Una cirugía a cielo abierto sobre Juntos por el Cambio y los servicios de inteligencia
Manes introdujo a toda la alianza opositora en una situación de extraordinaria incomodidad; encarnó el rol que los demás esperan de él, un outsider, pero se metió con un tabú
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El doctor Facundo Manes practicó una cirugía a cielo abierto en Juntos por el Cambio, aferrado a un instrumental inesperado: el amateurismo y la impericia. Recordó lo obvio: que durante el gobierno de Mauricio Macri se practicó el espionaje clandestino. Y que Macri se sirvió de operadores judiciales. No aportó un solo dato nuevo. Tal vez no conozca siquiera los datos conocidos. La crónica periodística y las causas judiciales están plagadas de evidencias sobre la inteligencia irregular. Igual que existen informaciones inapelables sobre la existencia de gestores del poder en Tribunales. Elisa Carrió, sin ir más lejos, los denunció desde temprano. Sin embargo, Manes, al mencionarlo con total ingenuidad, introdujo a toda esa alianza en una situación de extraordinaria incomodidad. Encarnó el rol que los demás esperan de él: el de un outsider. Pero se metió con un tabú. E indujo una reacción corporativa. El resto quedó, frente a ese outsider, como una casta. Los que le reclaman que encarne una renovación, tal vez no le pedían tanto.
De las operaciones irregulares de la AFI conducida por Gustavo Arribas y Silvia Majdalani no cabe tener dudas. Las causas están abiertas. La penalización ha sido, hasta ahora, de distinto alcance. Algunos expedientes duermen en Comodoro Py con total negligencia de los jueces. En los casos más avanzados, resueltos por los camaristas Mariano Llorens, Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, se eximió de responsabilidades a Arribas; a Majdalani; a su cuñado y jefe de Gabinete, Darío Biorci, y al director de Jurídicos, Sebastián De Stefano. El jefe de Contrainteligencia, Diego Dalmau Pereyra, y varios subalternos, quedaron procesados.
Llorens, Bruglia y Bertuzzi convalidaron la versión oficial del anterior gobierno: los que espiaban fuera de la ley eran simples cuentapropistas. Una teoría que, por varias razones, produce alarma. Una de ellas es que desafía al sentido común. Tal vez los jueces no lo sepan, pero en la AFI de Arribas se introdujo un método destinado a eliminar el cuentapropismo. Se instaló un polígrafo, con el que los agentes eran sometidos a examen con bastante asiduidad. El polígrafo es un instrumento que registra las reacciones físicas ante determinadas preguntas, aproximándose a la veracidad de las respuestas. Varios servicios secretos, entre ellos la CIA, confían en él como “detector de mentiras”. Sería curioso que dos o tres espías se asocien en una aventura delictiva, por cuenta propia, sabiendo que en algún momento pueden pasar por el polígrafo. O, lo más peligroso, que uno de los socios puede pasar por el polígrafo e imputar a los demás. El riesgo es más alto si se tiene en cuenta la identidad de los espiados durante la gestión de Arribas y Majdalani. Por ejemplo, la hermana del Presidente, Florencia Macri, y su novio Salvatore Pica. O el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Esos audaces “cuentapropistas” vigilaron también al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Al jefe del bloque oficialista, Nicolás Massot, o al entonces vicejefe de gobierno porteño, Diego Santilli, tarea que se le confió al exmarido de su esposa, Martín Terra, un viejo amigo de Arribas. María Eugenia Vidal y su ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, denunciaron delante del entonces Presidente Macri que habían descubierto la existencia de bases de espionaje ilegal en distintas localidades del conurbano. Fue porque, en una escucha telefónica, aparecían agentes de la AFI destacados allí negociando con narcotraficantes. Macri mandó a Vidal y a Ritondo a hablar con Arribas y con Majdalani. La “Turca” nunca perdonó a la gobernadora esa “falta de códigos”. Siempre ejemplar Majdalani.
También fue espiado Hugo Alconada Mon, periodista de LA NACION, durante las semanas en que investigaba misteriosos giros de dinero de un cambista brasileño, ligado al Lava Jato, a una cuenta de Arribas.
Si se admite que, aunque suene disparatada, la tesis del cuentapropismo es cierta, el país debería haber ingresado en un estado angustiante de alarma. Porque querría decir que hubo un grupo organizado que realizó tareas sistemáticas de Inteligencia sobre la familia del Presidente y las figuras más encumbradas del oficialismo. ¿Qué poder oculto tiene la capacidad de semejante operación? ¿Fue una mano local o extranjera? ¿En poder de quien está la información que recabaron? Nadie de Juntos por el Cambio se hizo, al parecer, estas preguntas. Más llamativo todavía: ninguno de esos “cuentapropistas”, la mayoría de los cuales habían sido reclutados en la Policía Metropolitana, mereció siquiera una sanción. Hubo una intromisión en el Estado argentino de gran escala pero nadie se intranquilizó. Ni los jueces. Si se fuera malpensado, habría que concluir en que los que tenían que desvelarse no lo hicieron porque sabían muy bien quién estaba detrás de los que espiaban.
La apacible constatación de Manes sobre espionaje y operaciones judiciales no fue tan espontánea como pareció en el primer minuto. Cuando Macri afirmó que el populismo argentino había nacido con Hipólito Yrigoyen, radicales amigos del neurólogo comenzaron a elaborar una respuesta, previendo algún debate. Así se formuló la noción de “populismo institucional”, que intenta expresar, abusando de la palabra “populismo”, la tendencia a degradar la calidad republicana con actividades marginales de Inteligencia o con intervenciones políticas en los tribunales. Delante de Luis Majul, en La Cornisa, Manes balbuceó ese concepto a medio hacer.
La reacción de la dirigencia de Juntos por el Cambio fue fulminante. Entre las más precoces estuvo Vidal, quien, reunida con Gerardo Morales, solicitó que el radicalismo encuadre a su candidato. Lo hizo en nombre de la unidad de la coalición. No se fuera a pensar que pedía silencio porque las sospechas de espionaje clandestino conducirían a su ministro de Trabajo, Marcelo Villegas, y a aquella célebre reunión convocada para dar sustento a las acusaciones contra la mafia del “Pata” Juan Pablo Medina, con auxilio de la AFI. Dalmau Pereyra llevó al técnico que instaló los cables. Y Biorci, el cuñado de Majdalani, los retiró. ¿Quién filtró esos registros para que la kirchnerista Cristina Caamaño pudiera encontrárselos de casualidad en un armario? ¿Dalmau Pereyra, enardecido porque los camaristas no lo dejaron subir al Arca de Noé? ¿Majdalani, para vengarse de Vidal? ¿Ambos? Importa poco. El resultado concreto de estas inescrupulosas chapucerías es que Medina quedó impune. Nada desea más aquel que soporta pruebas contundentes en su contra que un desaguisado procesal. Bienaventurados los espiados. Bienaventurados los que espían.
Morales emitió un comunicado desde el Comité Nacional de la UCR. Es curioso, lo firma la Mesa de Conducción (sic). La palabra “conducción” es un neologismo en la tradición de los hijos de Alem. Casi una importación del verticalismo peronista. Dentro de poco tal vez haya que leer “Manes al gobierno, Morales al poder”. Martín Lousteau acompañó la reprimenda. La justificaron en que “estamos enfocados en proveer soluciones a todas aquellas cuestiones que afectan a una sociedad muy castigada y, por momentos, escéptica. Cualquier manifestación que se aparte de ese rumbo, no importa de donde provenga, lesiona la esperanza que venimos construyendo desde JxC”. Más allá del espíritu qualunquista de la admonición, la clasificación que proponen Morales y Lousteau es inesperada en esas filas. Ellos decidieron que el uso de los organismos de Seguridad e Inteligencia para espiar o perseguir a los ciudadanos, o que la Justicia se vea interferida por manipulaciones del Poder Ejecutivo, no son motivo de angustia social. Y decidieron algo más: que viéndolos a ellos prohibir la mención de esas miserias, la sociedad recuperará su confianza en la política.
La declaración del Comité Nacional de la UCR podría explicarse en que Morales compite con Manes por la candidatura presidencial de ese partido. Pero sería una superficialidad. Otra manifestación de la falta de experiencia del neurólogo es que no advirtió que, imputando al gobierno de Macri sobre el mal comportamiento de la AFI y sobre la existencia de operadores judiciales, estaba imputando a figuras relevantes de su propio partido. Entender esto obliga a revisar la histroria reciente del espionaje. Para controlar los servicios de Inteligencia, Macri se sirvió de un esquema preexistente. Designó antes que nadie a Majdalani, que fue y es el alter ego de Francisco Larcher, el hombre de confianza de Néstor Kirchner en esa área. Majdalani fue incorporada por Macri a la Bicameral de Control de la antigua Secretaría de Inteligencia en 2009, a pedido de Larcher, quien prometía a cambio cesar con las hostilidades que llevaba adelante Kirchner por las actividades del espía Ciro James.
No es la única continuidad. El expresidente confió el área de Jurídicos de la AFI al radical Sebastián De Stefano, un autómata de su amigo y gestor en Tribunales, otro radical, Daniel Angelici. El cerebro de Angelici ha sido, desde hace años, el sagaz Darío Richarte, también radical y titular del estudio de abogados con el que el tenebroso Antonio Stiuso controlaba a los kirchneristas imputados por corrupción. Richarte, clave en el universo de Angelici, patrocinó a José López, Amado Boudou, Daniel Cameron y Claudio Uberti, entre otros. Cuando Stiuso fue expulsado por Cristina Kirchner de la AFI, anunció que sus clientes quedaban librados a su suerte.
Richarte había sido el hombre fuerte del espionaje de Fernando de la Rúa. En aquella gestión, las finanzas de la SI estaban a cargo de su íntimo amigo Juan José Gallea, quien volvió al cargo con Arribas. Quiere decir que bajo Macri los radicales Richarte y Angelici ejercieron el control político de las áreas de Finanzas, a través de Gallea, y Jurídicos de la AFI, a través de De Stefano, filmado en aquella reunión de la “Gestapo”.
La influencia de Richarte y Angelici en la UCR Capital, de la que Lousteau es candidato a jefe de gobierno, es decisiva. A tal punto que en las últimas elecciones de italianos que viven en la Argentina, el comité del distrito le dio un aval oficial a José Palmiotti, el candidato de Angelici en la lista de la agrupación USEI (https://www.instagram.com/p/CiOI37ipvul/?hl=es). Otra rareza de este radicalismo renovado: USEI se presenta como una agrupación “conservadora-liberal”. Y restó votos para la lista del Partido Democrático, hermano de la UCR en la Internacional Socialista. El líder de la lista de la USEI fue Eugenio Sangregorio. Maneja bingos, como Angelici. Increíble realineamiento, porque la agrupación de Lousteau se llama “Evolución”. Increíble también porque “Evolución” venció a Angelici en las internas radicales. El binguero ejerce una irresistible fascinación aun en quienes lo derrotan.
El PD denunció en Roma que la USEI de Angelici había hecho fraude. Lo detectaron porque imprimieron boletas con errores de ortografía: en vez de “deputati” escribieron “diputati”. Ya otro italiano radicado en la Argentina, Adriano Cario, de la misma agrupación que Angelici, debió dejar una senaduría en 2018, cuando se descubrió que había hecho trampa. Son antecedentes significativos porque Horacio Rodríguez Larreta postuló a un hombre de Angelici, Roberto Requejo, para ocupar el recién creado juzgado electoral de la Ciudad. Un aval al candidato a jefe de Gobierno Jorge Macri, íntimo de Angelici, que debe sortear impugnaciones por problemas de domicilio. Los radicales de Lousteau confían en que el binguero será imparcial. Ojalá sea así. De lo contrario, tendrán que incorporar la gestión transparente de la Justicia a la lista de “problemas que afectan a una sociedad muy castigada”.
El poder porteño de Angelici es llamativo. Consiguió que Larreta refugiara a su subordinado De Stefano, procesado por la reunión de la “Gestapo”, en un directorio de su gobierno. Lo designó en Subterráneos. Un Larreta metafórico.
La descripción de Manes tuvo un efecto inconveniente también para el alcalde. Con alguna demora, debió volver a afirmar que está convencido de que Macri no lo espiaba. Lo crea o no, no podría decir otra cosa. El problema para él es que el candidato radical, que es su competidor, lo obligó a asociarse a Macri, de quien no sabe cómo despegarse. Manes hizo que Macri vuelva a demostrar un liderazgo indiscutido sobre Pro.
La oleada de bullying que recibió el médico por mencionar el espionaje ilegal y las operaciones judiciales, se sostuvo en que ayudaba al kirchnerismo. Es un argumento inconcebible. Primero, porque se basa en un error histórico y político. Cualquier discusión sobre el uso indebido del aparato de Inteligencia debería tener a Kirchner como principal responsable. Fue él quien sistematizó y llevó al extremo lo que antes era inorgánico: la utilización facciosa del espionaje para disciplinar a la política y someter al Poder Judicial. Fue un gran error de Manes no haberlo consignado. El segundo defecto de ese argumento es moral: supone que, antes de hablar, un dirigente político debe preguntarse en las consecuencias que tendrá lo que dice sobre el mapa del poder. Se trata de uno de los vicios más patéticos del discurso público: el de quienes callan una verdad porque su manifestación los dejaría del lado de gente inconveniente. El ejemplar Albert Camus denunció este extravío en la Francia de postguerra, cuando lo acusaban, Jean Paul Sartre antes que nadie, de estar dando pasto a la derecha al desnudar las atrocidades del stalinismo.
A Manes se le quiso imponer esa forma de censura. Salió en su defensa el Comité Provincia del radicalismo, que preside Maximiliano Abad. Emitió una declaración en respuesta a la del “conductor” Morales, reclamando por algo que en ese partido se suponía elemental: la libertad de expresión. Manes incurrió en ese pecado. Como un outsider. Con escasa información. Sin un programa. Habrá que ver si puede convertir esta torpeza, este feliz amateurismo, en el insumo de una estrategia ganadora.
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