Se expuso un duelo que hermana a gremialistas y empresarios
Fue protagonizado por choferes de más de 60 líneas del Grupo DOTA; algunos usuarios debieron gastar $450 para viajar al trabajo
Desde hace tiempo, dos bandos se fortalecen dentro del poderoso mundo del transporte de colectivos. Lo que pasó en la sede de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) es que por primera vez esos grupos dejaron expuesta la feroz disputa por poder y dinero. A cielo abierto, tomó cuerpo el duelo y se dejaron ver los modos de dirimir los conflictos que el gremialismo utiliza a puertas cerradas.
En el seno de la UTA se han formado dos facciones. La primera está identificada con la conducción de Roberto Fernández -otro Fernández-. La otra tiene una pátina de "moyanismo" y la maneja gran parte de los sindicalistas que fueron a una elección gremial contra el oficialismo hace pocos días y perdieron.
Hasta ahí, una lucha interna. Pero sucede que, a diferencia de otros sectores, el mundo del transporte tiene una convivencia distinta entre los empresarios dueños de las empresas y sus empleados, todos ellos en el gremio de la UTA. El motivo es simple: desde 2002, solamente es posible pagar los salarios si el gobierno de turno deposita los subsidios. Varias veces los empresarios vieron con buenos ojos las medidas de fuerza sindicales, porque ello significaba, al no poder mover la tarifa, obtener más subsidios.
A su vez, dentro de los empresarios dueños de los colectivos también se armaron al menos dos alianzas, sobre todo después del ocaso del Grupo Cirigliano. Por un lado, se configuró el famoso Grupo Dota, dueño del mayor parque de colectivos y de la fábrica de chasis Agrale. Por el otro, empezó a tomar forma su antagónico, que se abroqueló detrás de Colcar, la mayor concesionaria, por lejos, de Mercedes-Benz.
Los contendientes por el parque automotor se pelearon -aún lo hacen- por todo lo que podían. Ambos empezaron a terciar en la compra de otras líneas: uno con su nombre, Dota, el otro mediante gerenciamiento, Colcar. Pero lo cierto es que ambos querían quedarse con líneas más chicas y no solo por la recaudación, sino por el negocio que se esconde detrás. Si bien la licencia de un recorrido es importante, lo que importaba era la cantidad de colectivos que la forman y por la necesidad de que la reposición de los coches se haga por la marca propia. Colectivo vendido significa repuestos, mantenimiento y, finalmente, reposición por la misma marca. Era ganar mercado para la actualización del parque.
Esos grupos antagónicos, que se trenzaron en fuertes disputas judiciales, hicieron sus apuestas por diferentes dirigentes dentro del gremio.
El paro de los colectivos de Dota de ayer se da en medio de una pelea intestina en el gremio. El propio Fernández dijo que quienes llegaron al sindicato estaban enviados por un empresario. No dijo el nombre, pero se refería a la familia Faiga, uno de los dueños de Dota. Justamente, este empresario apoyó a la oposición.
Pero no hay pelea en el transporte si no hay un Moyano cerca. Y Hugo Moyano, el uno del clan, también se interesó por esa interna y apostó por desplazar al histórico Fernández.
Ambos jugaron a colocar sus fichas en el mejor lugar que pueden imaginar: la Secretaría de Transporte. Moyano postuló a uno de sus alfiles, Guillermo López del Punta. Intentó hasta último momento colocarlo en el gabinete del ministro Mario Meoni y hasta generó un comunicado de la confederación de gremios del transporte (CATT), en el que todos los sindicatos del ramo felicitaban al dichoso nuevo funcionario. A esta iniciativa se sumó la facción disidente de la UTA, no así Roberto Fernández, que intentó colocar su propio candidato.
Algunos conocedores de ese intrincado mundo consideraban que el paro de ayer surge a partir de que esta facción leyó en el Boletín Oficial la confirmación de que sus hombres quedaban afuera.
Lo que vino es conocido. No es la primera vez que de esta manera se dirime el poder del sindicalismo argentino donde parece inútil el diálogo. Este tipo de organizaciones no suelen depositar su fe en la democracia interna y, mucho menos, en la alternancia. Al menos, cuando alguno de estos paradigmas amenaza su poder permanente.
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