Discusiones por saldarse sobre un balance en rojo.
Al final de las discusiones, y frente a la inquietud social creciente, todo termina dando vueltas en torno de los aumentos de precios. “Anteayer estuvieron todo el día con ese tema, el Ministerio de Economía parecía haberse reducido a una enorme Secretaría de Comercio, pero saben que para empezar a ordenarlo deben adoptar un serie de medidas, no hay acciones aisladas y sin coordinación”, admiten interlocutores de Batakis.
Fue un primer fin de semana febril de la ministra, que llegó por descarte y armó un equipo de urgencia, con restricciones en áreas claves, como la de Energía. Allí sigue estando uno de los problemas centrales, que aparentemente empezó a destrabarse. Los obstáculos que los acreditados del cristicamporismo en Hacienda pusieron a los aumentos de tarifas y al esquema de segmentación sin que Fernández hiciera nada por remediarlo terminaron por darle a Martín Guzmán la última excusa para su alejamiento.
La trampa que Fernández le impuso a su ministro renunciante terminó entrampándolos a él, a Cristina Kirchner y a Sergio Massa y los llevó a una tregua frágil, que esta semana se pondrá a prueba. Todos en la cúpula oficialista estudian por estas horas el dilema del prisionero. Algo más que un juego teórico.
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