Un paso más
En una nota enviada a La Nación , el vicecanciller, Andrés Cisneros, analiza la importancia del encuentro que sostendrán pasado mañana, en Londres, el ministro de Relaciones Exteriores, Guido Di Tella, y su par británico, Robin Cook, sobre la cuestión de las islas Malvinas .
En vísperas de una reunión clave para la cuestión Malvinas -la primera en su tipo desde 1982- hay quienes ya tiran piedras contra los cristales. Son los mismos que, asombrosamente, desaconsejaron el viaje del Presidente a Londres, a la postre probadamente exitoso. En uno y otro caso se han escuchado (de los mismos augures) vaticinios de fracaso y críticas a la mal llamada "estrategia de seducción".
La tan criticada política de malhadado nombre resultó finalmente bastante efectiva: a diferencia de lo ocurrido entre 1983 y 1989, el mundo entero, desde hace rato, considera la actitud argentina más cooperativa que la británica, la opinión pública en Inglaterra tiende claramente a reclamar un cambio y en las propias Malvinas se verifica un creciente debate en torno de qué hacer respecto de la relación con nosotros. Ese debate interno antes no existía. El rechazo a lo argentino ya no es monolítico en las islas. Y los consejeros isleños que integran la delegación británica que discutirá con la Argentina han declarado que esta reunión se convoca a su propio pedido... Nada mal para una política supuestamente fracasada.
Se procura alarmar a la ciudadanía afirmando que la presencia isleña en el diálogo perjudica el interés argentino, porque estaríamos atendiendo a sus deseos y no sólo a sus intereses. Ocuparse de los intereses de alguien ignorando cuál sea su voluntad corresponde al tratamiento que el Código Civil reserva para los incapaces, los presidiarios o los minorados mentales. No es de extrañar que al afectado le moleste ese status. No se trata de atender "los deseos" de los isleños, un problema exclusivo de los británicos, no nuestro. Se trata de entender cómo esos deseos influyen en la posición del Reino Unido, que es con el que tenemos que tratar, porque ésta es una disputa entre dos, no entre tres.
Pero si persistiéramos en ignorar las inquietudes de los isleños, continuaríamos sordos y ciegos ante un componente esencial de la política británica al respecto. Una cosa es que, correctamente, desconozcamos toda identidad a ningún derecho extranjero sobre un territorio que consideramos propio y otra cosa muy distinta es averiguar la escala de sus prioridades en la vida a ver si, conociéndolos mejor, podemos facilitar una negociación que lleva 34 años sin concretarse. El diálogo civilizado no significa declinación de los principios.
Es completamente falso, por otra parte, que la presencia de isleños en la delegación británica constituya un reconocimiento a sus aspiraciones a la autodeterminación: quienes intentan agitar ese fantasma no pueden exhibir el dictamen de un solo jurista de primera línea que los respalde.
Nuestros críticos nos reclaman porque no "presionamos" a los británicos suficientemente. En rigor, es falso que, luego de la derrota de 1982, la Argentina -cualquiera que sea quien gobierne- se encuentre en condiciones reales de presionar a Inglaterra a negociar si no lo quiere. La gente no merece más mentiras al respecto. Pero, ante ello, la retórica no resulta la única alternativa a nuestro alcance.
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La presencia internacional ganada por el país en estos años es un argumento de más peso que los discursos. Nuestra designación como aliado extra-NATO resultó un mentís objetivo al anacrónico embargo británico. El propio presidente norteamericano intervino personalmente y el subsecretario Peter Romero acaba de confirmar que la solución del diferendo de Malvinas es prioritaria para la política de los EE. UU. en la región.
La inminente reunión de cancilleres en Londres no va a poner fin a la disputa de soberanía -que en su momento llegará-, pero seguramente ayudará a despejar un poco más el camino de los mejores intereses nacionales. Es bastante más que lo que pueden exhibir los practicantes de aquel melancólico regocijo. Un paso adelante en el movimiento real es más importante que mil palabras.
Afortunadamente, no toda la oposición se comporta así, pero estas otras críticas son tan cerradas que atribuyen meramente al azar las consecuencias de una política.
La negativa chilena a permitir vuelos entre las islas y su territorio no obedece a una circunstancia fortuita . La posición de Chile es solidaria, pero no solitaria: Brasil y Uruguay hacen lo mismo y nada tiene que ver eso con Pinochet. Para quien consiga entender un poco más allá de la anécdota, se trata, simplemente, de un testimonio de la solidaridad activa -no aquella meramente retórica de otros tiempos- obtenida del Mercosur a partir de la declaración de Potrero de los Funes, en San Luis, en 1996.
Entre 1983 y 1989 se cosecharon infinitas declaraciones voluntariosas, pero nunca la adhesión concreta de que los países vecinos rehusaran facilitar escalas a los aviones británicos hacia las islas. De hecho, aun sin contar Punta Arenas, más de 200 de esos vuelos hicieron escala en países limítrofes en los años previos al gobierno de Menem, sin que el gobierno de entonces lograra impedirlo. Es sólo ahora, con la política de seducción y no con la anterior, que se obtuvieron estos resultados concretos.
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