Un peronismo sin liderazgo
Alberto Fernández, un viejo especialista en campañas electorales, les deja el micrófono abierto a sus funcionarios y candidatos para que desplieguen sus ocurrencias según el leal saber y entender de cada uno; dinamita pura en las urnas
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Un encuestador mira la cantidad de intentos fallidos de consultas telefónicas a eventuales encuestados y también un informe sobre la reticencia de la gente común a recibir en sus casas a los que hacen las encuestas. “Me parece que algo que sucede en la sociedad no lo estoy registrando”, concluye. En ese contexto de una sociedad mayoritariamente encerrada en sí misma, la campaña del Gobierno está sin liderazgo. Ninguna otra administración, peronista o no peronista, estuvo nunca tan cargada de librepensadores dispuestos a jugar sus propios partidos. Raro en el kirchnerismo, porque en tiempos de Néstor o de Cristina Kirchner eran estos los que controlaban personalmente las campañas electorales. También Mauricio Macri, Raúl Alfonsín o Carlos Menem ejercieron un control personal del discurso, de los actos y de las declaraciones de sus candidatos y dirigentes en vísperas electorales. Alberto Fernández, un viejo especialista en campañas electorales, les deja el micrófono abierto a sus funcionarios y candidatos para que desplieguen sus ocurrencias según el leal saber y entender de cada uno. Dinamita pura en las urnas.
El Gobierno no está bien, aun en esas encuestas de resultados muy relativos por la poca cantidad de argentinos que se someten a ellas. El Presidente perdió entre 5 y 10 puntos (depende de si se mide la gestión o la imagen) desde que estalló el escándalo de la foto de Olivos. “Entraron las balas”, se sincera un funcionario con acceso diario al jefe del Ejecutivo cuando alude al Olivosgate. En rigor, ningún integrante del Gobierno niega que ese escándalo significó un punto de inflexión en la gestión presidencial.
Pero el hecho ocurrió hace más de un año (en julio de 2020), aunque la foto trascendió hace poco. El problema nuevo consiste en que se le sumaron declaraciones de funcionarios y candidatos que parecen hechas por la oposición para que el Gobierno caiga en la trampa. El propio Presidente fue dramáticamente impolítico cuando salió a apoyar a la docente Laura Radetich, de la Escuela Eva Perón, en Ciudad Evita, en La Matanza previsible. Radetich no solo dijo lo que dijo violentamente ante estudiantes secundarios. Es mucho peor lo que escribió en sus tuits, que no tienen desde ya el impacto de una escena de locura oportunamente filmada por un estudiante. Especuló con una bomba neutrónica en Córdoba, porque los cordobeses votan mayoritariamente al macrismo. O deslizó que la mejor solución política era un Macri “muerto”. Nadie le advirtió al Presidente sobre el historial violento de esa docente, y él tampoco tuvo la prudencia de averiguar quién era antes de ofrecerle su respaldo. Analistas de la sociedad señalan que ni los peronistas quieren que sus hijos sean adoctrinados en las escuelas. El error del Presidente fue enorme si bien se mira el momento electoral en que lo cometió.
Sabina Frederic, ministra de Seguridad, jugueteó con la comparación entre la Argentina y Suiza. “Suiza es más tranquila, pero más aburrida”, dijo, como si estuviera haciendo bromas en una charla de café. La peor réplica la tuvo desde su propio espacio político. Sergio Berni, el intocable ministro de Seguridad bonaerense, le salió al paso en el acto: “Cree que estamos de joda. La seguridad del conurbano es el onanismo de los intelectuales”, asestó el ministro bonaerense. Berni cuenta con la protección personal de Cristina Kirchner. Dice y hace lo que quiere. Sigue ahí. No puede dejar de reconocerse que Berni le pone a veces un poco de sentido común al oficialismo cuando este derrapa con la inseguridad. Berni tiene razón: ¿cómo decirles a los que sufren y temen la inseguridad en el conurbano que así la Argentina es más divertida que Suiza? ¿Por qué Frederic tiene el micrófono abierto por el Presidente en momentos electorales? Ella piensa como piensa y no cambiará ahora. ¿Nadie le dijo a la ministra que debía callar sobre cuestiones de seguridad en tiempos electorales? ¿No recuerda el Presidente, acaso, que Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa perdieron juntos en la provincia de Buenos Aires frente a Francisco de Narváez porque este levantó la bandera de la seguridad? Fue en 2009. No pasó tanto tiempo ni el problema se resolvió.
La provincia de Buenos Aires es un territorio impredecible. Allí el kirchnerismo perdió todas las elecciones de mitad de mandato, salvo las de 2005. Fue derrotado en 2009, en 2013 y en 2017. En dos de ellas, la de 2009 y 2017, la derrota la sufrieron en carne propia los mismos fundadores del kirchnerismo: Néstor y Cristina Kirchner eran los candidatos que encabezaban las listas perdidosas en esos años. “Cristina sabe que si el Frente de Todos ganara en las primarias por apenas 4 o 5 puntos podría perder las generales de noviembre”, dice alguien que la frecuenta. Ya sucedió en 2015 con Aníbal Fernández en Buenos Aires y con Scioli en el país. Los dos ganaron por pocos puntos en las primarias. Los dos terminaron perdiendo las generales. ¿Por qué perderían ahora? Hasta los cristinistas pronostican que ante un mal resultado en las primarias, aun ganando, será Cristina Kirchner la que se pondrá al frente de la campaña, definitivamente decepcionada del político que llevó a la presidencia. Mala señal. La expresidenta sigue teniendo niveles muy importantes de rechazo social. Muchos de los que no irían a votar en las primarias lo harían en las generales, solo para votar contra ella. Ya sucedió. No sería una novedad.
Victoria Tolosa Paz decidió hablar del sexo de los peronistas. Puede ser que lo haya hecho conscientemente. Se explica: el resultado es magro cuando los encuestadores la miden a ella sola, sobre todo porque los bonaerenses no saben quién es ni qué hizo para estar ahí. Otra cosa, mucho mejor, sucede cuando la miden en compañía de Cristina Kirchner, de Alberto Fernández y de Axel Kicillof. Resulta, sin embargo, que el día de las elecciones estará su boleta en el cuarto oscuro sin Cristina, sin Alberto y sin Kicillof. Pero hablar en público de la sexualidad, y con las palabras que usó, la distancia brutalmente de la clase media y de la clase baja, a veces más conservadora que los sectores medios. ¿Quién le dijo a Tolosa Paz que podía tener iniciativa propia, sin consultar con nadie, en la crucial campaña electoral de estos días? ¿No creyó conveniente que sus ideas disruptivas merecían una conversación con el líder que la colocó como primera candidata bonaerense, el propio Presidente? ¿O sucede, acaso, que nadie reconoce en el oficialismo a un líder? Para peor, el Presidente salió a apoyarla también, aunque elípticamente, sin nombrarla y sin mencionar la descripción sexual que Tolosa Paz hizo de los peronistas. El Presidente ha perdido los reflejos electorales.
De todos modos, el hecho de estos días que podría tener peores consecuencias futuras es la refriega diplomática del gobierno argentino con Chile por la delimitación de los hielos continentales. Primera constatación: los dos gobiernos están en medio de procesos electorales y a ninguno de los dos le va bien. En Chile habrá elecciones presidenciales en noviembre. En ese mismo mes, diez días antes, se realizarán las elecciones generales de mitad de mandato en la Argentina. El nacionalismo es el refugio último de los gobiernos que temen perder. ¿Violó el gobierno de Sebastián Piñera los acuerdos de paz de 1988 y de 1999? Seguramente, sí. La solución, no obstante, no consiste en tensionar más aún la relación o en amenazar con recurrir a la Corte Internacional de La Haya. Una de las pocas victorias de la democracia argentina ha sido la paz con Chile y la creación del Mercosur. Ambas cosas aseguraron una zona pacífica en el sur de América en un mundo demasiado tentado a las guerras sucesivas en otros rincones. Encender los ímpetus nacionalistas de las sociedades en momentos electorales es un remedio viejo, gastado y, fundamentalmente, equivocado. Un remedio que podría tener secuelas largas y que podría, también, penetrar de manera profunda en la gente común a ambos lados de los Andes.
El camino de la negociación bilateral está abierto. El gobierno de Alberto Fernández tiene como embajador en Chile a Rafael Bielsa, con larga experiencia en negociaciones diplomáticas y predispuesto a tender puentes de conciliación. El embajador chileno en Buenos Aires es Nicolás Monckeberg, un político de extensa trayectoria. ¿Por qué habría que ir a La Haya, como anticipa el Gobierno, antes de agotar la vía del diálogo pacífico que practicaron exitosamente las administraciones de Alfonsín y de Menem? Alfonsín llegó a un acuerdo (nada menos que con Pinochet) por el Canal de Beagle, luego de una mediación del Vaticano. Menem resolvió los 25 diferendos limítrofes restantes que había entre los dos países. La Argentina y Chile estuvieron en los umbrales de una guerra absurda cuando los militares gobernaban ambas naciones. La democracia restableció la paz. Elecciones en los dos países no pueden (o no deberían) provocar una regresión de semejantes progresos. El presidente argentino debería tomarse algunos minutos de reflexión antes de decidir sobre el diferendo con Chile. La relación con el país con el que la Argentina comparte su frontera más extensa es mucho más importante que los extravíos de una maestra desquiciada. Es más importante que los inquietantes y probables resultados de una elección legislativa.
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