Una coalición con destino de colisión
Lo que acaba de ponerse sobre la mesa opositora es todo lo que no se institucionalizó, no se discutió, se toleró y no se saldó en siete años; todos buscan diferenciarse, a riesgo de que no le interese a nadie
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Más preocupados por marcar diferencias entre sí que por responderse qué los une, buena parte de los principales dirigentes de Juntos por el Cambio van llevando a la coalición opositora a un destino de colisión que asoma difícil de evitar. Disputas que un oficialismo en problemas celebra y amenaza con hacer explotar. No le faltan recursos.
Los recientes temblores que sacudieron la interna cambiemita, desatados por el out-insider Facundo Manes, no son los primeros que mueven fuerte el sismógrafo opositor, así como casi nadie tiene dudas de que no serán los últimos ni los más intensos. Se avecinan más tiempos turbulentos.
El tenor de los serios cuestionamientos de naturaleza institucional por parte del neurodiputado a la gestión presidencial de Mauricio Macri abrió un surco indisimulable de consecuencias internas y externas evidentes, todavía difíciles de dimensionar en cuanto a su profundidad y extensión. Sobran diferencias personales y políticas.
Una acumulación de elementos compone ahora el escenario perfecto para que empiece a emerger todo lo que se viene guardando bajo la alfombra de Juntos por el Cambio.
En esa lista debe inscribirse la acelerada búsqueda de definición de identidad política-ideológica que le imprimió a la coalición en los últimos meses Mauricio Macri, al amparo de su recobrada centralidad, pero sin la recuperación de un liderazgo indiscutido. También inciden con fuerza la ausencia de un precandidato presidencial imbatible internamente y la presencia de varios precandidatos con ambiciones y posibilidades reales. A eso se suman diferencias de orígenes y proyectos, ambiciones en conflicto y un horizonte político, electoral, económico y social demasiado incierto y volátil. Combustible líquido que lo empapa todo.
Más allá de cuestiones personales y de facción, que pesan y mucho, lo que acaba de ponerse sobre la mesa opositora es algo más complejo y profundo. Es todo lo que no se institucionalizó, no se discutió, se toleró y no se saldó en el tiempo que tiene de vida de la coalición: siete años y medio. La comezón del séptimo año llegó en todo su esplendor. Pero sin el glamour de Marilyn Monroe.
Las tentaciones para sobresalir y diferenciarse no encuentran en el actual contexto el incentivo suficiente, más allá de declamaciones y buenas intenciones, para alcanzar la unidad indisoluble cambiemita. Una “unidad hasta que duela”, diría el cristinista tardío José Luis Gioja.
Aunque parece advertirse todavía más compleja: los que tienen divergencias no han encontrado una buena nueva razón para renovar la decisión de estar juntos. La unión empieza a doler. Más aún mientras se instala el escenario que hoy más desvela a casi todos los cambiemitas y para el que no tienen solución a la vista: la derogación de las PASO impulsada por un vasto sector del peronismo. Sin internas obligatorias no hay método que se vislumbre para definir una única candidatura presidencial.
Tal como lo ratificó el reciente comunicado de la conducción de la UCR nacional para desmarcarse de Manes y evitar profundizar el conflicto con el viejo y nuevo macrismo, el único motivo cierto de unidad (sin discusión, pero sin concordancia absoluta) sigue siendo ganarle al kirchnerismo y desplazarlo del poder. Pero ese aglutinante puede estar vencido.
Antikirchnerismo insuficiente
Según advierten las encuestas, aparece en los trabajos cualitativos de opinión pública, señalan muchos analistas y admiten algunos cambiemitas con espíritu crítico, el antikirchnerismo muy probablemente ya no alcance como respuesta a los muchos interrogantes que se le plantean a la sociedad para definir su opción electoral.
Los consultores de opinión pública coinciden casi mayoritariamente en que la opción continuidad o cambio que suele ordenar los ciclos electorales no será el principio rector de las próximas elecciones presidenciales. Todo indica que la demanda será cambio o cambio.
Ese es uno de los principales desafíos conceptuales que se le plantean a la alianza opositora y alienta la conflictividad interna.
¿Cuál es la naturaleza del cambio que se espera? ¿Quién encarna el cambio? ¿Con quiénes hacerlo? ¿Cuán radical es el cambio que se podrá ofrecer, concretar y tolerar? Son apenas algunos de los muchos interrogantes que complican de fondo la hasta ahora superficial discusión opositora. La incertidumbre subraya la disimilitud de creencias, tradiciones y proyectos que anidan en el universo cambiemita, así como la crisis de liderazgo. El compás que intenta marcar el contorno de la coalición se expande del centro a la derecha con demasiada amplitud.
El hasta acá fallido gobierno de Alberto Fernández y los poco halagüeños pronósticos sobre su futuro refuerzan las perspectivas de una demanda de cambio profundo para el próximo mandato presidencial que marcará a fuego las elecciones.
Pero esa es solo una cara del fenómeno. La frustración que generó la actual administración de los Fernández, como muestran todas las encuestas, en las que mayoritariamente se impone la imagen negativa, no está sola.
Ese desencanto, que se traduce en falta de esperanza, tiene su correlato político-histórico en el recuerdo del desbarajuste económico de los últimos dos años macristas, al que ahora, desde adentro y no desde el antagonismo kirchnerista, le suman manchas estridentes en materia institucional sobre la pretendida encarnación del republicanismo virtuoso. Discusiones y caminos que se bifurcan.
“O somos el cambio o no somos nada”, repite Macri desde su centralidad recobrada y autocelebrada. Y en la “nada” no incluye solo a los adversarios externos, sino que traza una profunda línea interna para alinear a los precandidatos de su espacio y para intervenir en el debate del radicalismo que recuperó el hambre de poder.
De un lado, el fundador de Pro ubica a los “radicales republicanos”, entre los que identifica a Alfredo Cornejo, Martín Tetaz y Rodrigo de Loredo, entre otros.
De la vereda de enfrente enrola a los “radicales populistas”, un amplio universo en el que habitan desde el presidente de la UCR, Gerardo Morales, hasta Facundo Manes, los dos aspirantes más firmes al premio mayor, junto a quienes se encolumnan con ellos tras las banderas de Alem, Yrigoyen y Alfonsín, que tanta urticaria le producen a Macri.
Esa línea que supuestamente divide a los que quieren el cambio que él pregona de los que no lo quieren, oficia de latigazo sobre la espalda de los estigmatizados. Mucho más después de que lo expuso en su defensa la rebelde hija pródiga del radicalismo Lilita Carrió.
De esos “radicales populistas” surgió el neologismo “populismo institucional” que Manes lanzó contra Macri desde la pantalla de la televisión, sin mucha densidad conceptual ni pensamiento estratégico, pero sí con suficiente rencor acumulado y suficiente detonante político. La herida a su autoestima que, según dicen, alguna vez le propinaron Macri y María Eugenia Vidal todavía sangra. Por eso, le devuelven sus adversarios internos, suele ser menos hiriente con Cristina Kirchner, que alguna vez lo galardonó al elegirlo su médico personal.
Hasta ese momento, la acusación a Macri de haber hecho “populismo institucional”, que encierra pecados nada venales como presión sobre la Justicia y espionaje a políticos cambiemitas y kirchneristas, sindicalistas y periodistas, era un concepto instaurado en un círculo en el que conviven desde el resucitador del radicalismo bonaerense Maximiliano Abad hasta los consejeros permanentes Ernesto Sanz y Jesús Rodríguez. Ahora es un problema mayor capaz de volver verosímil la afirmación de que la única política de Estado que mantuvieron el kirchnerismo y el macrismo es el uso (y la dependencia) del espionaje.
Se trataba de una idea fuerza para la discusión interna. O una amenaza para usar en una mesa de negociación. No tenía destino público al menos en esta etapa, pero al neurólogo le sobran emociones negativas contra los líderes de Pro que la razón no consigue convertir en planificación.
“Facundo se salió del libreto. Abundan los motivos para marcarle la cancha a Macri y no regalarle la encarnación del cambio virtuoso que pretende encarnar, como si no tuviera un pasado para cuestionar. Pero no era la manera”, admitían algunos de sus más fuertes apoyos internos apenas horas después de que Manes lanzara la dura estocada.
La hegemónica defensa que todo Pro y la conducción nacional radical hicieron de Macri y la condena por apostasía a Manes llevaron a cerrar filas y marcar diferencias por parte de la UCR bonaerense. Así como el golpe para la imagen cambiemita fue demasiado duro, la deuda con el neurólogo es demasiado grande. A él le deben Abad y los suyos la resurrección radical de 2019 y en él tienen cifradas sus esperanzas para disputar el poder como no lo logran desde hace dos décadas. Suficiente motivo para guardar la sentencia con la que en un primer momento habían condenado al locuaz diputado y precandidato: “La verdad sin estrategia es suicidio”. El cambio de contexto los llevó a usarla en defensa propia. Puede haber más oportunidades para intentar aplicar la disciplina partidaria, a la que Manes no es particularmente afecto. Las estrellas tienen luz y órbitas propias.
El blindaje que Pro en su conjunto le dio a Macri, aun de dirigentes que en su gestión fueron espiados, no terminó ni postergó las disputas. El juego está abierto, nadie tiene garantizado nada y los tiempos son lo suficientemente inciertos como para que todo dure un suspiro. La estudiada indefinición de Macri sobre una candidatura presidencial suya y la reconstrucción sostenida de su centralidad empiezan a incomodar a los propios con ambiciones.
Es el caso de Horacio Rodríguez Larreta, que ya no oculta, sino que publicita su decisión de competir con el padre fundador si este finalmente se candidateara. No le queda más remedio a quien sueña desde los cinco años con ser presidente. Sin re-reelección posible como jefe de gobierno, nunca estará en mejor situación y con más control de un aparato que ahora.
Los crípticamente críticos mensajes que le dirige Macri están haciendo mella en el alcalde. Más aún cuando pasa el tiempo y no consigue sacarle diferencias en las encuestas a su rival interna Patricia Bullrich, a quien el expresidente sigue suministrando oxígeno y oficiando de referencia.
A la espera de un choque en la próxima chicana aparece cada vez con más nitidez María Eugenia Vidal. Recorre el país impulsada por la ilusión de ser la síntesis entre la plasticidad negociadora de Larreta y la dureza confrontativa de Bullrich. Con esa diagonal identitaria procura que Macri la señale como su elegida, si es que no le dan las ganas o los votos para volver, que no es lo mismo pero para él da igual.
En medio de renovados pronósticos pesimistas para la economía, que el dólar soja no atemperó, la perspectiva de una nueva aceleración de los tiempos políticos y la amenaza de cambios de reglas electorales, todos buscan diferenciarse. A riesgo de chocar antes de tiempo o, peor aún, de que la colisión de la coalición no conmueva demasiado a nadie.
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