Un puñado de certezas en un mar de incertidumbre
Si bien las encuestas exhiben déficits para estimar qué puede suceder en las PASO, emergen indicadores clave sobre el comportamiento de los votantes
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La Argentina se encamina hacia una elección tan decisiva como incierta, quizás la más relevante del siglo XXI, y al mismo tiempo la más impredecible. Influyen mucho las dificultades que desde hace tiempo exhiben los instrumentos de medición, las encuestas de intención de votos, que por razones metodológicas hoy ofrecen disparidades de más de diez o quince puntos entre sí, lo que las transforma más en un ejercicio de fe que en un símbolo de eficacia científica. Pero también pesa cada vez más el estado de ánimo de la sociedad, la insatisfacción y la escasa disposición a clarificar su postura. El sujeto a medir es cada vez más volátil y ofrece menos certezas.
Pero a pesar de este escenario tan particular hay un puñado de certezas que, si se tienen en cuenta los sondeos solo como un parámetro, y se los yuxtapone con las actitudes de los candidatos y las dinámicas de la campaña, pueden resultar útil para reconstruir una imagen aproximada a tres semanas de las PASO nacionales.
1) Sorprende a todos los especialistas la persistencia y la consistencia de los niveles de desencanto social con la política. Si bien es un fenómeno detectado desde la pospandemia, todavía hoy hay entre un 30% y un 40% que no logra ser clasificado por las encuestadoras en ninguna categoría; no saben dónde están, qué piensan, si votarán o no. Ni siquiera es el clásico “indeciso”. Es un sujeto que no responde, que se aleja, que desconfía; que no se sintió convocado por el frenético cierre de listas y mucho menos por la campaña. Es alguien que sigue desconectado y probablemente se active a último momento. Aunque buena parte de ellos termine votando con abulia por algún candidato el 13 de agosto, configura un nuevo actor impreciso y muy poco comprometido con su voto, que puede cambiar de rumbo sin dar señales. “Es un voto sin anclaje. Cuando estaban Macri y Cristina en la cancha, por amor o por odio, se activaba la decisión para un lado o para otro; ahora ya no”, aporta la consultora Shila Vilker.
2) Esa es la principal complicación para los encuestadores: los desencantados. Como marca el politólogo de la Universidad de Princeton Federico Tiberti, “las encuestas tienen problemas para proyectar las conductas de los menos decididos. Es cada vez más difícil capturar a los que definen a último momento, que cada vez son más”. Y pone como ejemplo la reciente elección en Santa Fe: “Todos hablaron del nuevo fracaso de los sondeos, pero en líneas generales no estuvieron lejos con los votos que obtuvo Carolina Losada y Marcelo Lewandowski; el problema es que no pudieron prever que todos los que aparecían como no definidos terminaron votando por Maximiliano Pullaro. Eso torció la elección”. En líneas generales los relevamientos previos hablaban de una cierta paridad en la interna de JxC en torno del 21 o 22%, pero el ganador al final trepó hasta casi 33%.
3) En el vector más básico que se juega en toda elección, cambio vs. continuidad, la de este año se trata claramente de una elección de cambio. Entre dos tercios y tres cuartos de las personas relevadas se manifiestan a favor de un giro en el rumbo del país, que coincide con la imagen muy negativa de la gestión. Hay una verbalización que sale en los focus group con frecuencia: “Esto así no puede seguir”. En condiciones normales este cuadro debería derivar en un triunfo nítido de la principal fuerza opositora, pero eso hoy no está totalmente definido. Las oscilantes encuestas todavía no le dan una mayoría tan holgada de JxC, lo cual puede ser una consecuencia de que aún no articularon con suficiente claridad su propuesta. En 2015 la noción de cambio tenía un significado inobjetable en Mauricio Macri, como figura, y en el Pro, como partido nuevo. Hoy ya no es tan evidente, en parte porque ya tienen pasado. Una cosa es hablar de orden, como Patricia Bullrich, o de consensos, como Horacio Rodríguez Larreta, y otra muy distinta es que la sociedad los distinga nítidamente como el vehículo adecuado del cambio que demanda. Lo de Sergio Massa es mucho más complejo porque debe prometer un futuro distinto sin decir que el gobierno al que pertenece fue muy deficiente. Javier Milei ofrece un viraje radicalizado, pero semejante dinamita atrae tanto como ahuyenta. El reclamo de cambio no tiene por ahora un dueño absoluto.
4) Hay otro fenómeno que se visualiza desde hace tiempo, y que guarda conexión con el punto anterior: el techo de crecimiento está bajo y duro de perforar. Juntos por el Cambio desde hace mucho tiempo oscila entre los 32 y los 35 puntos, y de ahí no se mueve. Suma triunfos provinciales, cierra acuerdos, pero la marca no se dispara nunca. Y el oficialismo, que tuvo un comportamiento errático durante muchos meses, logró una consolidación en torno del 28 o el 30% con la designación de Massa, pero desde entonces se quedó ahí. Fue el impulso de la unidad y la emoción de recuperar competitividad, pero después empezaron a impactar otra vez los factores económicos, especialmente la suba del dólar y la negociación fallida con el FMI. Los especialistas coinciden en que el techo será mucho más difícil de perforar para el oficialismo y que la oposición está en mejores condiciones de sumar adeptos. Milei también tocó su cúspide en mayo, donde algunos sondeos ya le asignaban hasta 25 puntos. Ahora se estacionó entre 18 y 20, sin caer demasiado tampoco. Hasta ahora es una competencia bonsái.
5) Si estos datos se conservan hasta las PASO se abrirá un interrogante más profundo: ¿podrán después los ganadores de las internas empujar a sus marcas para arriba en la elección general? Si eso no ocurre, se presentará un escenario preocupante con un futuro presidente, que no contará con más de un tercio de adhesiones reales (más allá de lo que obtenga en un eventual ballotage), un respaldo exiguo si aspira a resolver la mayoritaria demanda de cambio. En parte el nivel de sustentación de la próxima administración se empieza a construir desde ahora. Después, la única forma de repararlo, es con política, con liderazgos fuertes para alinear a otros actores, o con consensos para sumar apoyos. Pero esta tarea ha sido muy deficiente en los últimos años, con un sistema que quedó atrapado en la polarización extrema.
6) “Es tiempo de fidelizar”, repiten en estéreo tanto en el sector de Patricia Bullrich como de Sergio Massa. Es la consigna con la que se moverán hasta las PASO; después, supuestamente, será el momento de ampliar. Larreta está en otra sintonía: ensanchar, sumar, mostrar diversidad; quizás porque tenga un votante mucho menos definido que sus rivales. Pero hay un dato de una encuesta de la consultora brasileña Intel Atlas que debería ser visto con atención: mientras que los votos de Larreta, en el caso de que perdiera la interna, se transfieren en un 60,3% a Bullrich y solo un 6% a Milei; en el caso de los votantes de Bullrich un 53,8% irían a Larreta y el 21% a Milei. Para Massa la fidelización responde más a una necesidad interna. Su discurso kirchnerizado de las últimas semanas y las apariciones frecuentes de Cristina son la consecuencia directa del traumático proceso de cierre de listas. Massa abandonó su mensaje de clase media y los temas de seguridad para tocar los clásicos de la juventud militante. El kirchnerismo está haciendo un esfuerzo gigante por encolumnar votantes detrás del ministro. Un referente de La Cámpora lo retrata en una frase: “La bajada de Wado, la designación de Massa, el cierre abrupto, fue todo difícil, dejó rencores que hay que saldar. Son procesos que llevan tiempo gestionar, y hoy lo que se está haciendo es cohesionar hacia adentro y recuperar los votos perdidos en 2021″. Como una expresión de ello, en la agrupación de Máximo Kirchner miran con mucho resquemor el tour progresista de Juan Grabois. “Levanta banderas que son nuestras. Era nuestro discurso si íbamos a la interna”, se lamentan para referirse al aliado táctico que permitió Cristina y que ellos desean que no crezca demasiado.
7) La provincia de Buenos Aires propaga el interrogante más importante porque está más condicionada que nunca por el efecto arrastre de los candidatos presidenciales. Mientras que Axel Kicillof y Diego Santilli temen perder votos porque están mejor que sus postulantes nacionales, Néstor Grindetti piensa que se puede beneficiar. Lo concreto es que según las encuestas que tienen en la gobernación bonaerense, Kicillof mide entre 3 o 4 puntos más que Massa. Los intendentes peronistas dicen además que ellos miden 7 u 8 puntos más que Kicillof. No es que estén preparando una traición “en masa”, pero expresan inquietud para ver cómo equiparar números. “Si Axel está preocupado, debería haberlo pensado cuando rechazó ser candidato presidencial”, le dedican desde el camporismo. Todos repiten el salmo “lo importante es la unidad”, pero al mismo tiempo rezan para que Massa ancle mejor en el conurbano. “La única manera de repuntar en serio es si se mejora el ingreso. La gente cree que les fallamos y así es muy difícil reconstruir”, señala un dirigente territorial bonaerense. Por el lado de Santilli no es más cómoda la situación. La provincia de Buenos Aires era el principal bastión electoral de Larreta hasta hace unos meses, pero ahora esa ventaja sobre Bullrich se diluyó. La división de listas en todo el territorio (excepto en un par de municipios) disparó una batalla nunca vista en JxC, cuyas derivaciones aún no se pueden estimar. En algunos distritos no hay tantas diferencias con las clásicas disputas peronistas por el territorio.
8) Está claro que la abstención es un dato insoslayable de este proceso, como quedó demostrado en las elecciones provinciales, donde en promedio hubo un tercio del padrón ausente. Menos evidente es a quién puede perjudicar ese nivel de abstención. En el peronismo están convencidos: “La mayor parte de los que dicen que no quieren concurrir el día de la elección son votantes nuestros desencantados, que no se encuentran contenidos y que no van a apoyar a Juntos”, señalan en el equipo de campaña, donde admiten que es complejo movilizarlos para las PASO. También genera expectativas en el team de Larreta (que parece haber resucitado tras el triunfo de Santa Fe), donde se especializan en analizar las distintas expresiones de los moderados. Pero en este caso es mucho más perentorio generar movilización para las primarias porque, a diferencia de Massa, se pueden quedar afuera si no lo logran. Bullrich parece la menos condicionada por la participación porque su objetivo es el núcleo duro del macrismo. Pero Milei sí requiere que sus votantes no se desvíen en el camino para transformar su intención de voto en sufragios reales adentro de las urnas.
9) Las campañas electorales hasta el momento no están generando grandes cambios en las tendencias. Era una hipótesis al iniciar el proceso que podrían ser más decisivas en un escenario tan volátil, pero todavía los candidatos no han logrado instalar debates de fondo o perforar la apatía de los sectores del electorado menos interesados. Las referencias son muy básicas. Massa describe con trazos gruesos a la derecha ajustadora y represora sin poder articular un proyecto de gobierno. En el oficialismo no hubo un solo debate orgánico sobre cuál es el programa que impulsaría en caso de ganar. Bullrich reafirma todo el tiempo su determinación de cambio brusco, pero sin dedicarse por ahora a explicar cómo prosperaría con una lógica de imposición de medidas como la que promueve. El riesgo es que genere miedo al caos sin darle un sentido virtuoso a las reformas. Larreta, que es el que más se dedicó a desgranar futuros proyectos, no logra fijar una agenda propia. No transmite con claridad cómo sería una eventual administración suya, a pesar de que asegura tener en carpeta 130 medidas. Y Milei quedó anclado entre la casta y la dolarización; hace tiempo que no logra remover su repertorio. Otra vez parece que pesarán mucho más factores como la estructura territorial y la cercanía con la gente.
10) El FMI también juega, aunque no vote. Y está complicando a Massa. Hay una realidad evidente en este plano: hace aproximadamente un mes y medio se produjo un endurecimiento del organismo de crédito a partir de dos datos. El primero, el incumplimiento de la Argentina con casi todos los objetivos pautados para la segunda revisión trimestral. La sequía fue el argumento principal, pero ya no alcanza. Massa admite en reserva que su gran error fue haber subestimado el impacto que tendría. “Debí plantear un primer cuatrimestre más duro, no le di la dimensión que tenía”, reconoció. El segundo factor es que la Argentina dejó de ser el único foco de preocupación en Washington, ya que la suba de las tasas de referencia internacional multiplicó los pedidos de auxilio al organismo. Pakistán, Mozambique, Zambia, Burundi, Congo y Níger, entre otros, también fueron a golpear las puertas, por lo que el Fondo ya no pudo ofrecer al gobierno argentino las flexibilidades de otras épocas. En el board del FMI cayó pésimo el zoom rebelde que Massa compartió con su par de Egipto, el otro gran deudor hoy del organismo. Lo leyó en clave de conspiración y eso fortaleció al ala dura. Los teléfonos de la Casa Blanca ya no responden como antes, por lo que la solución política al estancamiento en las conversaciones no está tan fluida. Es probable algún tipo de acuerdo en los próximos días, pero las expectativas de obtener un adelantamiento de partidas y libre disponibilidad para intervenir en el mercado, hoy parecen poco probables. Hay más ánimo para un simple esquema de desembolsos contra vencimientos para que no haya incumplimientos hasta fin de año. Habrá que ver si es suficiente para calmar un mercado tan intranquilo. Massa ya está pensando, en todo caso, en volver a recurrir a los yuanes chinos.
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