Un viaje a la Corrientes profunda, donde la mitad de la población es pobre
CORRIENTES.- La yegua Blanca está atada bajo la sombra raquítica de un paraíso. Dolores Escalante, jubilada de 62 años del barrio La Olla, uno de los más pobres de la capital correntina, sostiene un suero con vitaminas que le inyectó en el cuello al caballo flaco y débil, que parece resignado a morir entre las montañas de basura que se acumulan junto a una enorme zanja que sirve de desagüe.
La mujer insinúa, mientras cura al animal con el que sale cada tarde -cuando el sol pierde fuerza- a juntar cartones y botellas de vidrio, que la pobreza golpea ahora de manera más cruel. En ese barrio casi nadie cocina en su casa, que son viviendas precarias, la mayoría sin agua potable ni cloacas. "Ya no podemos comprar comida porque está muy cara", explica Néstor Galván, de 43 años, que hace changas de albañilería.
Esa escena de una penuria profunda tiene anclaje en los datos del Instituto de Estadística y Censos (Indec), que pusieron al conglomerado de Corrientes en el podio de la pobreza en el país. En el segundo semestre de 2018, la pobreza alcanzó allí al 49,3% de la población.
Las familias comen una vez al día en los merenderos y comedores que funcionan en la zona, también de manera precaria e informal, muchos de ellos -como el Emanuel 31- superados por una demanda que "crece sin parar", según indica Lorenza Domínguez, quien desde hace 30 años sirve comida para gente necesitada en una provincia en la que el Estado es uno de los principales empleadores.
La matriz económica de esta provincia nunca pudo romper la escala primaria, con una producción agropecuaria latifundista y un escaso desarrollo industrial, a excepción de la rama textil, hoy en crisis, y el futuro promisorio que plantea el procesamiento de los derivados de la madera.
"Nunca vi tanta necesidad y hambre en la gente como ahora", reconoce Domínguez, mientras cocina en una olla de cien litros "un guiso caldudo" que 128 familias se llevarán a su hogar, junto a una naranja por persona, para administrar durante el día.
Eduardo Caballero, director de Cáritas, admite: "Efectivamente en la provincia los índices de pobreza son muy altos. Nuestros esfuerzos por llegar al que más necesita son un gran desafío cada día".
El salto en las estadísticas
Al gobierno correntino lo sorprendió el salto que ese distrito dio en las estadísticas de pobreza del Indec. En el primer semestre del año pasado el porcentaje era de 36,8. En apenas seis meses se sumaron en esa provincia 140.000 pobres y 110.000 indigentes, según datos oficiales.
En el gobierno de Eco-Cambiemos, desde 2017 en manos del radical Gustavo Valdés, que sucedió a Ricardo Colombi, tras gobernar 12 años esa provincia, deslizaron que van a realizar una medición propia, ante el impacto que provocaron los datos oficiales.
Fuentes del gobierno, imbuidas en teorías conspirativas, sugieren que los números de la pobreza tienen que ver con la decisión de desdoblar las elecciones legislativas provinciales -serán el 2 de junio- de las nacionales. Aunque la relación entre los gobiernos correntino y nacional es buena, ven en esta provincia cierta tirantez en el clima preelectoral.
Incluso en los comicios provinciales la alianza oficialista irá con el sello Encuentro por Corrientes a secas, compuesta por 25 partidos, despojado de la "marca" Cambiemos. Es una cuestión puramente de cartel. El gobierno provincial se mantiene alineado a la Nación, pero deja al descubierto la intención de marcar algún tipo de distancia.
El ministro de Hacienda de Corrientes, Marcelo Rivas Piasentini, adelantó que Corrientes hará su propia medición de datos de pobreza. El argumento que esgrime el gobierno es una cuestión técnica, que apunta a que el trabajo del Indec no contempla las políticas salariales de cada región.
En el caso de esta provincia, el dilema es que los empleados públicos, que suman 51.273 en planta permanente y 13.539 transitorios, según el presupuesto 2018, cobran dos pluses salariales, que se establecieron en coincidencia con el calendario electoral de años anteriores. Esas sumas están en una zona gris, consideradas adicionales al salario.
Un plus es de $5500, que se fijó en 2013, cuando Colombi fue por la reelección, y se sumó otro de $1000 que se agregó en 2017, cuando Valdés fue candidato a gobernador. Por ejemplo, un docente cobró en marzo pasado $20.919, y con la inflación acumulada la línea de pobreza es de $28.160. Un médico con 20 años de antigüedad, según un relevamiento que hizo el legislador Martín Barrionuevo, estará en noviembre de este año $7000 debajo de la línea de pobreza.
Lo que no encuentra demasiados argumentos, más allá de lo implacable del incremento de precios, "es el incremento de la indigencia, que se triplicó", dijo Barrionuevo a LA NACION. En el conglomerado de Corrientes pasó de 51.000, en el primer semestre de 2018, a 152.000 personas, en el segundo. En el ítem más bajo de la escala de pobreza no cuentan los adicionales ni los pluses salariales.
Más allá de la inflación, en este punto aparece el empleo en negro como motorizador de ese cambio hacia la extrema pobreza. Se calcula que el 40% de los trabajadores están en esa franja, y de ese porcentaje de informalidad el 85% están bajo la línea de pobreza.
"Lo que les damos en la escuela es el único alimento que consumen en el día el 90% de los chicos", explica Paula Caplan, directora de la Escuela Especial Ángela Llano de Iglesia, ubicada en el barrio Caridi, una villa de casas precarias donde las calles están hundidas por el derrumbe de una cañería, que está ubicado al final de la costanera correntina, sobre la ribera del Paraná. Unos 160 chicos concurren a ese colegio en dos turnos.
Ese barrio está lleno de caballos, que comen el pasto que crece en los bordes de las zanjas. La tracción a sangre es el sustento de unas 1200 familias -según calcula Miguel Fernández, presidente de la Asociación de Carreros-, que utilizan a los animales para tirar los carros con la idea de juntar cartones, vidrio y chatarra. Muchos también juntan arena cerca del puerto para venderla.
Amado Barrios, de 16 años, es "carrero" desde los cinco. Usa su caballo Zaino, que luce flaco y alicaído, para sobrevivir. "Antes juntaba la plata para comer en unas cuatro horas, pero ahora hay que andar toda la noche para poder traer un peso para la comida".
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