¿Una nueva Constitución cubana?
El "pueblo" cubano aprobó la nueva Constitución: en el plebiscito del domingo 24 de febrero, votaron más del 80% de los que tenían derecho a hacerlo; y más del 80% de los que lo hicieron dijeron que sí, que bienvenida sea la nueva Carta Magna. Curioso: en cualquier parte del mundo sería un triunfo; pero no en Cuba, el reino que Fidel quiso unánime. Somos un solo pueblo, decía, todos pensamos lo mismo, la misma fe nos une, somos una sola persona, todos juntos formamos un haz, un cuerpo místico. En Cuba, el No no está previsto, admitido, contemplado; quién lo pronuncia traiciona, quienes disienten blasfemian en en templo. En el pasado el NO estaba casi ausente; el control social sobre la población está tan extendido que siempre logró conjurarlo. ¿Se hizo tarde y aún no votaste? El CDR, leal y alerta, viene a buscarte a tu casa. Mejor adecuarse que perder el trabajo, el acceso a la universidad, sufrir hostigamiento y ostracismo. ¿Exagero? Para nada; no somos una democracia "burguesa", recordaba el viejo Fidel; aquí nunca verán, aseguraba, "la famosa división de poderes del famoso Montesquieu". No es casual que las elecciones, en Cuba, solo dejen dos alternativas: SÍ o NO. Que en realidad es una: el Bien somos nosotros, el Mal ellos; paraíso o infierno; es un trópico sin colores, solo blanco y negro. El estado y el partido ordenaron votar SI, el debate no estaba permitido, la competencia menos, uno era el mensaje de la televisión y de los periódicos. Que el 20% no votara; que el 20% de quienes votaron anulara la papeleta, tiene algo de milagroso o heróico.
¿Estamos por lo tanto frente a un viraje?
Para nada: la verdad es que Cuba es el lugar más repetitivo y predecible del mundo. Todo lo que sucede, ya ha pasado mil veces. Este es el gran triunfo de Fidel, la culpa que nunca se le podrá perdonar: haber obligado a los cubanos a cargar en eterno con sus ideales fracasados; haber creado una reducción jesuita pretendiendo aislarla del cambio histórico; una comunidad de fe que aplasta la herejía, la creatividad, la originalidad e impone la limpieza de sangre como una inquisición; un orden que come las religiones, decía, se basa en la repetición de las mismas ideas, los mismos gestos, las mismas palabras, hasta convertirlas en dogmas. Y así por la eternidad, hasta que un día la historia romperá los terraplenes y los cubanos querrán recuperar el tiempo perdido: prepárense para bailar, entonces.
El voto sobre la Constitución, por lo tanto, por cuántas grietas enseñe en la armadura de un régimen fuera del tiempo y del mundo, debe tomarse por lo que es: un ritual de poca importancia para la mayoría de los cubanos; una liturgia grotesca. ¿Qué votaron? Por un lado, aprobaron que el socialismo sea eterno e irreversible, como si la irreversibilidad de la historia se decidiera por votación; que el partido comunista es la Iglesia a la que deben adherirse todos los cubanos, el guardián de la fe que todos deben profesar. Pero por otro lado, dado que el socialismo nunca produjo prosperidad, los cubanos aprobaron que haya muchas excepciones a la moral socialista. Su nombre es consabido: mercado, inversiones extranjeras, actividades privadas, incluso un poco de propiedad individual; cosas que en otros lugares los cancerberos de la ortodoxia castrista llamarían "neoliberalismo": palabra passe partout, buena para todo lo que huele a azufre capitalista.
¿Cambiará algo para los cubanos?
Lo dudo. Por eso no le hacen mucho caso, tienen otras cosas en que pensar: la vida cotidiana; dura, llena de carencias, escasa en gratificaciones. Se la pasan tratando de "resolver", de ganarse la vida sobornando funcionarios para reparar la casa, comprando servicios médicos que deberían ser gratuitos, contratando maestros privados prohibidos; porque en el reino del socialismo, donde el dinero es el estiércol del diablo y el mercado fruto del pecado, todo se compra y se vende, todo tiene un precio, estrictamente en dólares. Y al no exisistir democracia ni meritocracia, el peldaño de cada uno en la escala social está establecido por la "familia" a la que se tiene acceso: amigos, socios, familiares. Mientras todos oran el mismo Dios en la Iglesia y en las urnas, desde la anteiglesias comienza el sálvese quien pueda. Cuba es el reino de la doble moral.
Más que en las urnas desvaídas del plebiscito constitucional, el futuro cubano se juega en Caracas. No solo, y no tanto, porque Cuba le sacó a Venezuela una ayuda comparable a la recibida un tiempo de Moscú; ayuda necesaria para hacer flotar un régimen incapaz de generar riqueza. Más importante es que el chavismo fue, desde el primer momento, el hijo favorito de Fidel, el megáfono de su fe, el trampolín desde el cual convertir a la humanidad como un tiempo lo habian sido Angola, Nicaragua, Etiopia. Venezuela está llena de soldados, técnicos, maestros, médicos cubanos; "internacionalistas" bajo cuya apariencia Cuba siembra los países amigos de apóstoles armados con cruz y espada. El desastre venezolano ya enterró el sueño cubano de un vasto frente panlatino, socialista y cristiano, antiliberal y antinorteamericano, bajo la bandera del ALBA.
Hoy quedan las ruinas. Pero si el régimen cayera en Venezuela, y lo hiciera como resultado de una revolución popular pacífica desatada por su ineptitud, violencia y corrupción, el golpe generaría un eco tan fuerte que a Cuba le costaría fingir de no haberlo escuchado. ¿Qué pasaría entonces? Quién sabe. Pero el próximo plebiscito constitucional podría convertirse en un asunto serio.
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