Un Presidente injusto e hiperbólico
Las formas son tan importantes como el contenido en la vida democrática; las palabras violentas de un mandatario pueden terminar en hechos violentos
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Siempre le quedará Cristina Kirchner. Cuando parece que el Presidente está a punto de tropezar con serios obstáculos políticos, surge de nuevo la expresidenta con sus autorreferenciales sermones y una mayoría social vuelve a colocarse al lado de Javier Milei. Ese amplio sector social que confía en el jefe del Estado superó ya las pruebas de las peores inflación y recesión de las últimas dos décadas (la estanflación), pero nadie puede precisar si es por los méritos de Milei o porque los políticos que él tiene enfrente -el kirchnerismo, sobre todo- es mucho peor, se lo mire por donde se lo mire. El lunes último volvió a divagar en Corrientes sobre el núcleo de su pensamiento libertario en un encuentro de esa franja ideológica y cayó de nuevo en el uso excesivo de los adjetivos.
A pesar del riesgo de la reiteración, conviene recordar que las palabras violentas del Presidente (de cualquier presidente) pueden terminar en hechos violentos. La Argentina es un país que habla un lenguaje político violento desde el acceso de los Kirchner al poder, hace 20 años. Nunca pudo en dos décadas alejarse del peligro de una probable fatalidad como consecuencia de la violencia verbal. Antes fue la división entre el pueblo y el antipueblo, entre los supuestos patriotas y los también supuestos vendepatria o entre lo popular y lo elitista. Pura fraseología que no decía nada. Ahora el parteaguas es entre lo nuevo y lo viejo, entre la política y la antipolítica o entre el cambio y el statu quo. Palabrería sin sustancia.
En Corrientes, el Presidente se percibió a sí mismo como lo que no es: el jefe de una organización criminal. En efecto, Milei dijo en la provincia litoraleña que “el Estado es una organización criminal violenta que se beneficia con los impuestos”. Una de las funciones que tiene el presidente de la Nación es la de ser jefe del Estado; es decir, podría deducirse, jefe de una organización criminal. Pero, ¿es el Estado realmente una organización criminal violenta? Una cosa es el uso y abuso que el kirchnerismo ha hecho de los bienes -y del dinero- del Estado, y otra cosa es que este sea una organización dedicada solo al delito. ¿Qué pensarán entonces las fuerzas de seguridad si su jefe en el organigrama del Estado les dice que sirven a una organización criminal? ¿Cómo se sentirán los médicos, enfermeros, maestros y profesores que trabajan en hospitales, escuelas y universidades públicas si el Presidente los notificó de que trabajan para una organización delictiva?
La inclinación evidente del jefe del Estado hacia una concepción hiperbólica de la vida manchó siempre su discurso; la diferencia es que antes no era el primer mandatario de su país. Su ideario libertario lo conduce a una mirada anarquista del capitalismo, según la cual la iniciativa privada puede resolver todos los problemas de la sociedad. El Estado de los Kirchner era propietario de nueve hoteles en Chapadmalal (lo sigue siendo), y eso es desde ya una anomalía. Pero hay funciones indelegables que son propias del Estado. Ningún país importante del planeta destruyó al Estado por si acaso, para probar suerte por caminos inexplorados por el hombre. Un anarquista convencido, sin embargo, no debería aspirar a cargos públicos en el Estado que tanto desprecia.
Desde ya, Milei tiene razón cuando le reprocha al gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, que haya contratado a varios artistas para después quejarse por la falta de recursos de su provincia. El caso de Quintela es aplicable a muchos gobernadores, acostumbrados a un gobierno federal generoso que les permitía el dispendio, siempre y cuando fueran obsecuentes con los gobernantes nacionales. Con todo, Milei le recriminó a Quintela “el pago de honorarios a artistas que militaban en una determinada idea”. Quiere decir, entonces, que el Presidente no habría objetado nada si esos artistas hubieran militado en las ideas libertarias. La lógica le tiene reservada una sorpresa a Milei: las malas prácticas son siempre malas, no importa quien las practique.
El Presidente cae en la misma injusticia cuando acusa a cualquier periodista crítico de estar “ensobrados” por haber cobrado pautas publicitarias de los anteriores oficialismos. Sorprende el silencio como respuesta. Una aclaración se impone antes de continuar: este periodista le escribió una carta formal en 2004 al entonces presidente Néstor Kirchner para pedirle que retirara de su programa de televisión la pauta de publicidad del gobierno federal. Empezaba entonces una disputa política porque el periodismo amigo recibía pautas de publicidad, pero no sucedía lo mismo (o había una gran desigualdad) con el periodismo independiente. Kirchner respondió, también por carta, expresando su disgusto porque entrevía que en esos párrafos se escondía una gran duda sobre su respeto a la libertad de prensa. Disgustado o no, lo cierto es que levantó la pauta de publicidad del programa de este periodista, y ningún gobierno posterior la repuso. No todo se resuelve con dinero.
En su monologo correntino, Milei señaló que es astuto de su parte enfrentarse con artistas porque si hablara de Gramsci, uno de los grandes teóricos marxistas sobre la influencia cultural en la divulgación de las ideas, no lo escucharía nadie. Regresó a su coincidencia con Cristina Kirchner, quien le calificó como un “showman”; él le respondió, amable, que ahora es necesario el show en la vida política. ¿Entonces es show todo lo que hace? Esa reflexión del jefe del Estado puede explicar, en parte al menos, su predisposición al perpetuo griterío público; se trataría de una estrategia comunicacional o de nuevas peripecias en la batalla cultural a la que se aferra. ¿Era necesario, a pesar de todo, calificar de “nido de ratas” al Congreso? Dejando de lado a los bloques kirchneristas, que nunca lo apoyarán, ¿por qué se enfrentó con el resto de los bloques políticos del Congreso? ¿Por qué, si muchos de esos bloques están dispuestos a ayudarlo? ¿Nunca valoró, acaso, los 144 votos a favor que tuvo la aprobación en general de la ley ómnibus? Una enormidad de votos. ¿Para qué dijo que su mayor equivocación fue “creer que podía negociar y hacerles un planteo honesto a los gobernadores”? ¿A todos los gobernadores? Milei estará en minoría en la Cámara de Diputados hasta el final de su actual mandato, aun cuando ganare las elecciones legislativas de mitad de mandato del próximo año.
Justo cuando decía eso de los gobernadores, en Corrientes lo recibió con los mejores modos el gobernador de esa provincia, el radical Gustavo Valdés, quien se diferenció abiertamente del presidente de su partido, Martín Lousteau. “Me importa un carajo lo que piense Lousteau”, se despachó Valdés, quien recordó, de paso, que Lousteau “fue ministro de Cristina Kirchner y yo soy radical desde hace 40 años”. Un día después, dos delegados de Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel y el ministro del Interior, Guillermo Francos, aterrizaban en Salta para reunirse con varios gobernadores del noroeste. Fueron a pedirles ayuda para sacar algunas de las medidas (o todas, si fuera posible) incluidas en la ley ómnibus que Milei retiró del tratamiento parlamentario. Es muy difícil recordar un caso de semejante contrasentido en la política cercana. Dijo cosas peores. Por ejemplo: “Los políticos parten del supuesto según el cual la gente los ama. Yo parto de que son una mierda (sic) y la gente los desprecia”. Hay otra sorpresa esperando al Presidente: está rodeado de políticos. Daniel Scioli es un político desde hace casi 30 años por más que le guste presentarse como un motonauta retirado; Mauricio Macri, con quien Milei habla más de lo que se sabe, es un político que está en la vida pública desde hace 20 años, doce de los cuales los pasó a cargo de los gobiernos de la ciudad y de la Nación; Francos, su ministro, es un político que debería ser más escuchado en el Gobierno; Martín Menem es un político, hijo y sobrino de políticos, y Oscar Zago, el presidente de su bloque en Diputados, es un político que antes de afiliarse a La Libertad Avanza militó en la Unión Cívica Radical y en Pro. El propio Milei es un político; nadie llega a la presidencia de la Nación sin aceptar mínimamente los preceptos de la política.
Tal vez Ricardo López Murphy sea el político con ideas más cercanas a Milei, aunque los diferencia algo no menor: uno es liberal, López Murphy, y el otro es libertario, Milei. No obstante, el Presidente no agravió a ningún político tanto como lo hizo con López Murphy, a quien llamó “traidor” y “basura”. También acusó al exministro de Economía de enviar a gente suya a calificarlo de “nazi” a Milei. Es improbable, si no imposible, imaginar a López Murphy ordenando la difamación pública de alguien. A propósito, es hora de que se deje de hablar en el espacio público con tanta liviandad de “nazi”. La advertencia viene a cuento por el despropósito que acaba de cometer el presidente de Brasil, Lula da Silva, cuando acusó a Israel de cometer en Gaza un genocidio como el Holocausto. Nada es comparable al Holocausto, ni nada es parecido al nazismo.
De todos modos, Milei está enojado con López Murphy desde 2021, cuando este decidió integrar una lista de candidatos a legisladores de Juntos por el Cambio en lugar de compartir lista con Milei. ¿Rencoroso? No sería una buena noticia, ni una buena política. La historia le atribuye al expresidente brasileño Getulio Vargas una frase cargada de pragmatismo político: “Nadie es lo suficientemente amigo como para no terminar siendo un enemigo, y nadie es lo suficientemente enemigo como para no terminar siendo un amigo”. La frase es aplicable solo a la política, desde ya.
Hace pocas semanas, el Presidente escribió un tuit que vale la pena rescatar. Dice así: “Me importan un carajo los forros que ponen las formas por sobre el contenido”. Sobre esa idea revoloteó nuevamente en las últimas horas. Lamentablemente hay otra sorpresa para Milei: las formas son tan importantes como el contenido en la vida democrática. Los teóricos en ciencias políticas sostienen que la democracia, como sistema político moderno, es una forma de vivir que solo es viable si se fundamenta en valores como la libertad, la igualdad, la justicia, la tolerancia, el pluralismo y la participación. Las buenas formas y la libertad son, por lo tanto, indivisibles. El aditamento de carajo sobra y es de mal gusto.
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