Una condena que solo conocían los jueces y el secretario hasta una hora antes del veredicto
El hermetismo en el tribunal que sentenció a la vicepresidenta incluyó a los empleados; entre los magistrados hay un clima de paz y satisfacción por haber concluido el proceso iniciado en 2019
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El hermetismo en el tribunal que condenó a seis años de cárcel a Cristina Kirchner fue total. Hasta una hora antes de que el juez Jorge Gorini leyera el veredicto, solo sabían su contenido los otros dos magistrados del Tribunal Oral Federal N°2, Rodrigo Giménez Uriburu y Andrés Basso, y el secretario Tomás Cisneros. Los empleados ignoraban el contenido de la sentencia y se fueron enterando a medida que bajaban hasta la sala B de audiencias de la planta baja del edificio de Comodoro y 2002, del lado del edificio que da al río de La Plata.
Los 12 empleados se ubicaron en las primeras filas con nerviosismo. Y escucharon cómo Gorini, con los papeles en la mano, leía la parte dispositiva. Hubo silencio cerrado en la sala, donde además había policías, un camarógrafo y periodistas. Al terminar la lectura del fallo, los jueces abandonaron la sala seguidos por el secretario Cisneros, con su termo y su mate. Solo un empleado palmeó a otro en el hombro.
Un día después, los gestos de satisfacción imperan en el tribunal. Las impresiones en los pasillos de Comodoro Py apuntaban a una sensación “de paz”, de haber concluido un juicio que se hizo con “tranquilidad de conciencia”.
Los jueces terminaron su jornada muy tarde la noche del martes y casi no tuvieron tiempo de comentar lo ocurrido. El miércoles por la mañana los tres ya estaban ocupados en otros dos juicios: Gorini presidió un juicio de lesa humanidad por violaciones a los derechos humanos en la causa Ahmed, junto con Giménez Uriburu y Nicolás Toselli. Basso, por su parte, juzgó a un grupo de narcotraficantes en el segundo juicio por el tráfico de drogas en Itatí, Corrientes, donde ya fue condenado el exintendente Natividad Terán, alias “Roger”.
Los jueces eligieron por ahora el silencio. Solo se pusieron de acuerdo para adelantar una reseña con las razones del fallo, pero eligieron no dar entrevistas al menos hasta la lectura de los fundamentos, que está prevista para el 9 de marzo.
Ya están trabajando en la redacción de ese escrito, que tendrá varios cuerpos y que estará basado más en la prueba documental -los expedientes de licitación, por ejemplo- que en la prueba testimonial, es decir, en el relato de los diferentes testigos que declararon en estos tres años y medio de juicio oral y público.
A lo largo de este tiempo se consolidaron los lazos en el tribunal. Gorini y Giménez Uriburu comparten tribunal desde 2011, mientras que Basso fue designado como subrogante para este juicio que acaba de concluir. Pulieron diferencias, aprendieron a convivir, en una tarea donde habían formado un equipo no por elección, sino por obra del destino.
La confianza entre los tres jueces y la certeza de que los unía un mismo norte fue lo que permitió al tribunal seguir adelante en momentos en que se los puso a prueba para tomar decisiones. La disidencia en el debate, donde Basso se pronunció por condenar por asociación ilícita y sus colegas solo por fraude, es parte de las cuestiones del oficio.
Solo quedó un sabor amargo entre algunos funcionarios judiciales después de la lectura de la sentencia: la teoría manda que un fallo en un juicio pretende buscar sanar, restaurar, retornar a cierta armonía quebrada por el delito. Pero en este caso sucedió lo contrario: la lectura de la condena radicalizó las posturas a favor y en contra de la vicepresidente, el veredicto no logró superar las diferencias. Solo queda un consuelo: ahora ya no depende del tribunal hacerlo.
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