Una afilada ironía en la despedida
La renuncia de Carlos Fayt tiene algo de justicia poética o de una ironía tan elegante como visible. Le escribió a Cristina Kirchner, que lo persiguió con los peores procedimientos buscando su renuncia o su destitución, para informarle que se irá de la Corte Suprema, pero justo un día después de que ella se haya ido del poder. Es decir, la Presidenta nunca convivirá con una Corte Suprema sin Fayt. Final de partida. Jaque mate.
El histórico juez del máximo tribunal de justicia había anticipado en la intimidad que se iría a fin de año y sus colegas en la Corte le sugirieron que aprovechara el momento actual, dedicado más a la campaña electoral que a los jueces, para anunciarlo. La fecha del 11 de diciembre y la carta a Cristina fueron elecciones personales de Fayt, que no consultó con nadie. Lo hizo, además, cerca de las elecciones, no después de ellas. "Le dejó el cargo al próximo presidente y no sabe quién será", interpretó elogiosamente otro juez de la Corte.
Siempre lúcido, Fayt no había dejado de sentir en su cuerpo los estragos del tiempo y de la vejez. Sería inhumano si no fuera así. Tiene 97 años y el próximo 1º de febrero cumplirá 98. En el último año se había resentido, sobre todo, su capacidad para movilizarse autónomamente. El propio Fayt aceptaba esas limitaciones con sinceridad y honestidad intelectual. Frente a una delegación de la Academia Nacional de Periodismo, que le llevó el premio Pluma de Honor 2014, el juez aceptó lo que era evidente: "El ser humano no está preparado para vivir 97 años", nos dijo. Y hasta se dejó arrastrar por cierta melancolía: "La memoria es ya un cementerio. No queda ningún amigo con el que se ha compartido la vida. La vida misma se apaga como la luz de una vela", describió con nostalgia, pero sin tristeza.
Todavía no había comenzado la ofensiva más humillante e inhumana del Gobierno contra el viejo juez. Con una conducta intachable, el único flanco supuestamente débil de Fayt es su edad. El Gobierno exhibió su vejez con obscenidad, prometió someterlo a una junta médica y llamó a sus propios empleados para que testificaran sobre su estado mental. Soldado de viejas batallas, el juez decepcionó al Gobierno: no se acobardó ni se asustó. Al contrario, redobló su espíritu combatiente y se convirtió en el juez más puntual en las reuniones de acuerdos de la Corte Suprema, en las que todos los integrantes del tribunal debaten sus decisiones. Se dejó fotografiar entrando y saliendo del Palacio de Justicia, astutamente sonriente. Miraba las cámaras de los fotógrafos como si mirara a los ojos de Cristina.
Sectores cercanos al oficialismo llegaron, incluso, a difundir puras mentiras sobre el juez. Dijeron, por ejemplo, que estaba vinculado con LA NACION por lazos familiares. Unieron familiarmente a su esposa, Margarita Escribano, con el ex subdirector de LA NACION y actual miembro de su directorio, José Claudio Escribano. Resulta que la vida les dio el mismo apellido, pero ningún vínculo familiar. El periodista Escribano es hijo único. "La libertad de expresarse incluye la libertad de mentir", suele decir Fayt, con cierta displicencia.
La libertad de prensa extrañará al juez Fayt. Es uno de los integrantes de la Corte más comprometidos con la libertad de los periodistas y de los medios periodísticos. Ha escrito muchos ensayos y algunos libros sobre la libertad de prensa. Nunca tomó ninguna decisión como juez que afectara, ni siquiera mínimamente, la libertad de expresión en un sistema democrático. En aquella reunión con integrantes de la Academia de Periodismo, todos periodistas desde ya, se despidió con una frase que lo muestra de cuerpo entero: "Jamás los traicionaré. Nunca", nos dijo antes de abandonar lentamente, ya con el paso frágil, el salón de la Corte Suprema.
Se abren, entonces, dos períodos en la Corte Suprema. Uno es el que va de ahora al 11 de diciembre. No habrá ninguna modificación, aunque es probable que el Gobierno intente cubrir por anticipado las dos vacantes que habrá a partir de diciembre. El número de miembros del tribunal es de cinco. Ahora hay cuatro, y después del 11 de diciembre habrá sólo tres. La Constitución establece que la designación de los jueces de la Corte requiere del acuerdo de los dos tercios de los votos del Senado. El Gobierno no tiene esa mayoría especial y la oposición ya anticipó que no le dará los dos tercios a una administración que se va. Podrá haber forcejos y peleas políticas, pero nadie será designado en la Corte bajo el gobierno de Cristina Kirchner.
A partir del 11 de diciembre sucederán dos cosas. La primera es que cambiará la dinámica de la Corte. Con la integración que quedará, sus resoluciones deberán ser firmadas por la unanimidad de sus tres miembros (Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y Juan Carlos Maqueda). Tres es la mayoría de cinco. Esto debe aclararse porque el número puede confundir. No se necesitará la mayoría de tres, sino de cinco, que es el número total de sus miembros. En caso de que no hubiera unanimidad, la Corte podrá llamar como conjueces a los presidentes de las Cámaras Federales. Pero sólo por una cuestión puntual. La permanencia de los conjueces requeriría del traslado de esos magistrados (la mayoría de ellos cumplen funciones en el interior) y el descuido de las funciones que cumplen ahora. Habrá una Corte de tres jueces durante varios meses, porque el trámite de las designaciones requerirá de acuerdos políticos, de un período de impugnaciones fijado por la ley y del posterior y último debate en el Senado.
La segunda novedad que ocurrirá es que, en efecto, el próximo gobierno deberá cubrir las dos vacantes que habrá en el máximo tribunal. Si es que hubiera sólo dos vacantes. La duda surge a partir de las posiciones del peronismo sciolista y del propio radicalismo (que tiene las llaves de los dos tercios en el Senado), proclives a aumentar el número de miembros de la Corte. Algunos asesores de Daniel Scioli cumplieron funciones en el gobierno de Carlos Menem y quedaron deslumbrados desde entonces con esta idea: la Corte es una institución política que debe acompañar las políticas del Poder Ejecutivo, no contrariarlas. Esto se decía en tiempos de Menem y se repite ahora. Esos asesores promueven una Corte de nueve miembros, la misma cantidad que la que tenía la Corte de Menem. De esa manera, disolverían la idea central de la actual Corte, más predispuesta a la absoluta independencia de cualquier poder.
El radicalismo (o una parte de ese partido) se inclina, en cambio, por una Corte de siete miembros. Argumenta que Arturo Illia aumentó los integrantes del tribunal al número de siete y que Raúl Alfonsín quiso hacerlo, pero no pudo. No hay una explicación política y jurídica, más allá de la histórica, para justificar esa posición. Tal vez influya nada más que la posibilidad de nombrar más jueces cercanos a ese partido en la instancia de justicia más importante del país.
Pero ¿por qué no dejarlo al tribunal en el número de cinco miembros que tiene actualmente? ¿No sería ése un mensaje de respeto a las normas republicanas, que indican que no deben cambiarse permanentemente las reglas del juego institucional? ¿Qué impide una Corte de cinco miembros? ¿O qué problemas crea un tribunal supremo de esas características? Ninguno, nunca.
La designación de dos nuevos miembros de la Corte desafiará a Scioli y a Mauricio Macri, si la presidencia recayera en alguno de ellos, como pronostican las encuestas actuales. Scioli no sólo deberá demostrar que respeta a los actuales miembros de la Corte, sino también que podrá enfrentar la presión del cristinismo para poner en el tribunal a sus incondicionales. La candidata del cristinismo para integrar la Corte es, ya se sabe, Alejandra Gils Carbó. Una presencia que haría estallar la convivencia con la Corte actual. Gils Carbó no es querida por ninguno de los miembros de la Corte. Hay un dato alentador para los máximos jueces actuales: Scioli ha preservado siempre una buena relación personal con el presidente del cuerpo, Lorenzetti.
Macri, a su vez, deberá demostrar que no llegó para conformar una Corte macrista, sino un tribunal independiente hasta de él. Macri también enhebró una buena relación con Lorenzetti. Si los dos respetan a los actuales miembros de la Corte, ambos deberían saber que lo único que necesitan esos jueces es trabajar con tranquilidad después de varios años de vivir detrás de las trincheras de la guerra. ¿Necesitan los actuales jueces de nuevos miembros de la Corte que coincidan en todo con ellos? No, desde ya. No pueden pedir tanto. Sólo precisan de personas que les aseguren una buena convivencia humana e intelectual. Podrían disentir de los nuevos en la interpretación del derecho o en las ideologías políticas, pero no pertrecharse para nuevas guerras, que esta vez serían dentro de su propio territorio.
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