Una interna hecha crisis institucional
El futuro es cada vez más incierto; Cristina y Alberto se exponen al conflicto más grave que registra la democracia desde el colapso del 2001
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La disputa interna que profundizó la debacle electoral del oficialismo se transformó en una crisis institucional sin solución a la vista y que se fue agravando a lo largo del día, hasta convertirse en el conflicto más grave que registra la democracia desde el colapso de 2001.
Más de doce horas pasaron a partir del momento en que estalló públicamente el mayor enfrentamiento explícito entre el Presidente, su vicepresidenta y la poderosa organización que conduce el hijo bipresidencial sin que la ciudadanía supiera qué quedaba del gobierno del Frente (cada vez menos) de Todos. Con esa incertidumbre, en medio de una absoluta fragilidad política y una crítica situación económica, nos fuimos a dormir anoche los argentinos. Bailando sobre la cubierta del Titanic.
Alberto Fernández había decidido resistir o procrastinar una vez más, a pesar de la gravedad de los acontecimientos que desvelan a todo un país. “No voy a decidir nada bajo presión. El gabinete sigue igual. Nadie renunció formalmente, sino que pusieron a disposición su renuncia”, dijo en las últimas horas el Presidente a sus colaboradores más cercanos. Formalidades para eludir el fondo de la crisis.
Fue su reacción (emocional) y decisión (racional) a lo que él considera un ataque a traición. Se la transmitió a sus colaboradores casi seis horas después de que un rayo (paralizante) cayó en el primer piso de la Casa Rosada sin que nadie lo esperara.
Los hechos precedentes confirman lo imprevisto que resultó todo. El Presidente y sus principales colaboradores insistían a todos sus interlocutores en que no habría cambios en su gabinete hasta instantes previos a que Wado de Pedro, el ministro más poderoso del Gobierno, difundió la carta en la que ofrecía su renuncia. Lo que quedaba del Gobierno, que ya estaba en shock, terminó consternado.
Apenas pudo salir de la sorpresa por el golpe propinado, Fernández reunió a los propios que le quedan y tras acordar la decisión de resistirse resolvió acumular todo el capital político posible para negociar desde una posición de menor debilidad de la que había quedado con el doble golpe que significó el fracaso electoral y el apriete del cristicamporismo para que cambiara nombres y políticas.
Fueron preparativos para la batalla. Justo lo que la mayoría de los argentinos no quieren y así lo expresaron en las urnas el domingo, según coinciden incluso analistas de opinión de pública que contrata el Gobierno.
Para fortalecerse, Fernández y su menguado equipo salieron a pedir el aval de gobernadores, intendentes y dirigentes sindicales y sociales. Las redes rápidamente reflejaron las manifestaciones de respaldo que emitieron, a pedido, y el anuncio de una movilización en apoyo del Presidente. Señales (de humo y fuego) para Cristina y La Cámpora. Como si fuera el único lenguaje en el que pudieran entenderse.
La incomprensión mutua llegó a tales niveles que, según quienes hablaron con la vicepresidenta, esta insistía en que no pretendía condicionar la composición del gabinete, sino dejar al Presidente sin ataduras para que adopte las medidas necesarias que llevaran a dar alguna satisfacción a las demandas insatisfechas de los votantes, que expresaron su rechazo al oficialismo en las urnas o decidieron no ir a votar. “Que el Presidente asuma su rol”, es el mensaje. Por la razón o por la fuerza, dice el escudo nacional chileno.
Algo de eso se habría hablado en la reunión que el Presidente mantuvo con Aníbal Fernández, quien antes de concurrir a la Casa Rosada hizo saber de ese encuentro a Cristina. Según diversas fuentes, el expluriministro kirchnerista le habría sugerido al jefe del Estado que les pidiera a todos los ministros albertistas que siguieran los pasos de De Pedro para licuar el impacto de la movida de los funcionarios cristicamporistas. “Para disimular un elefante hay que llenar la calle de elefantes”, le habría aconsejado el refranero Aníbal. Hasta anoche, los paquidermos seguían siendo solo los de la especie kirchnerista y sobresalían como un cartel de neón en la noche albertista.
En el medio, Sergio Massa pretendía mediar o, al menos, ser visto como mediador. Por las dudas, se refugió en un lugar neutral, sus oficinas de la Avenida del Libertador 850, en Recoleta. Después de haber estado con Alberto Fernández en la Casa Rosada y con Máximo Kirchner en el Congreso, prefirió no ser visto en ningún lugar que llevara a sospechar que estaba tomando partido. Hombre previsor, además de componedor. Al final de la noche era poco lo que había conseguido. La intransigencia de los dos contendientes seguía irreductible. De poco valieron las advertencias sobre lo que podría pasar hoy en los mercados. Un dólar volando puede ser un llamador a la concordia, pero, quizá, tardío.
El enojo del Presidente no cedía anoche por considerar que fue víctima de una encerrona, aunque había recibido varias señales en las horas previas. Nada puede graficar mejor la magnitud del golpe de efecto y el emplazamiento al Presidente hecho por De Pedro y los funcionarios más representativos del cristicamporismo que el hecho de que la decisión de poner a disposición su salida llegara antes a los medios de comunicación que al despacho presidencial.
Cristina Kirchner y La Cámpora parecían haber obligado así al Presidente a resolver lo que él no quería hacer. De esa manera se interpretó unívocamente lo sucedido en el despacho presidencial y en las oficinas aledañas.
“Poné orden”, sigue siendo la orden. De Pedro terminó por hacer realidad todas las señales que la vicepresidenta y las figuras que mejor la representan (Alicia Kirchner, Axel Kicillof y Andrés “Cuervo” Larroque) le habían enviado a Fernández en las últimas 48 horas y que Alberto Fernández se rehusaba a aceptar.
La elocuencia y la publicidad del mensaje le impidieron al Presidente y sus más estrechos colaboradores ensayar algún maquillaje. Optaron por admitir que se trató de un apriete, cuyos destinatarios principales, además de Fernández, son el jefe de Gabinete y alter ego presidencial, Santiago Cafiero, y el ministro de Economía, Martín Guzmán. Precipitar la salida de los dos últimos es la colina que buscan capturar, aunque luego se emitieran señales para tratar de disimularlo. Para eso se hizo trascender la existencia de un llamado componedor de la vicepresidenta a Guzmán para negar que fuera su verduga.
A pesar de eso, la dimisión pública de los funcionarios vino a demostrar que uno de los puntos nodales de los muchos desacuerdos entre Fernández, la jefa de la coalición gobernante y La Cámpora pasa por la economía. Ese es el eje de todas las críticas del cristicamporismo y la gran causa, para ellos, de la debacle electoral del domingo pasado. Aunque abundan otros motivos y también reproches políticos mutuos. Hacer más o menos kirchnerismo es la cuestión de los conflictos, dicen en la Casa Rosada.
Señales anticipatorias
Dos episodios ocurridos en la mañana de ayer resultaron anticipatorios de la profundidad de la crisis y del desenlace parcial. Las palabras del ministro Guzmán defendiendo su gestión involucrando a Cristina y Máximo Kirchner fueron respondidas de forma indirecta por De Pedro con la presentación de su dimisión. Además, el ministro renunciante se desmarcó abiertamente de Guzmán en la reunión virtual del Consejo de las Américas realizada ayer a la mañana.
De Pedro dijo allí, palabras más, palabras menos, que el principio de acuerdo con el FMI al que había llegado el ministro de Economía es inaceptable. Volvió a reclamar más plazos y mejores condiciones de pago. Dejó en claro los motivos por los que la firma de ese acuerdo sigue dilatándose.
La crisis tiene ramificaciones que trascienden largamente la interna oficialista y la estabilidad institucional también impacta en el plano internacional. Como si la Argentina no tuviera problemas suficientemente graves y los padeceres de la población no alcanzaran para evitar más conflictos.
En este contexto, y aunque ahora parezca inverosímil, hasta ayer el viaje del Presidente a México previsto para pasado mañana no era puesto en duda. Se pretendía que saliera de la conflictividad interna cotidiana por un par de días, tomara oxígeno y recuperara energía para lo que se venía. Otra vez, Cristina Kirchner y los suyos le cambiaron los planes.
La tensión que venía viviendo Fernández desde la noche del lunes parecía resultar insoportable. Por eso, sus colaboradores consideraban imprescindible que viajara. Las reacciones del Presidente en las horas y días posteriores a la derrota electoral no resultaban las más adecuadas para reparar en algo lo ocurrido, sino todo lo contrario.
Ayer nadie podía explicar, por ejemplo, por qué el lunes había concurrido a la Casa Rosada con su pareja, Fabiola Yañez, que repone el irritante recuerdo colectivo de la fiesta clandestina de Olivos, interpretada como una de las causas de la debacle electoral. Peor aún que la imagen los mostrara en un helicóptero. Ni hablar cuando se supo que la aeronave se la había cedido Axel Kicillof porque la presidencial estaba en reparación. Una sucesión de eventos desafortunados.
La prolongación de la crisis resulta así mucho más inquietante. Los antecedentes no ayudan a llevar tranquilidad. En diciembre de 2011, La Cámpora le vació el gabinete al gobernador Daniel Peralta, un exkirchnerista de pura cepa, tras enfrentarse durante varios meses.
El futuro es cada vez más incierto y la situación del Gobierno y de todos los argentinos, bastante más frágil.
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