Una exhibición de traiciones en el peronismo
Massa llegó a ser candidato después de presionar (y hasta extorsionar) a los dos principales referentes de la coalición peronista gobernante: el Presidente y la vicepresidenta; nadie confía en él, pero se ve cómo sabe usar los codos para abrirse paso
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Sergio Massa es la consecuencia más obvia de casi cuatro años de un gobierno desastroso y de un peronismo que, por primera vez en cuatro décadas de vida democrática, se quedó sin alternativas.
En las últimas horas, Cristina Kirchner se sinceró: el ministro de Economía no es su candidato ni el de Alberto Fernández. Sergio Massa es solo el candidato de su propia audacia y de su monumental ambición. Desde octubre de 2013, cuando le ganó a Cristina las elecciones bonaerenses (y le impidió el pase a la re-reelección a la que ella aspiraba, aunque se la prohibía la Constitución), Massa sueña con la candidatura presidencial.
Sueña a tal punto que poco después de aquellas elecciones ganadoras, cuando él se convirtió en el político más popular del país, difundía falsamente que la entonces presidenta no reasumiría el cargo luego de la operación en el cráneo a la que acababa de someterse.
Sostenía Massa que Cristina convocaría a elecciones anticipadas para marzo de 2014; era, desde ya, el escenario electoral perfecto para Massa porque ganaría fácilmente esos eventuales comicios que no sucedieron nunca. Confundió información con anhelos, que es la peor confusión que puede tener un político.
Llegó ahora a ser candidato, después de presionar (y hasta extorsionar) a los dos principales referentes de la coalición peronista gobernante: el Presidente y la vicepresidenta. Alberto Fernández fue su jefe de campaña en las elecciones presidenciales de 2015, en las que Massa cosechó apenas poco más del 20 por ciento de los votos. Quedó relegado a un lejano tercer puesto, después del entonces oficialista Daniel Scioli y de Mauricio Macri, que terminó ganando la presidencia.
Pero el actual presidente salió decepcionado de esa experiencia con Massa (y Massa decepcionado de Alberto Fernández), a tal punto que en las siguientes elecciones legislativas Fernández se fue con Florencio Randazzo, que era candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. En las elecciones presidenciales de 2015, Massa prometió que metería presa a Cristina Kirchner y que terminaría con los “ñoquis de La Cámpora”. A su vez, Cristina Kirchner insinuó en la intimidad durante mucho tiempo que la caja fuerte robada de la casa de Massa en julio de 2013 por un efectivo de la Prefectura tenía mucho más dólares de los que se sabía y de los que el propio Massa denunció.
Más allá de esa historia de enconos y resentimientos, lo cierto es que Massa llegó a la alianza de 2019 con Cristina y con Alberto Fernández como un socio minoritario. En las elecciones legislativas de 2017, su sociedad electoral con Margarita Stolbizer (una de las principales denunciantes de la corrupción kirchnerista) había logrado solo el 5,76 por ciento de los votos nacionales. Es difícil explicarse cómo hizo ese político en decadencia para alcanzar luego la presidencia de la Cámara de Diputados, más tarde el Ministerio de Economía -lo que lo convirtió en el hombre fuerte del gobierno- y, por último, la candidatura presidencial del oficialismo, que es su última conquista.
Solo la explícita debilidad de Cristina y la indolencia política del Presidente (y el fracaso sin paliativos de la administración de éste) pueden explicar que los dos hayan tenido que renunciar a sus candidatos para caer en manos de Massa. Cristina lo trató en público de “fullero”, tal vez por su astucia para engañar, y Aníbal Fernández dijo, también en público, que Massa es un “carnívoro”, seguramente por el tamaño de su ambición. Nadie confía en Massa, pero él sabe usar los codos para abrirse paso, ya sea del brazo de Cristina Kirchner, de Margarita Stolbizer o de Alberto Fernández.
Cristina está segura de la derrota del peronismo en las próximas elecciones. Si no fuera así, no se explicaría que haya aceptado la candidatura de un animal político decidido a decapitarla no bien acceda al poder. Massa no es Scioli ni Alberto Fernández, ambos más predispuestos a aceptar la permanencia de los liderazgos preestablecidos. El verdadero maestro político de Massa es Néstor Kirchner; del expresidente muerto aprendió que la perseverancia puede terminar en el sillón presidencial, aunque no exista ninguna condición para ello, y que a los líderes que se reemplazan hay que matarlos políticamente. Kirchner lo hizo con Duhalde y con Menem. Massa jamás aceptaría compartir el liderazgo político con Cristina Kirchner, que nunca toleró compartir nada.
Es probable que Cristina no esté equivocada. Massa no solo debe explicar la inflación más alta de los últimos 30 años (que él no pudo resolver y, por el contrario, la agravó), sino también el sostenido crecimiento de la pobreza en el país. Y, sobre todo, el fracaso de todos los trucos para seducir a los tenedores de dólares. Como dice un reconocido dirigente político, no es cierto que la Argentina no tiene dólares, pero felizmente, agrega, los dólares están en manos de ciudadanos privados, no de los funcionarios.
Lo cierto es que el Banco Central nunca estuvo tan carenciado de dólares como durante la gestión de Massa al frente del Ministerio de Economía; la desconfianza en él no es privativa de Cristina ni de Alberto Fernández. El ministro no logró todavía un acuerdo provisorio con el Fondo Monetario, pero tiene que enfrentar a fin de mes vencimientos con ese organismo multilateral por 2.700 millones de dólares.
A principios de julio, tendrá vencimientos con tenedores de bonos argentinos de deuda externa por 1.000 millones de dólares. El economista Enrique Szewach consideró que sin el aporte de 4.000 millones de dólares del Fondo, que todavía no se acordaron, las reservas del Banco Central se reducirían a “valores recontra negativos, cuasi insostenibles”.
Massa, un optimista empedernido, confía en sus relaciones con el Fondo Monetario y, sobre todo, con el gobierno norteamericano de Biden. Eso es, precisamente, lo que lo distancia del electorado kirchnerista, que viene soñando con una revolución que no llega nunca. Massa representa también a una parte importante del empresariado argentino que promueve la continuidad del proteccionismo y, por lo tanto, de cierto aislamiento del mundo.
Estos presionaron también ante Cristina Kirchner y Alberto Fernández en favor de Massa. Pero, ¿cómo les explicará Cristina Kirchner a su seguidores que deberán votar a un representante de la denostada “derecha”? Un esbozo de esa explicación comenzó el lunes cuando aclaró que su candidato presidencial era el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro”, no Massa. Lo dijo delante de Massa, pero no explicó por qué no ejerció su derecho de veto.
¿Debía revelar, en tal caso, la dimensión de su debilidad política? Tal vez. Esa debilidad quedó expuesta ayer cuando hasta Victoria Tolosa Paz, una política desconocida hasta hace poco, le contestó brutalmente a quien fue dos veces presidenta de la Nación. “No me importa lo que piensa de mí”, la trató con desdén a Cristina Kirchner. Muchos gustos y regustos salieron a luz en la larga exhibición de traiciones que fue el peronismo de los últimos días.
El problema de Massa es que parte de ese electorado sorprendido a última hora podría decantarse por la candidatura presidencial de Juan Grabois, que eligió como compañera de fórmula a Paula Abal Medina, con un apellido con muchos significados en el peronismo. Es hija de Juan Manuel Abal Medina padre, que coordinó el regreso de Perón al país en 1972, y de Nilda Garré, que tuvo varios cargos durante el gobierno de Cristina Kirchner.
Es medio hermana de Juan Manuel Abal Medina hijo, que fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner y senador nacional. Grabois-Abal Medina competirán dentro de la coalición Unión por la Patria; es decir, competirán directamente contra Massa en las elecciones primarias y obligatorias del 13 de agosto. Grabois y Abal Medina le dan al kirchnerismo puro y duro la posibilidad de no votar a Massa sin desertar del espacio liderado por los Kirchner.
La aparición de última hora de Massa no solo provocó el explícito fastidio público de Cristina Kirchner; también obliga a Juntos por el Cambio a mirar más allá de la próxima baldosa. Massa no es “Wado” de Pedro, un político que debía empezar por presentarse al electorado y decirle quién es. El exalcalde de Tigre tiene varias campañas políticas en sus espaldas, algunas exitosas y otras perdidosas. Pero las tiene, y es ampliamente conocido en el país para bien o para mal. Es un profesional de la política, a quien muchos, aun los que lo detestan, le reconocen su habilidad para crear circunstancia que no existen. Es uno de los grandes comerciantes en el mercado político del humo.
Es probable que a Patricia Bullrich le sea más fácil confrontar con Massa porque no deberá explicar que es amiga de él, como le sucederá -y le sucede ya- a Horacio Rodríguez Larreta. Pero es igualmente cierto que es muy reciente el caso de Córdoba, donde toda la oposición al gobernador Juan Schiaretti hizo lo que debía hacer. Se juntó y acordó, sin grandes disputas. No alcanzó. El peronismo cordobés seguirá en el gobierno local después de 24 años en el poder.
Eso no indica que Massa vaya a ganar las próximas elecciones presidenciales; solo señala que las cosas se le complicarán más a la oposición, demasiada entusiasmada con sus módicas batallas internas, exageradamente confiada en que el poder está a la vuelta de la esquina.
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