Un presidente más cristinista que nunca
La apertura de sesiones ordinarias dejó una constatación irrevocable: el presidente confrontativo del lunes (1° de marzo) al mediodía nada tiene que ver con el presidente dialoguista del viernes (19 de febrero) que presentó el Consejo Económico Social. Alberto Fernández se mostró en las palabras y en algunas formas más cristinista que nunca. No solo por pronunciar un discurso de casi dos horas, el más largo que se le haya escuchado en su gestión.
Los poderes económicos concentrados, la oposición, los medios de comunicación y periodistas críticos, los intereses foráneos, el Poder Judicial, todos los que incomodan al Gobierno y a la conducción oficialista pasaron ayer a la categoría de adversarios declarados, al filo de ingresar en la de enemigos del pueblo, al que su gobierno vino no solo a reivindicar y a proteger. También, a unir. Casi ningún tópico constitutivo del discurso populista fue excluido.
Paradójicamente, luego de 105 minutos en los que sobresalieron los ataques, incluida la ruptura de puentes con la principal fuerza opositora, Fernández remató su mensaje con dos frases que parecían traspoladas de otros textos y ocasiones. "Necesitamos construir un país antisísmico, que supere los odios" y "quiero ser recordado como el Presidente que sembró la unidad", concluyó con el mismo énfasis con el que había arremetido contra todos los que lo cuestionan. Vestigios del presidente del viernes previo al estallido del VacuGate, que demolió los frescos cimientos del edificio consensual.
La disociación fáctica encuentra un elemento, si no absolutorio, al menos explicativo: se trató el lanzamiento del año electoral de un presidente en campaña. La apertura de sesiones ordinarias del Congreso fue la excusa. Si la falta de resultados dificulta los consensos, la confrontación facilita la unidad interna. Los primeros comicios en los que se plebiscitará la gestión pueden ser fundacionales o disfuncionales para cualquier aspiración de futuro.
Autoindulgente con su administración, confrontativo con los que la cuestionan, incluyente y permisivo para con los propios, excluyente y amenazante para con los ajenos, minuciosamente descriptivo de las acciones de su Gabinete, ajeno a las deudas pendientes o las promesas incumplidas y acotadamente propositivo. En esa exigua enunciación puede resumirse y calificarse el mensaje.
Así, las mayores novedades que arrojó fueron la admisión del retraso en las negociaciones con el FMI, el proyecto de creación de un tribunal para restarle atribuciones a la Corte Suprema (a la que denostó casi explícitamente), el pedido al Congreso para que controle a la Justicia y la querella contra los miembros del gobierno de Macri que contrayeron la deuda pública y privada. En el último punto, Fernández no reparó en dos realidades que exponen alguna ligereza.
En primer lugar, ya existe una causa abierta en los tribunales de Comodoro Py por el endeudamiento, a la que el Estado podría aportar elementos sin necesidad de abrir otra investigación. Salvo que no les satisfagan los investigadores actuales y busquen otros. Pero sería una interpretación tan prematura como prejuiciosa.
En segundo lugar, el Presidente quedó expuesto a una contradicción si la decisión de investigar los créditos tomados no fuera un mero recurso retórico-político: su gobierno no declaró ilegítima esa deuda sino que la reconoció y la renegoció, tras mostrar voluntad de pago. La ahora dilatada negociación con el FMI, que contradice el optimismo reciente del Gobierno, necesita de algún atenuante. O fuegos de artificio. No hay lugar para fracasos sin culpables externos.
La presentación de Fernández estuvo claramente dirigida al núcleo duro de su coalición. Cristina Kirchner debería sentirse reconocida y reflejada en ese discurso. Salvo por algunas largas parrafadas burocráticas, en las que se notó el copy-paste hecho por el Presidente de los informes de su extenso gabinete, carentes de la épica y las inflamadas arengas que ella suele impregnarle a sus presentaciones. Una de las diferencias sustanciales (e insalvables) que persisten entre el Presidente y su vicepresidenta.
Aplausos
Elocuentes y confirmatorios del cariz del mensaje resultaron los aplausos de los legisladores oficialistas y las sonrisas de la vicepresidenta, que no necesitó que la mencionara. Las adhesiones más estruendosas surgieron ante cada ataque (o amenaza) a la lista de adversarios que enhebró Fernández, sobre todos los jueces y medios de comunicación críticos. Las propuestas, en cambio, recibieron apenas tibias expresiones de adhesión. Incluidos los anuncios referidos a una materia tan sensible como la educación, que según Fernández es prioridad de su gestión. Quizás haya influido que llegara luego de que el Presidente festejara el regreso a las clases "que tanta falta hacían", como un comentarista ajeno a la dilación que sufrió ese retorno.
No solo en el plano político-judicial, Fernández rindió tributo al ideario cristinista. Lo hizo también en el plano económico al autocelebrar el congelamiento de tarifas y los controles de precios, que la vicepresidenta militó contra los intentos de racionalizar la economía y de estimular la inversión en energía. También , la líder debería agradecerle la indulgencia con la que el Presidente anunció su propósito de recuperar la soberanía energética, sin decir cuándo se había perdido ésta. A pesar de la enjundia historicista con la que embistió contra Cambiemos.
Además, el proyecto de actualización tarifaria segmentada, según capacidad de pago, no atenta contra el ideario cristinista ni conlleva peligro de afectar la performance electoral por su eventual impacto en las clases medias. Tampoco de incomodar a los propios que están bastante por encima de la línea de pobreza. Ya se aclaró que no es una iniciativa sencilla de concretar. Ni afectaría los bolsillos de algunos amigos del poder (y consuetudinarios aportantes electorales) que tienen inversiones en empresas de servicios públicos. Algunas de las medidas de estímulo anunciadas tenderían a compensar un atraso tarifario. Reedición de las calesitas estatales, con sortijas preferenciales, que suelen administrar todos los gobiernos con más celo que el dedicado a ninguna otra área.
En las horas previas a la presentación en el Congreso, estrechos colaboradores presidenciales se empeñaron en negar que Fernández estuviera enojado, como se mostró hace una semana en su visita a México. Si así fuera, significaría que el tono y el fondo de su mensaje de ayer fueron el producto de una decisión táctico-política.
Una de las palabras más repetidas fue "críticas" (siete veces), casi siempre seguida de adjetivos descalificativos, algunos inquietantes. La herencia recibida de Macri (no de los 12 años previos), la pandemia y las malas intenciones de sus objetores serían así los únicos responsables de los errores y ausencia de logros suficientes de sus 15 meses de gobierno.
Es probable que haya que leer entre líneas su convocatoria final a la unidad y la autorreivindicación de un espíritu dialoguista. Una clave podría hallarse en el reconocimiento (y carácter virtuoso) de las diferencias internas del Frente de Todos. Tal vez, la aspiración unificadora y pacificante se reduzca a la unidad en la diversidad del oficialismo. Un elemento imprescindible para volver a ganar las elecciones, disminuir la presencia opositora en el Parlamento y aumentar el poder. Los proyectos hegemónicos suelen tener una singular concepción de la pluralidad.
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