Un sistema que no sirve y que encima es perjudicial
El jefe de Gabinete Marcos Peña adelantó que el oficialismo piensa proponer una reforma del sistema de internas abiertas simultáneas y obligatorias, o incluso su lisa y llana eliminación.
Enhorabuena. Sería una excelente ocasión para reflotar el frustrado intento de establecer la boleta única o el voto electrónico, detenido este último en el Senado el año pasado por sus potenciales damnificados, representantes de feudos con casi nulo pluralismo político. Y, más en general, para poner en marcha una limpieza de los mecanismos de falsa inclusión y participación, que se multiplicaron hasta el hartazgo.
¿Es cierto que las PASO no sirven para nada? El saldo de su vigencia es incluso peor: tuvieron algunos efectos prácticos, pero todos malos; además del gasto inútil de recursos públicos y hacer perder tiempo a millones de ciudadanos, hay que destacar la hiperpersonalización de los liderazgos y el impacto perjudicial para la competencia y la cooperación dentro y entre los partidos.
El mecanismo, ideado por los Kirchner para lidiar mejor con las críticas de la opinión pública y de la propia dirigencia peronista, tras la crisis del campo de 2008, apuntó a complicarles la vida a los opositores y, dentro del oficialismo, a los disidentes. Al establecer un sistema extremadamente caro, financiado sólo en parte por el Estado, se aseguraron de que los líderes en el poder tuvieran amplias ventajas para disciplinar a los suyos, y los que estuvieran en la oposición, en cambio, enfrentaran dificultades para preservar la unidad de sus espacios.
En una elección simultánea y obligatoria, los votos se orientan naturalmente hacia los líderes principales, que son también, cuando están en cargos importantes, los administradores de los mayores recursos de cada espacio. De allí que resulte sencillo para los jefes de los poderes ejecutivos -nacionales, provinciales o municipales- armar a dedo sus listas y forzar a quienes quieran competir con ellos a correr el riesgo de quedarse con las manos vacías. De allí que tiendan lógicamente a alinearse o a irse.
En cambio, cuando las fuerzas están en la oposición sucede más bien lo contrario: les cuesta mucho más a los líderes y sectores mayoritarios de los partidos lograr la cooperación de las demás facciones. Ellas pueden, aún siendo minoritarias, encontrar provecho en competir (algo de dinero y publicidad recibirán del Estado sólo por presentarse), y elevan muy por encima de su representatividad sus reclamos para no hacerlo.
No es que los partidos y dirigentes argentinos hayan hecho mal en no utilizar más intensamente el sistema que ofrecen las PASO. Más bien, lo contrario: han hecho bien en esquivar el bulto, porque de utilizarlo más intensamente los problemas y debilidades que ya enfrentaban se hubieran agravado más.
Después de años de elecciones inútiles y enredos cada vez más escandalosos en la confección de las listas, hay que celebrar el interés del actual oficialismo nuestro sistema de representación.
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