Un rugido crudo y fundacional
El nuevo presidente buscó mostrar su asunción como un hito en la historia argentina; se exhibió rupturista con las tradiciones
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Crudeza parece ser el adjetivo que mejor resume el discurso de asunción de Javier Milei. Un discurso fundacional en el contenido y en las formas. Un mensaje disruptivo, de ruptura profunda con los antecedentes inmediatos y mediatos. Una pretensión de reforma estructural que, más que económica o política, busca ser un revolucionario cambio cultural.
Como no lo había hecho antes ningún presidente constitucional, Milei prometió un futuro inmediato de sufrimiento para la mayoría de los argentinos y solo auguró una luz de esperanza al final de ese camino inicial de penurias, por culpa de la herencia recibida, que se encargó de subrayar en detalle. Auguró un shock que en la primera etapa traerá recesión y, consecuentemente, más pobreza e indigencia, en un país en el que esos indicadores ya incluyen a alrededor de la mitad de la población. “Prefiero decirles una verdad incómoda antes que una mentira confortable”, fue la frase con la que reforzó el eje discursivo. Sus adherentes lo vivaron.
El saludo a las autoridades nacionales y extranjeras y, sobre todo, a la heterogénea multitud que se congregó en la plaza para escuchar sus palabras inaugurales empezó con su voz en tono de rugido de león: “Hola a todos”. Con igual entonación cerró: “Viva la libertad, carajo”. La misma expresión o grito de guerra con la que fuera de protocolo firmó los libros ceremoniales del Senado y de la Cámara de Diputados. “Una nueva era comienza”, dijo. En las palabras y la gestualidad no quedaron dudas de lo que se buscó transmitir: autoridad, liderazgo personal y ruptura con el pasado. Al menos, con 100 años de historia.
Tan rupturista fue Milei que a diferencia de sus predecesores Néstor Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández no propuso hacer “un país normal”, como los tres habían coincidido en prometer en sus respectivos discursos iniciales ante la Asamblea Legislativa.
A los representantes del pueblo y de las provincias, el nuevo Presidente no les habló sino que les dedicó la espalda, después de la jura ante Cristina Kirchner y de recibir los atributos del mando de manos del saliente presidente, Alberto Fernández, quien pareció aún más sombrío e incómodo con Milei que la propia vicepresidenta.
La distancia también fue manifiesta entre Cristina Kirchner y su sucesora, Victoria Villarruel, así como fue indisimulable el malestar entre el presidente y la vicepresidenta salientes. Una relación disfuncional hasta el último minuto que, en esa para ellos incómoda ceremonia, tenía la mayor constatación de su fracaso. Nadie podría estar más en las antípodas del otrora hegemónico kirchnerismo, ahora en su ocaso, que el binomio libertario y, especialmente, sus más ideologizados seguidores. Un final y un estreno repleto de peculiaridades,
Tan fundacional resultó la alocución de Milei, más allá de la apelación a la utopía retrospectiva de la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, que equiparó su llegada a la Presidencia con la caída del Muro de Berlín, en 1989. Como él mismo dijo, vino a cerrar un ciclo de 100 años de “colectivismo antiliberal”.
Antes que anuncios de medidas concretas, Milei optó por generar un clima y construir una simbología y un contexto para darle soporte a su propio “sangre, sudor y lágrimas”, con la enumeración puntillosa de cifras destinadas a reforzar la crítica herencia recibida y justificar la crudeza del horizonte cercano que ofrece.
Fue una pensada puesta en escena en la que la elusión al Congreso y a las formas y tradiciones de asunción en el sistema republicano dejaron paso a un ritual típico de los liderazgos populistas, en el que el líder se comunicó y vinculó directamente con el pueblo, la masa, la ciudadanía o la gente (como quiera llamársele, según la adscripción ideológica). Pragmatismo y simbología fueron de la mano.
Se trató de un primer intento de consolidar esa base de sustentación aluvional y diversa, aglutinada, fundamentalmente, por el rechazo a los demás candidatos y fuerzas políticas, que le dio el un rotundo triunfo electoral y le otorgó una potente legitimidad de origen para tratar de empezar a construir la imprescindible legitimidad de ejercicio.
También, buscó contrarrestar la fragilidad legislativa que tiene La Libertad Avanza con presión popular a la hora de tratar los rupturistas proyectos de ley que enviará en los próximos días. Mucho más teniendo en cuenta las dificultades previsibles y prometidas por el propio Presidente. Fue la demostración de que Milei aprendió que la idea de plebiscitar sus proyectos carece de viabilidad sin la aprobación del Congreso.
Si los destinatarios del discurso fueron claros, tampoco dejó dudas el Presidente quiénes fueron los contradestinatarios. Los primeros, que lo apoyan y adhieren a sus ideas, recibieron una dosis reforzada de insumos para alimentar su relación y su ideario, y al mismo tiempo para contar con herramientas narrativas destinadas a defender al gobierno naciente y las políticas de shock que prometió implementar. Una construcción imprescindible para los desafíos urgentes que esperan y las fragilidades estructurales con las que empieza el nuevo gobierno.
Con similar sentido simbólico y funcional fueron hechas las citas y las menciones a los próceres y pensadores liberales, que hicieron convivir a Julio Argentino Roca y a Domingo Sarmiento, con Alberto Benegas Lynch y el economista español Jesús Huerta de Soto. Al mismo tiempo, Milei reafirmó su idea de estar cumpliendo una misión superior, con su conocida cita pasaje al pasaje bíblico donde se habla de “las fuerzas que vienen del cielo”, y la referencia a que en la fecha se celebra la fiesta judía de Hannukah, en la que se conmemora el triunfo de los macabeos sobre los ocupantes y la purificación del Templo de Jerusalén. Ruptura, fundación y refundación.
En los adversarios o contradestinatarios concentró todos los males, la herencia recibida para calificar de “inevitable” el ajuste que prometió y que no sólo caerá sobre el Estado sus organismos y agentes, sino sobre la población en general, con la recesión y el aumento de la pobreza e indigencia anunciados.
“Ellos nos han arruinado la vida, nos han hecho caer 10 veces el salario”, dijo el Presidente, luego de afirmar que si no se hace el ajuste que él propone el país va hacia una hiperinflación, “con una inflación mensual de entre 20 y 40 por ciento”. Para luego insistir: “No hay alternativa al ajuste y tampoco al shock”.
En ese mismo plano narrativo, Milei sentenció que “ningún gobierno ha recibido una herencia peor”. Lo que reafirmó una visión economicista de la historia. A su juicio, el desafío que le espera es mayor que el que debió abordar su criticado Raúl Alfonsín en la recuperación de la democracia, después de una guerra perdida, de los años más violentos del siglo XX en los que se instauró un terrorismo de Estado, que dejó decenas de miles de muertos y desaparecidos, y con una economía devastada y una deuda externa en default. Subjetividades de la política.
En la gestualidad y en las formas también Milei dejó clara su adscripción ideológica y las alianzas y amistades internacionales que privilegiará. El lugar asignado al expresidente derechista de Brasil Jair Bolsonaro entre dignatarios y mandatarios extranjeros en ejercicio fue toda una definición. Se trató de un gesto cuyas consecuencias obligarán a reforzar el trabajo del reconfirmado embajador argentino Daniel Scioli en ese país, que es el principal socio comercial de la Argentina y el cuarto inversor extranjero. Nadie está más en las antípodas del actual presidente Lula da Silva que el exmilitar amigo de Milei. Más peculiaridades.
Por otra parte la ruptura con las formas, tradiciones y prácticas políticas y de gestión dominantes que expone la llegada del líder libertario a la Presidencia implica también una reafirmación de la continuidad democrática y del Estado de Derecho. Así como una rotunda consecuencia de las demandas insatisfechas acumuladas en estos 40 años de democracia y, particularmente, en la última década.
El triunfo electoral de un partido y de una persona que hace apenas tres años no tenía práctica política alguna es la mayor derrota que las fuerzas políticas históricas u otrora mayoritarias pueden registrar. Pero también implica un enorme desafío. Desde este 10 de diciembre al mediodía el responsable de satisfacer esas necesidades postergadas es el nuevo gobierno.
Milei lanzó en su discurso tres frases que sintetizan su confianza así como el determinismo histórico que lo guía: “Comienza una nueva era”, “Damos por terminada historia de decadencia y declive” y, al final “La voluntad de cambio ya no tiene retorno”, subrayando las últimas cuatro palabra. Para luego sostener que “la caída Muro de Berlín cambió el rumbo del mundo, estas elecciones han marcado el punto de quiebre de nuestra historia”. Más tarde, a sus seguidores reunidos en la Plaza de Mayo les dijo, desde el balcón de la Casa Rosada, que “no hay noche que no haya sido derrotada por el día. Y hoy decretamos el fin de la noche populista”.
Más que una reforma, Milei se propone una revolución, entendida como cambio profundo y repentino de las estructuras políticas, económicas y sociales. Como se sabe las revoluciones dependen de sus resultados, Cuanto más cumplimiento de las expectativas, más adhesión al cambio, y cuanto menor cumplimiento, mayor reacción.
Consecuente con esas definiciones, durante la campaña electoral el propio Milei ha dicho, para rechazar acusaciones sobre su supuesta inestabilidad emocional, que “lo que diferencia a un genio de un loco es el éxito”.
Este domingo debutó con un rugido crudo y fundacional. Le llega la hora de demostrar resultados.
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