Una oposición al servicio del Gobierno
La división, el narcisismo político y las ambiciones sin límites ni medidas entre ciertos opositores mancha a toda la oposición y coloca a la sociedad sin alternativas, peligrosamente sin opciones
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Menos de un mes después de un arrollador triunfo en el país, la oposición está haciendo un papelón. ¿Es solo una guerra de egos y de ambiciones? ¿O, acaso, existen proyectos políticos diferentes detrás de las aparentes y frívolas diferencias? ¿La nueva generación de políticos radicales practica de manera aun peor la vieja costumbre del internismo partidario? Un poco de todo eso existe en las peleas verbales (y en increíbles gimnasias boxísticas) de los últimos días. Aunque todos los dirigentes de Juntos por el Cambio juran y perjuran que la unidad de la coalición opositora está garantizada, lo cierto es que la imagen también tiene valor en la construcción de la política. Y la imagen y la decepción de los días recientes son fácilmente palpables en importantes sectores sociales. Desalentaron y defraudaron. Tal es el resultado de la aparición de los nuevos dirigentes del radicalismo.
Es justo y oportuno precisar dos situaciones. La vergüenza reciente no la protagonizó todo la alianza de Juntos por el Cambio. Esa coalición está integrada por Pro, por la Coalición Cívica y por el radicalismo, que fue el protagonista exclusivo del escándalo político. En Pro hay diferencias –cómo no–, sobre todo entre Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, de las que participa también Patricia Bullrich, pero son silentes. Nadie habla en público mal del otro ni hay, por ahora, fracturas expuestas. La Coalición Cívica reconoce el fuerte liderazgo de Elisa Carrió y es imposible imaginar en ese partido un cisma motivado solo por ambiciones personales. En Pro solo se advirtió una celebración triste de una buena victoria electoral, nada más que porque uno de sus líderes, Rodríguez Larreta, no logró en Capital y en provincia de Buenos Aires los grandes resultados electorales que lo hubieran convertido en el indiscutido candidato presidencial para 2023 por Juntos por el Cambio. La decepción personal de Rodríguez Larreta (su ambición presidencial es ya una obsesión) permitió que en los dos distritos electorales más expuestos del país el oficialismo pudiera crear el sofisma del “ganamos perdiendo” y que, al mismo tiempo, esté organizando la segunda celebración popular en la icónica Plaza de Mayo. Lo hará con motivo de cumplirse 38 años desde la restauración democrática, el 10 de diciembre, como si hubiera sido una conquista solo de ellos. El kirchnerismo es incapaz de resolver los grandes problemas del país o siquiera de entenderlos, pero es extremadamente astuto para elaborar un discurso y una retórica que dan por hechas cosas que nunca sucedieron.
La segunda situación que debe establecerse es que las últimas elecciones no cambiaron el Gobierno, sino solo la relación de fuerzas en el Congreso. El kirchnerismo sigue gobernando. Gobierna la Justicia y administra también la injuria pública. Ya lo vimos con el desopilante fallo de un tribunal oral que sobreseyó sin juicio previo a Cristina Kirchner, a sus hijos y a los empresarios Lázaro Báez y Cristóbal López por lavado de dinero en hoteles y edificios de Hotesur y Los Sauces, propiedad de los Kirchner desde que vivía el patriarca muerto de la familia. Ayer mismo, el ministro de Justicia, Martín Soria, patoteó a la Corte Suprema de Justicia en pleno durante una visita que los jueces habían previsto como de cortesía. Uno de los ministros de la Corte tuvo el impulso de levantarse y abandonar la reunión ante la violenta carga verbal de Soria. Finalmente, no lo hizo.
En los próximos días (el 16 de este mes, para ser precisos) se conocerá la sentencia del tribunal oral que está juzgando a Cristóbal López y su socio, Fabián de Sousa, por defraudación al Estado. Se quedaron con impuestos que les retenían a los clientes cuando les vendían naftas. Eran simples agentes de retención, pero con ese dinero que no le transferían al Estado construyeron un imperio empresario. En los últimos días, los medios de comunicación de López y De Sousa calumniaron y difamaron al periodista Hugo Alconada Mon y a LA NACION. Alconada Mon fue el periodista que investigó el caso Hotesur y que dio cuenta públicamente de lo que López y De Sousa hicieron con el dinero que era del Estado, no de ellos. La primera y más iridiscente investigación de Alconada Mon sobre los manejos de esos empresarios se publicó en 2013; cualquier vinculación del periodista con increíbles maniobras macristas, según la difamación de López y De Sousa, es una calumnia que ni siquiera respeta la cronología de los hechos. Puras mentiras. Alconada Mon sufrió la persecución de los servicios de inteligencia de todos los gobiernos. Sucede, además, que una reciente investigación de Alconada Mon, publicada el domingo último, reveló que 40 funcionarios de la AFIP fueron castigados y degradados por haber investigado los manejos presuntamente corruptos de los Kirchner y de López y De Sousa. La intensa campaña contra Alconada Mon puede tener otros destinatarios: los jueces que están a punto de decidir si esos empresarios son culpables o inocentes. El acoso al periodista sería un anticipo a los jueces de los que les pasaría si fallaran en contra de López y De Sousa.
En ese paisaje, en el que el periodismo es ultrajado y los jueces son presionados, la oposición pierde el tiempo hablando de sí misma. La ruptura del bloque radical de la Cámara de Diputados era innecesaria, porque simplemente el grupo que se escindió perdió la elección interna que intentó desplazar de la conducción a Mario Negri. No aceptó la derrota. Fue un feo fracaso: 27 votos en contra de ellos y 12 a favor; esta docena está integrada por los que se fueron para hacer un bloque aparte. La cabeza visible de la fractura es el diputado radical Emiliano Yacobitti, que nunca encabezó una lista ganadora. Yacobitti, que viene de Franja Morada, tiene la costumbre de romper lo que no puede ganar; hizo lo mismo en una reciente reunión de la Juventud Radical. Es una pésima práctica del peor radicalismo de hace 50 años.
Yacobitti no existiría si no fuera porque tiene un padrino: Enrique “Coti” Nosiglia, que influye en el radicalismo desde hace 35 años. Nosiglia nunca se presentó a una elección y nunca, por lo tanto, ganó una elección. Su influencia es económica, dinero que proviene de empresas que no se conocen, y su costumbre es permanecer en las sombras de la política. Junto con el peronista José Luis Manzano creó en los años 80 una generación de gerentes de la política, los que administran la plata que no se ve en la vida pública. Hay que señalar que Manzano se dedicó luego, al menos, exclusivamente a los negocios; su influencia en la política actual es nula. Nosiglia sigue conviviendo con la política y los negocios. Nosiglia es el “boss” de Yacobitti, pero también es quien está detrás del senador Martín Lousteau, un protagonista principal de las peleas de los últimos días. Actual senador nacional, Lousteau tiene una enorme estima de sí mismo y una descomunal ambición. Su relación con el radicalismo es ambivalente; cuando era diputado salía y entraba del bloque radical como si este tuviera una puerta giratoria. Lousteau se presentó a elecciones, encabezó como candidato a senador las elecciones de 2017 en la Capital y las ganó. Eso lo diferencia de Nosiglia y Yacobitti. Pero también fue ministro de Economía de Cristina Kirchner y, como tal, firmó la resolución 125, que directamente les confiscaba el dinero a los productores de soja. Esa resolución descerrajó la guerra perdidosa de Cristina Kirchner con el campo en 2008. Los radicales le recordaron a Lousteau ese antecedente durante las grescas recientes.
Otro exponente de esa corriente rupturista es el cordobés Rodrigo de Loredo, con más ego que pergaminos en la política. Integró la lista que encabezó para el Senado Luis Juez en la interna cordobesa de Juntos por el Cambio y que ganó. Yacobitti, De Loredo, Lousteau y, desde ya, Nosiglia, intentaban desplazar a Negri, que en los últimos años fue líder del bloque radical en Diputados y coordinador del interbloque de Juntos por el Cambio. Negri fue elegido diputado nacional por Córdoba en 2019 con el 52 por ciento de los votos y tiene mandato hasta 2023. Perdió la reciente interna con Juez y De Loredo (más con Juez, que era el primer candidato a senador nacional, que con De Loredo), pero tiene un mandato inmodificable como diputado nacional. Negri fue un excelente jefe del bloque radical y del interbloque cambiemita; tiene una larga experiencia parlamentaria y nunca se dejó llevar por los intentos de seducción del kirchnerismo. Ni por los de Sergio Massa, que es más sutil en sus afanes de cooptación. ¿Por qué Yacobitti o De Loredo serían mejores líderes parlamentarios que Negri? ¿Solo, acaso, porque ganaron una interna o porque cuentan con la protección del omnipresente Nosiglia? En tal caso, ¿el senador Luis Naidenoff, un buen jefe del interbloque de Juntos por el Cambio en el Senado (será reemplazado ahora por Alfredo Cornejo), no debería tener ese cargo porque siempre pierde en su provincia, Formosa, ante el eterno caudillo peronista Gildo Insfrán?
Carrió suele decir que en Juntos por el Cambio la diferencia fundamental es entre panrepublicanos y panperonistas. No se refiere, desde ya, a los peronistas republicanos que expresa Miguel Ángel Pichetto, que protagonizó un cambio fundamental y definitivo en su vida política. Alude, más bien, a los que frecuentan a Massa, entre los que incluye a Rodríguez Larreta, a Yacobitti y al propio Nosiglia. Nunca antes se había hecho una denuncia pública tan fuerte contra Nosiglia como la que formuló Carrió en un reciente acto por los 20 años de la Coalición Cívica. Macri, Rodríguez Larreta y Bullrich estaban sentados en primera fila. Macri tuiteó luego varios párrafos del discurso de Carrió. En rigor, a Macri y Carrió los volvió a unir el común rechazo a los acercamientos de algunos de los suyos con Massa.
En el fondo, la preocupación entre los principales dirigentes de Juntos por el Cambio no se encierra solo en las aberraciones de algunos radicales, dispuestos a ponerse de espaldas a la sociedad. La inquietud más profunda consiste en que los números están casi empatados en la Cámara de Diputados. Juntos por el Cambio tiene 116 diputados y, a la hora de votar, el Frente de Todos cuenta con 117. El oficialismo tiene uno más, pero Sergio Massa, presidente del cuerpo, no vota, salvo en caso de empate. Las alianzas de unos y otros con el resto de los partidos son vacilantes y efímeras para alcanzar los 129 diputados que se necesitan para tener quorum propio. Cualquiera puede alcanzar ese número decisivo. Los que tienen el Estado en sus manos cuentan con más recursos que la oposición. La división, el narcisismo político y las ambiciones sin límites ni medidas entre ciertos opositores mancha a toda la oposición y coloca a la sociedad sin alternativas, peligrosamente sin opciones.
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