Una marcha con buenas razones, pero con demandas sectoriales
La Argentina tiene muchos problemas graves, pero una tragedia: dos de cada tres menores de 18 años son pobres. Uno de cada cinco menores es indigente: la cantidad de alimentos que consumen no cubre el gasto energético que realiza diariamente.
La marcha del pasado lunes se ocupó de algunos de los problemas graves. Sería largo enumerarlos, porque en las movilizaciones autoorganizadas las demandas son múltiples y, muchas veces, difusas: no hay necesariamente una consigna que exprese el sentimiento de quienes protestan. No parece, empero, un abuso sugerir que había demandas de tres órdenes diversos: políticas, económicas y subjetivas.
Demandas políticas: una parte importante de la sociedad entiende que el gobierno está traspasando barreras. La propuesta de la mal llamada reforma judicial –no es, en verdad, más que un reordenamiento del Poder Judicial, ya que todos los contenidos reformistas se perdieron en el camino que va de las intenciones al proyecto– es percibida no sin fundamento como un intento de control sobre la Justicia y una búsqueda de impunidad para delitos pasados y futuros cometidos desde la función pública o contra el Estado por socios del poder.
Las demandas económicas expresan la preocupación de quienes ven en riesgo o ya perdidas sus fuentes de ingresos: pequeños empresarios y comerciantes, profesionales independientes, cuentapropistas; un amplio universo que escapa de la mirada del Estado, para el que existen los que tienen mucho y los que no tienen nada.
Este gobierno, como prácticamente todos los gobiernos de las últimas décadas, carece de discurso y de políticas para los sectores medios; sectores que ante el confinamiento no disponen de grandes patrimonios en los que refugiarse y a los que les resultan insuficientes los fondos que el Gobierno otorga, cuando los considera en condiciones de recibirlos.
Demandas subjetivas: las que tienen enunciados más difusos, pero que expresan hastío y temor. Una cuarentena, por definición, debe ser breve y tener un plazo de terminación. En esas condiciones los individuos están dispuestos a realizar el intenso esfuerzo emocional, social, económico y aun físico que ellas exigen. Pero seis meses -que seguramente serán doce al final del camino- no es un período compatible con la cuarentena.
Se trata de una situación provisoria, pero prolongada, a la que es necesario adaptarse individual y colectivamente, y que exige tanto del esfuerzo de las autoridades como de la responsabilidad personal.
En las marchas del lunes estaba también implícito, entonces, el fastidio ante la incapacidad del Gobierno de encontrar un modo no solo de nombrar, sino también de producir una realidad social diferente de la estricta cuarentena inicial y de la ansiada normalización de la vida cotidiana, para la que aun falta demasiado.
Esa incapacidad es grave, porque revela no solo falta de imaginación política, sino también falta de empatía con la sociedad y, sobre todo, ausencia de ideas acerca de cómo salir del confinamiento inicial, no solo en términos de interacciones personales, sino sobre todo en términos económicos y sociales, es decir, colectivos.
Las sencillas y trascendentes preguntas acerca de cómo se sale de esto, y la que va con ella respecto de hacia dónde vamos, siguen abiertas. Mientras buena parte de los actores de la sociedad civil -académicos, intelectuales, ONG´s- intentan pensar la "pospandemia", el Gobierno solo repite "cuarentena". La conversación, así, resulta imposible.
Así, muchos de los graves problemas que enfrenta la sociedad estuvieron presentes en las manifestaciones del lunes. Pero hubo, también, una gran ausencia: la tragedia. Entre todas las pancartas, los hashtags que circularon en las redes, los videos que convocaban a movilizarse, no hubo ni una sola mención al sufrimiento de dos de cada tres chicos de nuestra patria que son pobres o que ni siquiera consiguen cada día los alimentos que repongan la energía que sus cuerpos consumen en la vida biológica.
Es cierto: no todas las manifestaciones públicas deben estar atentas a todos los problemas, ni siquiera a los más graves. Pero esas manifestaciones no se presentaron a sí mismas como la expresión de una reivindicación sectorial. No: dijeron que estaban preocupadas por la patria. Banderazo por la patria. Pero de la patria, el lunes, estuvieron excluidos los sufrientes.
De modo que no fue, de hecho, un banderazo por la patria, sino por las reivindicaciones de algunos. Importantes, indudablemente, centrales, por supuesto. Pero no generosas: solo las de unos, no las de todos. En las movilizaciones del lunes hubo, qué duda cabe, muy buenas razones, pero no tuvo una mirada más integradora y solidaria. Es una lástima.
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