Una agenda social novedosa y algunas omisiones
El discurso del Presidente subrayó los logros visibles de la estrategia de reformas graduales, anunció que existen otros invisibles y presentó una agenda de protección social novedosa y con acento en varias formas de discriminación que afectan especialmente a las mujeres. Los dos encuentros previos de la Cámara de Diputados terminaron con tensión en el recinto y violencia en la calle. El discurso presidencial no los mencionó. Tampoco se refirió a la reforma fiscal, ni a la previsional ni a la laboral, las tres grandes iniciativas legislativas impulsadas luego de las elecciones de octubre, en cuya discusión ocurrieron esos incidentes.
Los años del deterioro de la economía argentina, los del último cuarto del siglo XX, fueron los de los paquetes económicos, las devaluaciones sorpresivas y las terapias de shock. Los breves auges de la primera mitad de los 90 y de la década siguiente también vinieron acompañados de decisiones drásticas que no llevaron a un crecimiento sostenido. La memoria económica es la mejor socia del gradualismo oficial, bastante mejor que la crisis inminente o el destino venezolano que el Presidente, en una referencia tan innecesaria como infundada e inverosímil, se imagina que evitó.
El fundamento de la reforma gradual es el diálogo. La exposición de intereses y opiniones permitiría, al decir del Presidente, ir encontrando soluciones. Los acuerdos en el sector lechero, la explotación del yacimiento de Vaca Muerta o el sector automotor son ejemplos persuasivos de la eficacia de este procedimiento. En otras ocasiones, el Presidente y sus funcionarios propusieron también como ejemplos de diálogo la cooperación con los gobernadores y legisladores de la oposición. Estos últimos ejemplos no aparecieron en el discurso. Es posible que los conflictos de fin de 2017 o la confrontación electoral que espera en 2019 expliquen esta ausencia.
El Presidente celebró que se abra la discusión sobre la despenalización del aborto y manifestó su preocupación por la disparidad salarial que perjudica a las mujeres, la incidencia del embarazo adolescente y la regulación laboral que impide a los padres colaborar con el cuidado de los bebés. Es importante y auspicioso que el Presidente reclame la intervención del Congreso para el tratamiento de estos problemas. Sin duda, esta agenda no hubiera avanzado sin la intervención del fortísimo movimiento feminista. Parece igualmente verosímil que el oficialismo haya recogido alguna de estas banderas para dejar de aparecer como obstáculo de este movimiento. Es una decisión sensata y el resultado es justo, pero demanda una explicación que el oficialismo todavía no dio y que en el discurso tampoco estuvo presente. El oficialismo puede procesar su feminismo incipiente de dos formas: como una cuestión moral que cada uno de sus miembros debe resolver con su conciencia o como una cuestión política que reclama trabajo en equipo. Si elige el primer camino, nos acordaremos poco.
Director de Ciencias Sociales de la Univ. de San Andrés
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