Una llamada anónima y un breve encuentro en Núñez
Después del mediodía del martes entró una llamada de un número desconocido. "Te van a contactar para pasarte una documentación" fue el mensaje en mi teléfono móvil de una voz masculina que no se identificó. Cinco horas después tenía en mis manos seis cuadernos que, a simple vista, son aquellos con los que trabajamos en 2018.
Quienes nos dedicamos a la investigación periodística solemos tener encuentros de este tipo con diversas fuentes que prometen información. Muchas veces, la mayoría de ellas, no arrojan ningún resultado. A las 20, en una esquina del barrio porteño de Núñez, una persona que no conozco me entregó, en una bolsa blanca, lo que en apariencia eran los originales de seis de los ocho cuadernos que escribió Oscar Centeno, el remisero que tomó nota de la corrupción durante diez años de trabajo en el ex Ministerio de Planificación Federal.
Desde el inicio de la investigación que dio lugar al caso de los cuadernos, a principios de 2018, el trabajo del equipo de LA NACION se concentró en cuadernos idénticos a los que ayer llegaron a mis manos. A mis ojos, son los mismos. Pasó un año y medio desde que devolví los originales a quien había sido mi fuente, Jorge Bacigalupo.
La decisión –el año pasado– había sido ir por el camino de la Justicia, la única que puede descartar o valorar las evidencias. Y, en aras de la transparencia, informar a los lectores en el momento en que la Justicia actuaba.
Ese rumbo es el mismo que LA NACION eligió ayer: entregar al fiscal Carlos Stornelli la documentación, en este caso apenas unas horas después de haberla recibido. No tenía sentido conservarla para investigar su contenido, como habíamos hecho la primera vez.
A las 19.30 del martes esperaba en la esquina porteña en que había quedado con quien me llamó. Hubo una segunda llamada, con la indicación del lugar exacto del encuentro. Jamás había visto antes al hombre. Canoso, de unos 60 años y alrededor de 1,60 metros de altura, vestido con un saco azul y con una mochila negra, apenas me hizo un comentario sobre el tránsito. Fue casi un diálogo sin sentido el que mantuvimos los escasos 30 segundos que duró el encuentro. Él venía del centro, dijo; yo, de Vicente López. "Me dijeron que te entregue esto". Sacó una bolsa de papel y me la dio. "Me tengo que ir porque tengo que regresar al centro", aclaró, sin responder a mis preguntas sobre el contenido de la bolsa y su origen. Tomó su mochila y se fue caminando, presuroso.
A las 19.30 de ayer esperaba en la esquina -cuya ubicación exacta la justicia pidió mantener en reserva- en que había quedado con quien me llamó. Después entró un segundo llamado, con la indicación del lugar exacto del encuentro. Jamás había visto antes al hombre
De inmediato, me paralizó el temor. A partir de ese momento, todos eran sospechosos a mis ojos. Sentía que me miraban de reojo. No pude estar mucho más tiempo en la zona. Busqué el auto, que había estacionado en una cochera cercana, y me fui.
¿Qué hacer con estas pruebas vinculadas al origen de nuestra investigación? ¿Quién fue el que me entregó (o mandó entregarme) la bolsa con el material? Y otra pregunta básica: ¿por qué ahora? La oportunidad, cuatro días antes de las elecciones presidenciales, en las que Cristina Kirchner integra la fórmula favorita en los pronósticos, claramente no parece un hecho en absoluto inocente y que no se puede dejar de poner como inicio de cualquier análisis.
El valor de contar con esta pieza probatoria será motivo de peritajes judiciales. El peso de las copias digitales con las que se inició la causa había sido motivo de enormes debates, al punto de que una parte de la opinión pública, del periodismo y de la clase política prefirió calificarla como "la causa de las fotocopias". No solo fue un tema de redes sociales o posturas sobre las copias o no. Planteos judiciales en ese sentido no tardaron en incorporarse al expediente.
Varias defensas opusieron sus críticas judiciales, procesales o probatorias respecto de la validez de las copias para un proceso penal de esta profundidad. Sin embargo, un juez de primera instancia, Claudio Bonadio, y una sala de la Cámara Federal ya se expidieron sobre el tema y no hicieron lugar a los planteos. "Muchas de las defensas cuestionaron el valor de estos cuadernos como evidencia en el proceso porque no pudieron ser secuestrados. De ahí que se los invoque como ‘las fotocopias’ o ‘las imágenes’, en un curioso intento de desprestigio, cuando tal apelativo no deja de reconocer correspondencia con un original del cual es derivación", dijo la Cámara.
"Me dijeron que te entregue esto". Sacó una bolsa de papel y me la dio. "Me tengo que ir porque tengo que regresar al centro", aclaró, sin responder a mis preguntas sobre el contenido de la bolsa y su origen
Se podría alegar, con bastante razón, que la divulgación de estos cuadernos aporta poco al conocimiento de la trama que ellos documentan. Y es verdad. Una vez que la Justicia verificó con otras fuentes los hechos consignados en sus páginas, las crónicas de Centeno pierden parte de su valor. Sin embargo, hay un detalle que sí otorga valor a la publicación de los originales. El argumento más reiterativo que utilizó el kirchnerismo para menospreciar la información que proporcionaban las anotaciones del remisero consistía en señalar que "se trataba de meras fotocopias". De esa observación, de decirse, al menos, inconsistente, debía inferirse que, si en algún momento aparecían los cuadernos "verdaderos", su contenido ganaría en veracidad. He aquí la paradoja: la publicación, hoy, de estos cuadernos viene a satisfacer una demanda de quienes se sienten perjudicados por ella.
La decisión de publicar esta noticia forma parte de un dilema. A nadie se le escapa que la aparición tiene un efecto electoral, en la medida en que revive una información que, en su momento, tuvo un impacto muy negativo en la imagen y la intención de voto del kirchnerismo. Pero el periodismo está expuesto todo el tiempo a esta contradicción. Son innumerables las ocasiones en que quienes acercan a la prensa una información pretenden obtener un beneficio político con lo que se publica. Muchas veces los periodistas ignoran esa finalidad. En este caso, parece bastante obvia. La forma de resolver esa contradicción no es ocultar a los lectores la novedad que se ha conocido, sino explicitar la intencionalidad de quienes la han proporcionado. La decisión fue entregarlos a la Justicia e informar lo ocurrido a los lectores. No hay nada que ocultar.
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