Una ecuación sencilla: más demandas y menos consenso, mayores protestas
La ecuación luce sencilla. La acumulación de demandas crece y con ellas crecen las manifestaciones opositoras. El número y la extensión geográfica de la protesta de este lunes lo exponen. No hay un solo reclamo, sino múltiples. A los que convocan y participan de los actos los une el descontento con el Gobierno.
Los motivos que precipitan las marchas son diversos, algunos se superponen y se suman, otros van por caminos paralelos, pero al final encuentran el mismo destinatario. Tampoco todos tienen igual origen ni pertenecen al mismo sector político o demográfico. Los une contra qué y quiénes van.
El crecimiento constante de las manifestaciones, desde la realizada el 20 de junio, expresa el malestar de un sector de la población que tiene en los sectores más duros de Juntos por el Cambio (JxC) su mayor, pero no exclusiva, referencia. El rechazo al oficialismo es más aglutinante que la adhesión a un solo espacio opositor.
Como disparador de los reclamos ofician algunas políticas concretas del Gobierno. Es el caso, ahora, de la polémica reforma judicial, que vino a reforzar sospechas de ser una herramienta para la impunidad. Lo fue antes la fallida intervención y expropiación de Vicentin, cuya marcha atrás reforzó la idea de la potencia práctica de las manifestaciones. Aún antes fueron las prisiones domiciliarias para detenidos por corrupción, pero también por delitos comunes, o el cambio en el cálculo de las jubilaciones, que dispararon los cacerolazos que precedieron a estas marchas.
La pandemia, con su larga cuarentena, la crisis económica que tiende a agravarse sin salida a la vista y la inseguridad creciente son el sustento palpable del hartazgo,el enojo, la incertidumbre, los temores o la indignación que impulsan a los manifestantes. Lo dijeron.
Pero existe de fondo un elemento preexistente que es más poderoso y que algunas medidas de la administración de Alberto Fernández le sirven de confirmación de suspicacia (también, de prejuicios).
Para la gran mayoría de los manifestantes, la centralidad de Cristina Kirchner en la coalición gobernante, que siempre parece estar en fase creciente, resulta estructurante y motorizadora. También, autoexplicativa de las protestas. Fernández no ha conseguido convencerlos de su autonomía. Más bien el paso del tiempo y algunas decisiones lograron lo contrario.
Los ocho años de gobierno cristinista fraguaron el rechazo de un sector de la población, que sigue siendo mayor que el de los adherentes, según las encuestas más confiables. La imagen negativa de la vicepresidenta permanece por encima de la positiva, a pesar de la elevada adhesión que siempre mantuvo, sostenida por un núcleo rocoso que la apuntala. Hasta el fanatismo de no aceptar críticas y menos de ensayar autocríticas. Impensable después de la entronización de Fernández, que, con la suma de Sergio Massa, logró romper aquel techo de rechazos para recuperar el poder.
Por eso, para los opositores que deciden salir a la calle no tienen efecto disuasorio las advertencias sobre los riesgos sanitarios que puede entrañar una concentración cuando la circulación del coronavirus continúa batiendo récords. Por más fundadas que estén esas prevenciones. Por el contrario, las críticas del kirchnerismo más radicalizado, que en algunos casos parecen amenazas, ofician como un poderoso estimulante. Aun a riesgo de exponer la propia salud o la de terceros, contagiándose o propagando el virus.
Expresiones como la de la titular del PAMI, Luana Volnovich ("Si alguien convocara a mi mamá a una marcha, lo mato"), fortalecen la reacción. Tanto como consolidan las identidades de los espacios y las visiones de adherentes y militantes. Tampoco sorprende que logren la reacción contraria los llamados a la unidad, invocando a San Martín, de Fernández y Cristina Kirchner. Los más duros opositores les respondieron con sus propias citas del Padre de la Patria. A cada uno le llega su San Martín. Irreconciliables.
En este contexto en el que la grieta se ahonda parece una paradoja que los dirigentes con mayor aceptación o los únicos que tienen imagen positiva neta, como Horacio Rodríguez Larreta y el Presidente (en ese orden) se caractericen por su discurso y gestualidad moderados. Aunque no siempre Fernández logre mantener el temple.
Tal vez la crispación en las calles, en algunos micrófonos y en todas las redes sociales no tenga el mismo arraigo en la mayoría de la sociedad. Años de confrontación y fracaso han sedimentado en un hartazgo de buena parte de la ciudadanía, que desdeña fanatismos, disputas permanentes y antinomias insolubles.
En eso parecen coincidir en la Casa Rosada y en el gobierno porteño. Desde el entorno presidencial evitaron sumarse a las voces más confrontativas. Aunque los funcionarios más cercanos a Fernández buscaron relativizar el reclamo, acotándolo a una expresión partidaria, se apuraron a aclarar que no lo minimizaban. Y tomaron distancia de las expresiones más descalificadoras. Como es habitual (y funcional), dicen que son los "kukas silvestres", como llaman a los radicalizados sin cargos de relevancia en el Gobierno.
Rodríguez Larreta y los moderados (o tibios, según quién los califique) también buscaron una diagonal para atravesar la incómoda situación en la que los pusieron los dirigentes más combativos de Juntos por el Cambio, que convocaron a la manifestación. No la apoyó, como estos pretendían. Pero tampoco la desalentó, como le exigían y lo chicaneaban algunos oficialistas, por su condición de responsable de la salud en el distrito porteño y dado el carácter violatorio del aislamiento social de la protesta.
Desde las cercanías de Fernández y de Larreta se admite otra coincidencia. En lo inmediato ganan los duros, pero a la larga, es decir a la hora de las elecciones, se impondrían los dialoguistas. Es su apuesta. Mientras tanto, ambos aprovechan la consolidación de cada espacio que provocan los extremos. El carácter multifacético del peronismo ha sido una de las claves de su permanencia política. Hace escuela.
Sin embargo, la realidad puede exponer esa estrategia a un desafío mayúsculo si las demandas se siguen acumulando y las protestas continúan creciendo. La sociedad padece necesidades y demanda soluciones. Aunque muchos no salgan a protestar.
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