Una protesta que depara nuevas convergencias
Hay momentos en los que la contundencia de los hechos sacude relatos enmascaradores. La presencia masiva de hombres y mujeres de diversa extracción social en las calles, dispuestos a no delegar protagonismo sino a hacerse escuchar, portando creativas y ocurrentes pancartas con demandas sectoriales o generales, de evidente confección doméstica, nos interpela.
No es un dato menor el pasaje de la expresión de vivencias de irritación, enojo, desencanto, del ámbito privado a la presencia colectiva en la escena pública. Se cuestionaron contenidos y formas en la acción de gobierno. Inflación, inseguridad, corrupción, impunidad, no re-reelección, entre otras, constituyen legítimas demandas de contenido. El clima emocional y las banderas argentinas daban cuenta del deseo de conformar un espíritu de conjunto. Pero además el estado de ánimo tuvo un fuerte componente de hartazgo hacia las formas. La soberbia y el maltrato del Gobierno, que exige subordinación complaciente, acatamiento y obsecuencia, es fuente de la necesidad subjetiva de explicitar colectivamente el malestar, de plantarse ante el arrollamiento y descalificación.
La campaña oficial desplegada en los días previos, definiendo al pronunciamiento como destituyente o golpista, fue desmentida por la naturaleza de los reclamos y la composición social mayoritaria de quienes concurrieron. El carácter espontáneo de las voces y su heterogeneidad demuestran que nadie puede arrogarse para sí la paternidad de la protesta. Esto, a pesar también de las pretensiones de capitalización por parte de sectores opositores de derecha, que se ubican en espejo respecto del oficialismo.
El Gobierno, mientras no afecta los intereses de las grandes corporaciones y avanza en su escandaloso crecimiento económico como grupo, utiliza el argumento de descalificar a las capas medias, sobre la base del prejuicio, de la culpabilización, como si éstas fueran las responsables de los padecimientos de los sectores más desprotegidos de la sociedad.
En su reacción posterior, la Presidenta de la Nación parece seguir en la misma tesitura. Ninguna reflexión, ninguna autocrítica. El Gobierno sólo inscribió los reclamos en una marcación de pertenencia: un "ellos", los "otros" que no tendrían propuestas ni representación. Efectivamente la pretensión de la jornada fue la protesta, y ello en sí mismo sería un indicador para tener en cuenta, de alto valor simbólico y de diagnóstico de situación.
Los negociados y la corrupción, las mentiras del Indec y del costo de la vida, el trágico saldo de Once, los asesinados por la represión a la protesta en los últimos dos años, la ley antiterrorista, el colapso del sistema público de salud y la crisis educativa, las responsabilidades en el embargo de la Fragata Libertad como parte de las hipotecas que aceptaron en relación con la deuda externa son ejemplos de una acción de gobierno ciega al carácter nacional y popular que el relato oficial proclama. Acción que tiene continuidad de sentido en los acuerdos con ciertos sectores opositores con los que se critican mutuamente, pero con los que converge muchas veces en la práctica. Es el caso de la reciente sanción de la ley de las ART o de leyes en la ciudad dirigidas a garantizar la especulación inmobiliaria.
Los caminos que asuman estas expresiones de descontento son hoy impredecibles. Mientras tanto, surgen nuevas convergencias entre organizaciones de trabajadores y de otros movimientos sociales que protestan y exigen en defensa de sus derechos. La confluencia en la construcción de un entramado que amplíe y profundice el protagonismo popular es una posibilidad y una necesidad.
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