Un superministro de economía: el plan de Alberto
Las fuerzas políticas, como los gobiernos,se constituyen sobre la base de unos pocos pilares: las ideologías y las tradiciones políticas en las que abrevan sus líderes; la experiencia política y personal de ellos, y, no menos importante, lo que los diferencia de otros, la alteridad.
Alberto Fernández es consecuente con ese andamiaje básico en el diseño de su probable gobierno.
Quienes han hablado con él en sus oficinas de la calle México, a solo 850 metros de la Casa Rosada, saben que ya hay varias líneas trazadas con marcador indeleble y surgen claros perfiles de lo que podría ser su gabinete.
Los primeros cien días de gobierno prometen ser de vértigo .
Confiados en superar con creces el 50 por ciento de los votos, dicen que van a extremar el crédito que ese triunfo y la situación heredada les den para hacer "todo lo que sea necesario". A diferencia de Mauricio Macri, habrá beneficio de inventario. Los beneficiarios (reales o presuntos) de la etapa iniciada en 2015 ya figuran en su talonario de facturas. El candidato peronista impuesto por Cristina Kirchner y consagrado ampliamente por las PASO sigue negándose a dar los nombres de quiénes ocuparían los ministerios, "porque si los doy ahora no llegarían a asumir", dice. Pero deja en claro a todos las premisas que rigen para dos cargos fundamentales: el Ministerio de Economía y la Jefatura de Gabinete.
En la cartera económica habrá una persona con mucho poder de decisión y una fuerte concentración de áreas. Es la síntesis de la experiencia de Fernández en los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y del contraste con lo hecho por Mauricio Macri. No se sabe si será un megaministro, pero seguramente no habrá un gabinete de microministros, como en los dos primeros años y medio de Cambiemos.
Dicen que Fernández suele argumentar su decisión con el recuerdo de una frase de Roberto Lavagna cuando fue a solicitarle que permaneciera como ministro durante el gobierno de Kirchner tras su gestión con Eduardo Duhalde. "Sigo, pero siempre y cuando el Ministerio de la Producción pase a ser una secretaría a mi cargo. Yo no voy a andar juntando la plata para que otro se la gaste", es la frase que le adjudican al ahora candidato a presidente por el espacio del disenso (peronista). El recuerdo es una enseñanza, no una expectativa de repetir la historia con el mismo nombre en el mismo lugar. Todo cambió demasiado.
Pese a los muchos rumores que han circulado en los últimos días, los que han escuchado a Alberto Fernández a su regreso del viaje semipresidencial a España dicen que el probable ministro y los funcionarios de otras áreas económicas, como el Banco Central o diversas secretarías, saldrán del equipo de sus colaboradores ya conocido.
"No busquen más allá de Guillermo Nielsen, Emmanuel Álvarez Agis, Cecilia Todesca, Matías Kulfas o Miguel Peirano", sostienen al lado del candidato. Aunque muchos dejan abierto un ventanal para la duda. Sin embargo, es cierto que esos nombres y sus enfoques son los que mejor encajan con las líneas directrices heterodoxas (y a veces aparentemente contradictorias) que suele esbozar Fernández para su gobierno: desarrollo del mercado interno, recuperación del salario y el consumo (pacto social mediante) y, al mismo tiempo, equilibrio fiscal, baja de la inflación y desendeudamiento. Por si todo esto fuera poco, también se le ha escuchado decir que, a diferencia de lo que ocurrió en la idealizada presidencia nestorista, pretende profundizar el federalismo y darles mayor autonomía a las provincias.
Son todas combinaciones que exigirán plasticidad de contorsionista y habilidad de prestidigitador a quien esté a cargo del Palacio de Hacienda. La campaña es territorio de la ilusión. El ejercicio del gobierno, la tierra de la dura realidad. Mejor aterrizar allí con los propios que con estrellas de otras galaxias, no siempre fáciles de hacerlas orbitar alrededor de un nuevo astro.
Tal vez por eso, Fernández también suele decir que lo más probable es que en su eventual gabinete no haya personas que hayan sido ministros anteriormente, salvo alguna excepción. Para la Jefatura de Gabinete, parece primar un criterio basado en la experiencia personal del candidato. Fernández se propone tener de vecino de despacho a quien pueda considerar su alter ego. Parece una forma de descartar que allí podría recalar alguna figura con mucho peso político propio.
El perfil de Santiago Cafiero parece encajar con precisión en ese boceto. Nadie goza de más cercanía que él. El primero de su círculo político al que Alberto Fernández le reveló que Cristina lo había ungido es el nieto del legendario Antonio Cafiero e hijo del exembajador kirchnerista ante el Vaticano, Juan Pablo. Se lo dijo 16 horas antes de que Cristina lo anunciara por las redes sociales aquel 18 de mayo que empezó a torcer la historia electoral. Santiago Cafiero desde entonces no ha dejado de ganar protagonismo y de recibir nuevas misiones, que van de la construcción política a la solución de problemas cuasi domésticos.
La confianza y el entendimiento a ciegas parecen ser los atributos indispensables para el cargo. Cuando alguno de sus interlocutores le ha preguntado si no requerirá una figura con más experiencia, dicen que ha relativizado esa condición. "El jefe de Gabinete no es un primus inter pares, es un ministro coordinador. Ni siquiera puede asignar partidas sin la firma del ministro de Economía", le han escuchado argumentar. Esa relativización tal vez pueda parecer contradictoria con el papel protagónico que se le atribuye (y él mismo se asigna) durante su gestión como jefe de Gabinete. La paradoja se salda con el concepto del alter ego, que supera el carácter funcional del cargo. El uso de la primera persona del plural al que recurre Fernández para hablar de lo hecho durante aquella etapa germinal lo define. En los spots propagandísticos, en los discursos de campaña y en las charlas privadas siempre utiliza el "nosotros" para referirse a lo que él considera la era virtuosa del kirchnerismo. El nosotros solo incluye a Néstor y a él, tanto como excluye a todos los demás. También a Cristina Kirchner.
Las diferencias con la lideresa del espacio no se pueden disimular, pero se maquillan. El viejo galpón de México 337, reconvertido en modernas oficinas, con despachos de vidrios traslúcidos y espacios abiertos, no se parece en nada al viejo petit hotel militante, plagado de recovecos y oficinas compartimentadas, del Instituto Patria, donde habitan Cristina y sus herederos. Y no es solo cuestión de diseño ni de mobiliario. Un socio muy destacado del Frente de Todos afirma que la expresidenta les ha bajado el precio a algunos nombres que surgen del comando de Alberto. Tal vez solo sean necesidades de posicionamiento de quien lo cuenta. De todas maneras, las dudas sobre la convivencia en un eventual futuro gobierno no resultan fáciles de despejar. Fernández tiene claro que en la sede del cristicamporismo, ubicada a 120 metros del Congreso, radica el poder originario de su candidatura y al que necesita relativizar con los votos que sume el 27 de octubre por encima del techo cristinista. Sin embargo, prefiere minimizar esos análisis y deja correr las afirmaciones que dicen que Cristina ya cumplió un ciclo. A veces, el ungido hasta lo explicita.
Al mismo tiempo, el albertismo (sustantivo colectivo del que su líder reniega, al menos por ahora) admite que la herencia política de Cristina está en su hijo Máximo y en los dirigentes de La Cámpora, que tienen un proyecto propio para el futuro. Y subrayan la última palabra como una expresión de deseos para convertirla en sinónimo de largo plazo. Pero, como se sabe, el futuro es siempre una conjetura imposible de prever. Y en la Argentina todo es urgente y llega más rápido de lo previsto. En especial, lo indeseado.
Toda la confianza en la convivencia armónica está puesta en Wado De Pedro, convertido en un hombre de las dos orillas, que van de Congreso a San Telmo, aunque dicen que últimamente el tiempo que pasa en la calle México supera al que está en el Patria. Suspicacias.
Habrá que ver si De Pedro tiene que definir sus lealtades en un probable gobierno en el que ocuparía un cargo relevante. Sobre todo, cuando asomen los reclamos por los recursos que demandará el bastión camporista bonaerense al Estado nacional. Axel Kicillof ha hecho campaña acusando a la gobernadora María Eugenia Vidal de haber entregado la provincia al ajuste que le impuso Mauricio Macri, aunque él no acredite durante su gestión como ministro de Economía ninguna muestra de generosidad con los bonaerenses, a los que el kirchnerismo les "freezó" el Fondo del Conurbano durante una década. Podría ser el primer diferendo importante. ¿Arbitrará Alberto o Cristina? Es la pregunta del millón.
Por ahora son devaneos e interrogantes que la campaña posterga, mientras se trazan programas de gobierno que todavía tienen mucho por revisarse para limar inconsistencias. Algunas cosas, además de los perfiles de quienes integrarán el gabinete, están definidas. Los nombres que hoy el candidato guarda con celo se definirán mucho antes del 10 de diciembre. Fernández quiere presentarlos, si no en la probable noche victoriosa del 27 de octubre, no mucho más allá del día siguiente. Se propone empezar a concretar muy velozmente la transición real que en forma virtual ya está practicando. Sabe que si ese momento llega, deberá alcanzar acuerdos con el gobierno saliente. Antes de esa instancia quizá podría recordar el libro que Juan Carlos de Pablo publicó en 2015 (tómese nota del año), titulado Esta vez, ¿será diferente? Una de las hipótesis que plantea a modo de explicación de los fracasos de los sucesivos gobiernos argentinos es que todos llegaron con la convicción de que las condiciones que ellos tuvieron fueron diferentes a las de los demás y de que los liderazgos de sus predecesores eran más pobres que los de ellos.
La superioridad moral que sienten que el macrismo se adjudica frente al peronismo es una de las cosas que más irritan al entorno de Fernández y motor de algunas de sus eventuales acciones de gobierno. La proclividad a diferenciarse en exceso de sus antecesores también es una marca registrada de los presidentes argentinos. No son demasiados los casos de éxito sostenido en el tiempo. Y cada vez hay menos margen para que las cosas no sean diferentes.
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