Un peronismo desordenado por la debilidad de Cristina
El Día de la Lealtad también le llegó su proceso inflacionario: la depreciación de su valor quedó claro en la multiplicación de actos
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Una premisa clave de la política argentina parece haber llegado a su fin: que en el peronismo, el poder ordena. No porque ese principio haya perdido vigencia sino porque lo que falta es un centro de poder. Cristina Kichner volvió a recluirse en su silencio y no tuitea desde el 28 de septiembre: por ahora, no da batalla pública, ni la de la autodefensa ni la del hostigamiento al Presidente y a su gobierno, que es también el de ella. Su poder se materializa cuando confronta, y desde hace 20 días eso no pasa. Alberto Fernández ensaya manotazos de poder que quedan reducidos a gestos vacíos: para que el poder exista, necesita que otros lo reconozcan. Eso tampoco pasa. Sergio Massa se va quedando sin balas en la pistola del pragmatismo y la inflación se fuga sin horizonte a la vista. Su autopercepción de super funcionario también empieza a hacer agua.
Y ayer, al Día de la Lealtad también le llegó su proceso inflacionario: la depreciación de su valor quedó claro en la multiplicación de actos. Como el billete argentino, cada acto perdió poder adquisitivo a la hora de consolidar poder interno y representación popular. Quedaron reducidos a la representación de una crisis. Como dijo ayer Luis Barrionuevo: “El peronismo está hecho mierda”.
La devaluación del 17 de octubre dice cosas. Lo de ayer se trató de una manifestación del más puro desorden donde no está ni Cristina Kirchner, ni la resistencia de Alberto Fernández ni la ambición de Massa para ordenar los rayos de la bicicleta peronista. Hay fragmentación, dispersión, desorden y debilidad.
El jefe de Gabinete, Juan Manzur, también anticipó un pronto regreso a su provincia. No queda ni la ficción de la otrora “musculatura política”. Los líderes sindicales criticaron sin vuelta al Gobierno y a la organización interna. Es decir, a los dos Fernández. Y los intendentes del conurbano que confrontan con La Cámpora no están dispuestos a entregar las listas sin dar batalla. Cristina Kirchner dejó de ser un límite. Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Las PASO ya no son sólo esenciales para ordenar la interna de la oposición de Juntos por el Cambio. Ahora es el kirchnerismo el que empieza a necesitarlas. En el conurbano, los que se oponen a La Cámpora la consideran central como herramienta para disputar el poder. Se terminó la etapa de una hegemonía de Cristina Fernández indiscutida. Hasta el Presidente se le revela. Ese es quizás el mayor signo del cambio de vientos en la percepción del poder de Cristina Kirchner.
El escenario político es único. Una falla masiva del gobierno kirchnerista. El silencio vicepresidencial vuelve a ser un dato político. Después de la verborragia post alegato del fiscal Diego Luciani y post atentado, Cristina Kirchner se llamó a silencio. Tensa calma abierta a la interpretación. Para algunos, es el resultado del tiempo finito que acordó darle a Massa. En ese punto, el tuit del 28 de septiembre, en el que llamó la atención sobre la indigencia y los precios altos por presión de las empresas alimenticias, fue el ultimátum a Massa. Empezó a correr el reloj, y la vicepresidenta espera, callada.
Pero el panorama tiene otros condimentos. Durante los dos primeros años de gobierno, Cristina Kirchner habló poco pero estratégicamente. Y con eso, consiguió mucho: ordenó la cancha en cada oportunidad. Consolidó su poder. El resultado del silencio actual es incierto: no tiene el mismo efecto. Las fuerzas centrífugas que atraviesan al Frente de Todos son más fuertes que la tensión contenida a la espera de los dichos de Cristina Kirchner.
Hoy, su peso específico está horadado por arriba, por las disputas entre las cúpulas que buscan encontrar su destino. Y por abajo, por una sociedad que la cree culpable en la causa Vialidad y que cree que el intento de magnicidio fue auto atentado. El 67% de los argentinos dice estar informado sobre la causa Vialidad: indicador de que ese tema le importa a la gente. Entre los de clase baja, voto históricamente asociado al kirchnerismo, también hay interés: el 53% dice estar informado. Entre las clases bajas, el 41% dice que es culpable. En general, el 57,4% de los argentinos la cree culpable. En relación al atentado, el 37,5% de los argentinos dice que el atentado fue organizado por el oficialismo. Entre los votantes del kirchnerismo, eso lo cree el 30%. Son resultados del último estudio de la consultora Escenarios, de los politólogos Pablo Touzón y Federico Zapata, realizado en septiembre.
En relación a Alberto Fernández, la designación inconsulta de las tres ministras y su presencia en el Coloquio de IDEA, esta vez en forma presencial, indican una voluntad: salir del cascarón de la obediencia o la inacción para pasar a una gestualidad más desafiante. Había estado presente en modo virtual en 2020 y el año pasado en forma presencial, pero en un Coloquio menos lucido, en Costa Salguero, fruto de la pandemia. Este año, el Presidente fue por primera vez al Coloquio de Mar del Plata. En cambio, Cristina Kirchner nunca le dio el gusto a IDEA: nunca asistió mientras fue Presidenta. En 2020, además, Kirchner le reprochó a los empresarios su “prejuicio antiperonista”.
Igual que en las crisis anteriores, Alberto Fernández ahora tampoco se habla con Cristina Kirchner. Pero ese distanciamiento ahora vale distinto. Porque Cristina Kirchner está más débil. Porque falta poco más de un año para que su gobierno se termine. A Alberto Fernández le queda poco tiempo para salir en defensa de su presidencia. No tanto porque realmente crea en la reelección. Mucho más por una preocupación más profunda: hacerse él también un lugar en la Historia. Al relato del hijo del juez, del hombre del derecho, del profesor universitario, de coautor del kirchnerismo junto a Néstor Kirchner, el objetivo es sumarle su propio logro: acordar con los privados, con el FMI y, ya casi en pretendido modo Zelensky, conducir a la Argentina en medio de la pandemia y de la guerra en Ucrania. Así quiere figurar en los libros de Historia.
En el caso de Massa, el gran desafiante de su poder es un monstruo más grande de dos cabezas, la inflación y la irracionalidad económica del kirchnerismo. Una dirigencia que se resiste a conceptualizar el problema inflacionario que otros líderes de la Patria Grande, como Lula por ejemplo, tienen clarísimo.
Brasil presenta contrastes significativos con la Argentina. Mientras Brasil está partido al medio entre dos candidatos que se llevan más del 90% de los votos, la Argentina está astillada en múltiples fragmentos tanto en el oficialismo como en la oposición. Ambos panoramas son electoralmente inciertos: el voto definitorio puede caer en lugares impensados. Pero hay diferencias.
En la Argentina, falta orden macroeconómico y orden interno en la coalición gobernante: queda cada vez menos claro quién conduce el Frente de Todos. En Brasil, en cambio, hay orden en las dos coaliciones en competencia: tanto Lula en el PT como Bolsonaro en el oficialismo son líderes indiscutidos. En Brasil, también hay un orden macroeconómico transversal a gobiernos de distinto signo ideológico desde la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y luego Lula hasta la de Bolsonaro. Política antiinflacionaria como política de Estado. La autonomía del Banco Central como ancla de la confianza. Una política monetaria sostenida más allá de los cambios de gobierno. El execonomista jefe del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil, Fiabio Giambiagi, lo explicaba hace unos días. El gasto público creciente también es un problema transversal a distintos gobiernos. Pero otra diferencia con Argentina: Brasil tiene reservas por más de 300.000 millones de dólares. Tiene más reservas que deuda externa.
“Brasil reaccionó un año antes y reaccionó mejor que la Reserva Federal de EE.UU.”, dice un hombre de los mercados globales que se mueve dentro del círculo rojo de la dirigencia paulista. Se refiere al manejo de la inflación en el contexto de la pandemia. “(Roberto) Campos Neto, el presidente del Banco Central, subió la tasa de interés al 13,75%, muy alta”, explica el hombre de Wall Street. El real fue la única moneda en el mundo que se apreció contra el dólar. El empresariado brasilero, de una escala internacional contundente, estuvo dispuesto a soportar meses de recesión en pos de la contención de la inflación. Para este año, la meta de inflación anual es del 3,5%.
Sin liderazgos tan claros como los de Brasil y sin racionalidad económica, ¿dónde anclará la confianza y la expectativa de orden el Frente de Todos? Transcurridos casi tres años de gestión, esa respuesta sigue pendiente. Ni orden ni progreso.
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