Un rebrote de privilegios
Ningún gobierno democrático debería vanagloriarse de dictar prohibiciones sobre derechos esenciales. Sin embargo, el presidente Alberto Fernández lo hizo de algún modo esta semana al señalar: “Me criticaron, me llevaron a la Corte y le hicieron decir a la Corte que lo que ellos querían… ¿Y quién tenía razón?”, en obvia alusión a los posibles anuncios de parte del gobierno porteño sobre nuevas restricciones para frenar el crecimiento de contagios que podrían incluir un sistema mixto de educación presencial y virtual.
Es curioso que el Presidente priorice jactarse de tener razón por acertar el pronóstico de un escenario sanitario grave antes de asumir la responsabilidad por no poder evitarlo.
A 17 meses de la aparición del virus, y con la ventaja de contar con el espejo del futuro del hemisferio norte adelantándonos los hechos, aún no aparece una mínima autocrítica oficial por el fracaso de una estrategia nacional sanitaria con escasos resultados, que cansó innecesariamente a la sociedad con la llamada “cuarentena más larga del mundo” con todos los perjuicios económicos que generó la misma.
Hay datos que ya no se pueden soslayar. Argentina, que nunca testeó lo suficiente, actualmente, según los datos de la Comisión de Estadísticas de las Naciones Unidas, realiza 276.618 test cada un millón de habitantes, mientras que en Chile y Uruguay esa cifra asciende a 729.168 y 582.775 respectivamente. En nuestro país no se vacuna al ritmo de otros países de la región y no se cumplió ni de cerca el plan anunciado por el presidente Fernández, que en diciembre dijo que a fines de marzo íbamos a tener a 14 millones de vacunados con dos dosis, estamos a fines de mayo y solo 2.104.000 argentinos lo están de esa manera.
También esta semana se conoció, a través del sitio especializado Our World in Data, una de las referencias más serias a la hora de establecer indicadores para analizar la marcha de la pandemia, que Argentina en los últimos días tuvo el promedio más alto de contagios diarios, después de la India, Brasil y Estados Unidos. Este mismo sitio ubica quinto a la Argentina, detrás de Seychelles, Maldivas, Baréin y Uruguay, en un ranking donde se toma la incidencia de casos positivos frente a la cantidad de la población, con una tasa de casi 500 infectados por millón de habitantes.
En medio de este escenario crítico, faltan explicaciones sobre la frustrada compra de vacunas, que no solo resultó un notable fiasco de gestión, sino que fue un compendio de irresponsabilidades y decisiones con motivos supuestamente políticos por encima de los criterios sanitarios basados en razones que los argentinos merecemos conocer, todo esto sin olvidar la enorme deshonestidad que cometieron los vacunados vip y de quienes facilitaron que lo sean, conformando la muestra más inmoral de abuso de poder que hemos conocido.
Vos no, pero vos sí
Desde que comenzó la pandemia, todos los gobiernos del mundo apelaron a algún tipo de “prohibición” como parte de las medidas para controlar la propagación del virus Covid-19 como dictar cuarentenas con distintos grados de alcance que afectaron el derecho a la libertad de circulación, al trabajo y a la educación presencial. El problema es que en nuestro país hay privilegiados que están por encima de esas prohibiciones.
El Gobierno, en medio del desborde epidemiológico, permite privilegios, que quizás podrán o no afectar o incidir en los crecientes contagios, pero que dan una pésima señal de desigualdad a la sociedad.
Aún recordamos que, mientras decenas de miles de familias no pudieron despedir a sus seres queridos fallecidos durante la pandemia, el gobierno organizaba el velatorio de Diego Maradona “para un millón de personas” que terminó en medio de un caos y hechos violentos con participación de barras bravas controlando la multitud, donde los cuidados sanitarios estaban tan ausentes como la vergüenza de quien autorizó ese evento. Claro que no fue el único caso, una y otra vez hemos visto como el mismo Fernández se mostró a los abrazos en cada acontecimiento partidario sin respetar protocolos.
Diariamente varios funcionarios otorgan entrevistas retándonos y alertándonos sobre la falta de cuidados colectivos que a la vez le sirven al gobierno para justificar el dictado o la extensión de nuevas prohibiciones. Con un agregado, ya ni siquiera ocultan sus preferencias sobre quienes no las cumplen. Por ejemplo, esta semana quedó demostrado que las reuniones sociales están vedadas para cualquier ciudadano de a pie, pero no alcanzan al show televisivo del conductor e integrante de la fallida “Mesa del hambre”, Marcelo Tinelli, que inauguró su temporada televisiva con 200 personas saltando y abrazándose en un estudio de televisión ubicado en la zona norte del Gran Buenos Aires, algo que se les pasó por alto a los estrictos Daniel Gollán y Nicolás Kreplak.
“Todos hisopados” se defendió la figura más famosa de la TV local, pero la imagen que dejó esa presentación resultó irritante para gran parte de la sociedad que debió sentir eso de “pertenecer tiene sus privilegios”.
Las ventajas que otorga el sentido de pertenencia es algo que conocen bastante bien algunos dirigentes amigos, como Hugo Moyano, que consiguió 4.600 vacunas para sus camioneros esenciales y las organizaciones sociales que se hicieron de 70.000 dosis para los suyos. Ni los colectiveros ni el personal ferroviario, que transportan miles de pasajeros diariamente, ni los voluntarios que trabajan en comedores y merenderos no organizados en esa lógica política, y tampoco los empleados de supermercados, por citar ejemplos, cuentan aún con esa suerte.
Fernández sigue apostando a un discurso duro, paternalista, a veces hasta con ínfulas autoritarias hacia la población, pero ya sin preocuparse por ocultar algunos favoritismos que generan situaciones insólitas: cerramos escuelas, pero nos abrimos al fútbol continental. El mismo día en que se dejaba entrever que se ampliarían las restricciones, el presidente señalaba en una entrevista: “Nosotros podemos analizar organizar toda la Copa América en la Argentina, en la medida en que todos estrictamente cumplan las condiciones de controles y protocolos”.
Pero el colmo, de esta incesante construcción de privilegios, está en el Congreso de la Nación. Mientras la sociedad sufre la falta de educación presencial, la imposibilidad de trabajar, de desarrollar una vida medianamente normal dentro de la ventana que existe entre las restricciones y el miedo al contagio, esta semana el oficialismo le da la espalda a esa realidad trabajando a full para aprobar la Ley de Ministerio Público que le permitiría ubicar un Procurador General propio, sin consenso político y con poderes plenos como jefe de todos los fiscales.
No debería sorprender, después de todo este gobierno es consecuente, nunca abandonó el objetivo de reformar la justicia ni lo hará siquiera con un país cercado por un virus que hasta ahora nos castigó con más de 72 mil muertes.
Y en este contexto no podía faltar la impunidad, el privilegio más obsceno de todos.
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