Un presidente débil que busca el poder de la calle
Un indicador prometedor de inflación que llegue ya es vital para Milei si quiere ir con una carta fuerte al Congreso; eso y las encuestas, que se vuelven centrales a medida que el balotaje va quedando lejos
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El futuro del presidente Javier Milei depende de una sensación y de un hecho. Su principal aliado es la sensación de falta de alternativa: solo la percepción de callejón sin salida que dejó el kirchnerismo puede contener parte del hartazgo social acumulado, que se renueva cada semana con más crisis del bolsillo, y darle algo de tiempo. Del otro lado, no hay nada, no hay opción: ese sentimiento generalizado sostiene el esfuerzo que demanda el camino de estabilización que decidió Milei en diciembre.
La transmutación de frustración social en paciencia cronometrada juega a favor de Milei. La gran pregunta: ¿hasta cuándo? Esa paciencia se mueve al ritmo de un tictac que va a terminar explotando, sin embargo, si no se confirma un hecho clave, la baja de la inflación, el otro aliado de la revolución mileísta. Con ese solo logro, complejísimo de alcanzar, Milei tiene asegurada una gobernabilidad razonable. E, incluso, una elección de mitad de mandato prometedora. Ese futuro, por el momento, resulta más un ejercicio de fe que no está claro que mueva las montañas necesarias.
En ese contexto se explica la nueva ronda de declaraciones de Milei, de regreso de la Antártida. El Presidente buscó fijar esa lectura: la inflación está a la baja, a pesar del rezago del efecto inflacionario dejado por el kirchnerismo, gracias a sus medidas de shock. En la mirada de Milei, todo pudo ser peor, pero no lo fue por las medidas económicas de su gobierno.
En la narrativa de Milei en tiempos de urgencia, la cosa se juega entre la inflación alta esperada por culpa de Massa y la inflación no tan alta lograda gracias a la nueva gestión. “Tienen que sacarlo a pasear en andas a Caputo”, dijo este domingo en Radio Mitre. “Si la inflación de diciembre es del 30, es un espanto, claro, pero es un numerazo: veníamos para un 45 por ciento”, planteó.
Los detalles técnicos detrás de una inflación de diciembre que rondará efectivamente el 30 por ciento, según los cálculos de distintos expertos e instituciones, no avalan tan directamente esa versión. Pero Milei no busca ese aval: “Milei es un gran panelista”, sintetiza un macroeconomista independiente, respetadísimo, que el Gobierno consulta por estas horas: no le da mucho crédito a esa conclusión. En esa efectividad autoatribuida, Milei basa su poder: son los resultados contantes y sonantes los que lograrán poner al Congreso de rodillas. No tiene otra carta. Si lo logra, lo logra todo. Si no lo logra, se queda sin nada.
Una especie de lógica Bukele, pero en diferente terreno: el logro rotundo que el presidente salvadoreño tuvo en el terreno de la inseguridad, en el caso de Milei, busca aplicarse a la inflación. Con un hachazo a las tasas de homicidio, Bukele encontró el apoyo popular que le permitió darle la espalda en serio al Congreso en 2021, que quedó bajo su control. También copó la Corte Suprema. Un control sobre los tres poderes del Estado basado en la satisfacción plena, no importa los medios, de la principal demanda de los salvadoreños: terminar con la inseguridad.
Las maras dominaban el 80 por ciento del territorio cuando Bukele llegó al poder y la tasa de homicidios era de 36 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Bukele las combatió: en 2022, El Salvador tuvo la tasa de homicidios más baja desde 2014. La popularidad de Bukele llegó al 80 por ciento. En 2023, según la encuesta de opinión pública de Latinobarómetro, Bukele es “el presidente mejor evaluado de todos los tiempos desde el inicio de la transición democrática en América Latina”.
Este 2024 lo tiene no solo como principal candidato presidencial, sino casi como único candidato: hoy Bukele tiene un 93 por ciento de intención de voto según la encuestadora CID Gallup. En El Salvador, el éxito de Bukele, sobre todo en su política de seguridad, desmanteló la política.
Hay algo del estilo Milei que reconoce un valor en el estilo Bukele y sus logros. Milei quiere éxito con su shock antiinflacionario y la misma popularidad. El reconocimiento es mutuo. El presidente salvadoreño fue uno de los invitados especialmente, y desde el primer momento, a la asunción de Milei. En los días de campaña, un lobista de Bukele, el estadounidense Damián Merlo, también cercano a Trump, asesoró a Milei y lo acercó a Tucker Carlson. Y el miércoles pasado, en un Space de X, Bukele divulgó parte de una conversación de media hora que tuvo con Milei cuando llamó para felicitarlo y los consejos que le dio. “Es muy difícil tratar de darle soluciones a un país que tiene tantos problemas cuando ni siquiera se pueden aplicar las políticas que tenemos pensadas”, contó Bukele. “Él (Milei) tiene dos obstáculos que no dependen de él. Uno es la realidad con la que se encontró y la otra, el sistema que lo va a intentar bloquear y no va a dejar que impulse los cambios que quiere impulsar”, siguió.
En las palabras de Bukele, se lee un sistema de creencias que también sostiene Milei: la dificultad para llevar adelante las reformas que considera necesarias en medio de un juego político que funciona con otras reglas. Con una salvedad que hay que señalar: el efecto sobre el juego democrático es crítico en el caso de Bukele. En el caso de Milei, aun con la polémica en torno al DNU, las reglas democráticas le marcan la cancha. Y Milei y su gobierno operan a su particular modo dentro de esos márgenes.
La concepción de Milei no es solo contra la casta política. Es también contra el dispositivo democrático de decisiones sobre todo cuando su gobierno es débil en uno de sus engranajes: el poder en el Congreso. En ese punto, Milei es el presidente más débil de la democracia. En este punto, se puede plantear un contrafáctico: si la presencia libertaria en el Congreso fuera mucho más abigarrada, Milei creería más en ese juego. Su flexibilidad conceptual a la hora de adaptarse y aprovechar las oportunidades de construcción de poder ya es un hecho notorio.
Los extremos se tocan: fue Cristina Kirchner la que también planteó “repensar la ingeniería institucional”. Cuestionó la República y la división de poderes como “caducada”, un invento de la Revolución Francesa. En su caso, porque entonces no concibió el poder fáctico de los mercados, en su lenguaje. Fue en 2022, en la apertura de las sesiones parlamentarias de Euro-Latinoamérica.
Milei también está insatisfecho con el orden institucional. Un tuit muy sucinto permitió entrever esa concepción: el diseño de la democracia actual como un obstáculo. “Brillante”, tuiteó el presidente Milei para retuitear a un usuario mileísta de X que se permitió una ironía: “El decreto que debió haber dictado el presidente Milei debería haber constado de un solo artículo: “Se restaura la única vigencia de la Constitución de 1853/60 y se derogan todas las disposiciones inferiores que la contradigan”. Un elogio presidencial de los más significativo: el sueño de una ingeniería política que funcione con otra capacidad y velocidad resolutiva. El Congreso como una pérdida de tiempo cuando las urgencias que padecen los argentinos son tantas.
Esa concepción de la urgencia está detrás del DNU y de la ley ómnibus: la crisis social que vive la gente justifica la presión para la aprobación rápida. En ese punto, la Argentina sigue atrapada en los dilemas que marcaron la elección presidencial, sobre todo el balotaje: una elección de mal menor o una elección entre dos miedos diferentes de ruptura institucional, a la kirchnerista versus a la Milei. Una elección entre costos a pagar, nunca entre soluciones plenas.
Ahora ese dilema opone una concepción de la defensa de la Constitución que pone en el centro de la escena la democracia de las reglas y los procedimientos versus una defensa de la Constitución que plantea la protección de derechos vitales como comer, trabajar, ahorrar, comprar y vender y tener un sustento. En la ecuación Milei, la protección de esa manera vitalista de ver la Constitución justifica la necesidad y urgencia de sus medidas. Y su presión sobre el Congreso.
Por eso un indicador prometedor de inflación que llegue ya es vital para Milei si quiere ir con una carta fuerte al Congreso. Eso y las encuestas: cuando el balotaje va quedando lejos, el apoyo popular se juega al ritmo de las encuestas. Por eso la guerra de encuestas que empezó en las últimas semanas y se irá acentuando. Es el naipe cargado de Milei para seguir enrostrando su popularidad cuando la política de siempre busque ponerle los frenos.
Las fuerzas del cielo, cree Milei, están de su lado. Pero el poder no está tan claro: está obligado a reforzarlo con las herramientas menos pensadas.
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