Un triunfo de los moderados, al borde del precipicio
La grieta, tan redituable para oficialistas y opositores a la hora de engordar sus retóricas, se cerró en la urgencia que reconoció la mayoría de los diputados
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Podrá resultar un mero detalle, pero no lo es. Ni Fernando Iglesias, el más fiel exponente del ala dura de Juntos por el Cambio, ni Máximo Kirchner, devenido en el detractor más visible de la gestión de Alberto Fernández, pusieron sus pies en el recinto durante el debate parlamentario más crucial en lo que va del gobierno del Frente de Todos. Tal vez esas dos ausencias –se las menciona solo por ser las más icónicas- contribuyeron a que imperara una inédita armonía en el recinto de la Cámara de Diputados, que esta noche se aprestaba a aprobar, por abrumadora mayoría, el acuerdo con el FMI por la refinanciación de la deuda.
Los moderados finalmente se impusieron sobre los extremos. Recién cuando la arrimaron al borde del precipicio –el default con el FMI-, la dirigencia política reaccionó y evitó la catástrofe. La grieta, tan redituable para oficialistas y opositores a la hora de engordar sus retóricas, se cerró en la urgencia. Puro reflejo de supervivencia. De no haberlo hecho, la sociedad no se los hubiese perdonado; pragmáticos después de todo, los políticos “se deben” a su electorado.
No fue fácil, sin embargo, alcanzar los consensos. Al Frente de Todos le costó la defección de Máximo Kirchner, convertido en el rebelde más incómodo para el Gobierno. El peronismo ortodoxo, con varias provincias a cargo, no tuvo otra alternativa que “taparse la nariz” (frase que inmortalizó el banquero y presidente de la Comisión de Presupuesto, Carlos Heller) y aprobar una iniciativa que la obligará a soportar, cada tres meses, una misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) que ausculte su gestión. Toda una claudicación para su estirpe chauvinista.
Para Juntos por el Cambio tampoco fue sencillo el tránsito de rechazar el proyecto del Gobierno –como fue su impulso inicial- a finalmente aprobar el acuerdo. Ni bien el ministro Martín Guzmán dio a conocer los trazos gruesos del entendimiento, la principal coalición opositora sucumbió en fuertes discusiones internas azuzadas por los halcones y las palomas del espacio. Gerardo Morales, jefe de la UCR y gobernador de Jujuy, marcó la cancha cuando anticipó que su partido facilitaría la sanción del proyecto. Desconfiados y renuentes a regalarles un triunfo gratuito al oficialismo, los macristas ensayaron una posición más dura: solo figuraban en su menú el rechazo o, a lo sumo, la abstención.
En medio de los conciliábulos y las indecisiones de sus socios, Elisa Carrió pateó el tablero. La líder de la Coalición Cívica fue enfática: la única forma de salvar al país del default era aprobar el acuerdo que presentó el Gobierno, enfatizó. Pero no de cualquier manera ni a cualquier precio. Por mandato constitucional, el Congreso solo debía autorizar la operación de crédito público acordado entre el Gobierno y el FMI para financiar los vencimientos por venir, pero de ninguna manera la carta magna lo habilita a expresarse sobre el plan económico pergeñado por Guzmán, contenido en el memorándum de entendimiento y la carta de intención e incluidos en el proyecto.
Carrió se cortó sola con su propuesta y esto le valió una andanada de críticas de sus socios. En rigor, Ricardo López Murphy, de Republicanos Unidos, había hecho un planteo similar. Pocos le prestaron oídos. El oficialismo la desestimó. Al filo del default, y cuando las reyertas internas amenazaban con hacer estallar ambas coaliciones en mil pedazos, la fórmula López Murphy-Carrió resurgió de las cenizas.
Paradojas de la política, el líder de Republicanos Unidos anunció que, no obstante, votaría en contra del acuerdo. En sintonía con los libertarios Javier Milei y José Luis Espert, no estaban dispuestos a avalar el impuestazo que, advierten, sobrevendrá en el corto plazo con la instrumentación del entendimiento con el Fondo.
Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, tomó la posta de las negociaciones. Con su amigo Gerardo Morales como aliado indispensable, el tigrense nunca dudó de que el acuerdo sería aprobado. La cuestión era cómo.
Dos alternativas
Massa tenía dos alternativas: que el proyecto fuese abordado de manera integral tal como la había enviado el Poder Ejecutivo –el refinanciamiento de la deuda junto al programa económico de Guzmán-, o que tan solo se limite al refinanciamiento. La primera opción era la ideal, pero al costo de recibir un aluvión de abstenciones y rechazos, incluso del propio oficialismo. Un triunfo pírrico.
La segunda opción amputaba la “doctrina Guzmán” y tiraba por la borda el afán del ministro de Economía de que el Congreso avale su plan económico, un trofeo funcional a las ambiciones políticas del joven funcionario.
Hace tiempo que Massa mantiene una suerte de guerra fría con el joven economista. Sin remordimiento, convenció al presidente Alberto Fernández de lo provechoso que le resultaría, políticamente, exhibir la postal de una Cámara de Diputados que votara por aclamación el acuerdo con el FMI. Una postal que el presidente podría exaltar ante el Fondo pero, sobre todo, para enrostrársela a Cristina Kirchner y a su primogénito. Una postal que, jamás lo admitirá en público, Massa no desaprovechará tampoco para probarse el traje de candidato.
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