Una pospandemia prematura y electoral
El principal consejo de los científicos consiste en no embestir torpemente contra las medidas de cuidado y precaución que se demostraron eficientes
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La desesperación conduce a veces al ridículo. El Gobierno parece un vendedor afligido que ofrece lo que tiene y lo que no tiene para retener al cliente que se fue. La Argentina fue el país con la cuarentena más larga y estricta del mundo para enfrentar la peste del Covid-19. Ayer se convirtió en el primer país de América Latina en declarar una virtual pospandemia. La decisión es electoral y peligrosamente prematura. Es cierto que una de las razones del voto contra el Gobierno fue en protesta por el prolongado encierro y sus consecuencias psicológicas y económicas en la sociedad. Las críticas a las decisiones para combatir o morigerar los efectos de la pandemia cayeron sobre muchos gobiernos del mundo. Pero ninguno ofreció como solución decirle adiós rápidamente a la enfermedad, porque la enfermedad infelizmente todavía existe. De hecho, la contagiosa variante delta del coronavirus hace estragos donde se posa. Hace unos días, pocos, hubo una explosión de esa variante en el colegio ORT porque un alumno se contagió. Puede suceder en cualquier otro lugar, en cualquier momento.
El Gobierno anunció que levantará el uso del tapaboca en espacios públicos a partir del 1º de octubre (el apuro fue tan grande que pareció que la medida era de vigencia inmediata) y eliminará virtualmente los cupos para las reuniones públicas. El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, pasó de ser el talibán del encierro y el cierre de escuelas a ser el abanderado de la liberación total, al extremo de establecer clases los días sábados. ¿Está bien? ¿Era eso lo que debía hacer la administración sanitaria? En semanas recientes, un equipo de científicos europeos firmó un documento con recomendaciones para evitar nuevas olas de contagios masivos del Covid-19. La primera conclusión de ese documento es que la pandemia no se terminó. Recomienda un camino de decisiones escalonadas, prudentes y juiciosas. Avanzar un paso y esperar sus resultados. El principal consejo de los científicos consiste en no embestir torpemente contra las medidas de cuidado y precaución que se demostraron eficientes. Le hablaban a un continente, el europeo, que ya tuvo varias salidas prematuras de la pandemia y volvió a caer en ella. La última ola, la de la variante delta, afectó seriamente a Gran Bretaña, Francia y España, que ya habían liberado casi todas las actividades comunitarias. Esa variante hizo desastres también en los Estados Unidos y en Israel, países que de igual forma creían que se habían despedido de la peste. Italia se salvó, pero tiene prohibido el ingreso de extranjeros hasta el 25 de octubre y nunca relajó las medidas de cuidados en el espacio público. Mario Draghi, el primer ministro italiano, demostró que es un estadista de primer nivel, tal vez el más importante que tiene hoy Europa junto con Angela Merkel, ya en la recta final de su largo poder. Italia y Alemania fueron los países menos afectados por la variante delta. ¿Es casualidad que estén gobernados por los dos más grandes estadistas europeos? No, seguramente.
En la conferencia de prensa de este martes de la ministra de Salud, Carla Vizzotti, en la que se anunció la pospandemia, hubo una presencia y una ausencia. La ausencia fue la del Presidente, enamorado en su momento de las decisiones más restrictivas. Nunca ahorró gestos imperativos ni lecciones de maestro severo. No estuvo en el momento de dar la buena nueva de que casi todas las restricciones quedaban en el pasado. ¿Por qué no estuvo? Tal vez para no hurgar en la memoria colectiva, que recuerda todavía la fiesta cumpleañera de Olivos cuando los argentinos estaban en prisión preventiva. La presencia fue la del jefe de Gabinete, Juan Manzur, un sanitarista que es un mago de las estadísticas. Cuando era ministro de Salud en Tucumán bajó supuestamente a la mitad la mortalidad infantil en apenas cuatro años, En 2002, morían 24,3 niños por cada 1000; en 2006, el 13,5. Una hazaña. Sin embargo, luego se conoció que el ministro había ordenado que se anotaran como “defunciones fetales” a los niños que nacían con un peso muy bajo para poder sobrevivir. Según cualquier medición internacional, esos niños debían clasificarse como “nacidos vivos”, no como “muertes fetales”. El actual jefe de Gabinete resolvió el problema modificando las mediciones de las estadísticas, no solucionando el problema.
Manzur intervino desde ayer el Ministerio de Salud. Vizzotti no podrá tomar ninguna decisión importante sin consultar con el jefe de Gabinete. Manzur volvió a hacer gala ayer de su afición por los gráficos. Ya lo había hecho en 2009 cuando asumió como ministro de Salud de Cristina Kirchner en medio de la pandemia de la gripe A. Reemplazó en el ministerio a Graciela Ocaña, enfrentada con Hugo Moyano por los intereses del dirigente gremial en los negocios de la salud, y renuente a esconder los contagios y las muertes de aquella pandemia en medio de una campaña para elecciones legislativas que la entonces presidenta perdió. Manzur enfrentó la pandemia de 2009 con una pared cargada de gráficos para el gusto de quien lo miraba. Es su estilo y su arte. Los científicos argentinos levantaron la guardia ayer. Discrepaban con las decisiones de Vizzotti, pero confiaban en sus números. No les sucede lo mismo con los números de Manzur. ¿Y si el Gobierno escondiera los números de contagios y muertes del coronavirus hasta después de las elecciones? Esa era la pregunta más común en el mundo científico.
La única decisión atinada de ayer fue permitir el ingreso de viajeros. Ningún otro país del mundo les prohibió volver a su país a los nacionales que se encontraban en el exterior. Las legiones de argentinos varados, miles de ellos sin recursos, expatriados, fue un fenómeno único que la Argentina ofreció al mundo. Pero el Gobierno debe hacer la prueba de PCR en los lugares de ingreso al país, no el de antígeno. Este demostró acabadamente que es inútil, que produce más falsos negativos que positivos ciertos. Israel implementó hace tiempo un sistema eficaz: todo el que llega a su territorio debe hacerse la prueba de PCR y encerrarse en su casa durante 24 horas, hasta tener el resultado. Si este es negativo, el ciudadano israelí queda liberado para hacer una vida normal. La prueba inservible de antígeno es lo que terminó cerrando las puertas de acceso al país y dejando a los argentinos varados en el exterior. No fue culpa de los argentinos que decidieron viajar, sino de las malas decisiones del gobierno nacional.
Muchos de los argentinos que estaban en el exterior (o la mayoría) viajaron para vacunarse. Y esto nos lleva a otro problema. El pésimo manejo de la contratación de vacunas. Los argentinos se vacunaron en gran medida con vacunas de segunda categoría, como la rusa Sputnik V y la china Sinophram. “Si una vacuna china es efectiva es solo porque sucedió una casualidad”, dice, irónico, uno de los principales científicos argentinos. Nadie olvida la imagen ampliamente difundida de una mujer argentina que salió llorando del vacunatorio porque le había tocado una vacuna china. La gente común intuye bien lo que no sabe científicamente. De la Sputnik no se volvió a hablar más, ni de la segunda ni de la primera dosis. Es un fracaso sanitario e ideológico de Cristina Kirchner y de su protegido Axel Kicillof, los dos impulsores del acuerdo con el déspota ruso Vladimir Putin. Lo que la ideología les impidió ver es que el laboratorio estatal ruso que fabrica esa vacuna carece de estructura y de dimensión necesarias para abastecer a varios países al mismo tiempo. A todo esto, la vacuna rusa no fue aprobada todavía por la Organización Mundial de la Salud ni por la EMA (el organismo de control de medicamentos europeo) ni por la FDA (su homólogo norteamericano). Los argentinos que pueden viajar al exterior no pueden hacerlo si les tocó aquí vacunarse con la Sputnik V o con la china, tampoco aprobada por las autoridades sanitarias europeas y norteamericanas.
Entretenido con el ajedrez ideológico, el Gobierno se alejó de las tres mejores vacunas del mundo, según todas las mediciones internacionales, que son Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson. Solo informó de un acuerdo con Pfizer y Moderna casi un año después de que pudiera concretarlo. La otra apuesta del cuarto gobierno kirchnerista fue la vacuna anglo-sueca AstraZeneca, que firmó un acuerdo con el empresario farmacéutico argentino Hugo Sigman para que parte del inmunizante se fabricara en la Argentina. AstraZeneca se reservó la posterior distribución. Es no lo dijeron. AstraZeneca demoró la entrega de sus vacunas en todo el mundo, menos en Gran Bretaña, donde tiene su sede central. Sigman es amigo del exministro de Salud Ginés González García y del actual jefe de Gabinete, Juan Manzur. En medios científicos se comenta en estos días el inesperado triunfo político y comercial del empresario Sigman tras la designación de Manzur al frente del gabinete.
Manzur estrena otra condición. Es el primer jefe de Gabinete con peso propio desde la instauración de ese cargo, luego de la reforma constitucional de 1994. Fue el único gobernador de uno de los siete distritos más importantes del país por el número de electores que ganó las elecciones de hace diez días. Todos los anteriores jefes de Gabinete, incluido en su momento Alberto Fernández, fueron operadores todoterreno del Presidente. Manzur, que puede volver a ser gobernador de Tucumán en cualquier momento porque pidió licencia, está en condiciones de hablarle al Presidente de igual a igual. No será una simple réplica de los gustos y decisiones presidenciales. Prevalecerá, con todo, la única situación que comparten: la desesperación por atraer al cliente que se les fue, antes de perderlo definitivamente.
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