Una ruptura que pone el oficialismo en terapia intensiva
La carta de Máximo Kirchner es una acusación explícita al Presidente de claudicación y un pronóstico de graves perjuicios para la población: una bomba sobre la arquitectura argumental construida por Fernández y Guzmán
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Como con los accidentados graves, Alberto Fernández comprobó nuevamente que hay que esperar 72 horas para saber cómo evoluciona el cuadro interno después de cualquier acontecimiento crítico. Y otra vez, como tras las últimas elecciones primarias, la coalición oficialista ingresó en terapia intensiva. Al tercer día de haber anunciado un preacuerdo con el FMI.
Los tiempos que se toman Máximo Kirchner y La Cámpora para preservar su identidad, mostrar su desacuerdo y poner distancia con la gestión también son siempre una oportunidad para que el Presidente adquiera autonomía y comience su propio gobierno. El 17 de septiembre Fernández desechó esa opción de independencia, luego de la sorpresiva renuncia pública del más maximista de los ministros, Eduardo de Pedro. Es la gran incógnita que deja abierta ahora la estridente renuncia del heredero de la familia bipresidencial a la jefatura del bloque de Diputados del Frente de ¿Todos?. Un salto cuántico en la jerarquía camporista. Quien quiera oír, que oiga.
El tenor de la carta abierta de dimisión es mucho más que una diferenciación respecto de la negociación de la deuda externa. Es una acusación explícita al Presidente de claudicación y un pronóstico de graves perjuicios para la población que causaría el entendimiento. Una bomba de fragmentación tirada sobre la arquitectura argumental construida por Fernández y su ministro de Economía para defender una negociación que aún no está formalmente cerrada y sobre la cual penden numerosas incógnitas respecto de sus efectos. Culpable, dice el veredicto maximista.
La renuncia es sobre todo una grieta profunda abierta en la línea de flotación de la coalición gobernante en momentos en que el Presidente necesita más que nunca mostrar sustentación política para adoptar medidas complejas que derivarán del preacuerdo anunciado el viernes pasado. También para poder cerrarlo definitivamente.
Por todo eso, no fue solo la sorpresa lo que sacudió y desacomodó al Presidente y a sus principales colaboradores, que ya estaban en modo gira presidencial pensando en Moscú, Pekín y el Caribe, con la tranquilidad de haber empezado a desafilar la “espada de Damocles” de la deuda con el FMI. Un problema que, de no resolverlo, según dijo ayer el Presidente, implicaba “salir del partido” y “tener que volver a entrenar”.
La metáfora deportiva no disimula el dramatismo con el que Fernández le devuelve a Máximo Kirchner el agravio, en una velada (pero no tanto) acusación de irresponsabilidad. Una forma de reponerlo en la presidencia de “El club del helicóptero”, que ejercía el ahora diputado raso en tiempos macristas. “Destituyente”, sería el sinónimo en el idioma de Cristina Kirchner.
Pero la madre sigue guardando silencio. Otra vez. Y el Presidente admitió en su aparición televisiva que no había hablado con ella después del desplante maximista. Si la secuencia pos-PASO se convierte en patrón debería llegar hoy una carta de la vicepresidenta para aclarar las cosas. Mientras tanto, queda la versión expuesta por el Presidente. Según Fernández, Máximo Kirchner le anunció que la vicepresidenta no estaba de acuerdo con la renuncia que acababa de comunicarle como un hecho consumado. Algo más que una forma de preservar alguna fortaleza después del golpe recibido. En pocas horas la Presidencia quedará en las manos cristinistas, si el Presidente no desiste a último momento del viaje que anoche confirmó. Inquietante.
El desacuerdo (más que parecido a una ruptura) entre Fernández y Máximo Kirchner repone viejas imágenes que nadie quisiera recordar. Una vez más el peronismo se convierte en un terreno de disputa simbólica y práctica por una herencia. Como fue por la de Juan Perón en los ‘70, ahora es por la de Néstor Kirchner. Afortunadamente cambiaron muchas cosas. Del pase a la clandestinidad a ser diputado raso, de las balas a las cartas públicas hay un abismo. Todo un progreso civilizatorio, en términos políticos.
El Presidente y el renunciante recurrieron al padre de la dinastía santacruceña para justificar sus decisiones y fijar posiciones. No extraña que haya controversia. ‘La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla’, dijo Gabriel García Márquez. Cada cual tiene su propio Néstor Kirchner y lo cuenta de la forma que más se ajusta a su propia vida. Por las dudas, el heredero familiar se autocalifica de pragmático, atributo indiscutido de su padre, más allá de construcciones subjetivas y esfuerzos mitopoiéticos.
La permanencia dentro del Frente de Todos que Máximo Kirchner le prometió al Presidente y expuso en su carta no evita una obligada reconfiguración de la coalición gobernante, del esquema de poder interno y del funcionamiento del Gobierno. Nada podrá ser igual. Se impone una reconstrucción urgente. Todo un desafío para un Presidente inclinado a la procrastinación.
Ya había dejado trascender el renunciante que no solo no estaba de acuerdo con la negociación con el FMI sino que le habría enrostrado a Fernández que él tampoco había estado de acuerdo con su madre cuando lo impuso como candidato a Presidente. Debilidad de origen y de ejercicio, podría resumir ese reconocimiento. Una familia ensamblada disfuncional en plena crisis de convivencia.
En la Casa Rosada relativizan el efecto de ese ataque franco a la autoridad presidencial. A la supuesta desavenencia puntual entre la madre y el hijo, suman el presunto desacuerdo con la renuncia de Máximo de buena parte de los integrantes de La Cámpora, con el argumento de que el principio rector de la organización exjuvenil es no ceder ningún espacio de poder ni entregar ninguna caja. Solo el tiempo lo develará. Por ahora son fragmentos de un cuadro roto e imágenes parciales de un gobierno debilitado.
Lo cierto es que el conflicto temporal que siempre existió en el seno de la coalición gobernante quedó expuesto como nunca en la carta de Máximo Kirchner al poner el acento en las consecuencias que tendrá el entendimiento con el FMI más allá de 2023. A Fernández siempre le estuvo reservado el presente, Cristina es la guardiana del pasado y Máximo Kirchner pretende ser el futuro. “No me voy del oficialismo, pero hacete cargo de tus decisiones y no me transfieras a mí el costo”, parece ser el subtexto.
La respuesta de Fernández no pudo ratificar más esa disputa. Fue explícito cuando acudió al canal amigo para fijar posición: “Un default me sacaba del partido”. Urgencias de hoy, de aquí y de ahora.
En el medio del largo plazo y el presente quedan el corto y el mediano plazo. Un camino aún más ripioso para el Gobierno del imaginado hace apenas 72 horas. Empieza con la dificultad que genera este portazo al cierre de la negociación con el FMI y continúa con las leyes que deberán aprobarse como consecuencia del acuerdo. “Ahora Guzmán y Kulfas van a transpirar más de lo que habíamos previsto”, dijo una alta fuente legislativa que prevé un tránsito complejo por el Congreso de los proyectos económico-financieros que envíe el Poder Ejecutivo.
Demasiados desafíos para un Gobierno estragado por las urgencias y, asentado en una coalición que ingresó, otra vez, en terapia intensiva. Demasiados golpes para una sociedad angustiada por tantas necesidades insatisfechas.
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