Un palacio paradisíaco para aliviar tensiones
Todos los presidentes, menos Xi, se alojan en una residencia imperial
SAN PETERSBURGO.- Cristina Kirchner pudo sentirse como una princesa rusa. Le tocó la dacha número 3 del conjunto palaciego donde Vladimir Putin recibió a los participantes de la cumbre del G-20: una casa de dos pisos y 1200 metros cuadrados cargada de obras de arte y decorada con un tinte barroco que habría hecho sentir cómodo al más exigente de los Romanov.
Putin paga la cuenta. A cada presidente le asignó uno de esos edificios enclavados al borde del Báltico y con vistas al gigantesco palacio de Constantino, residencia oficial del líder ruso en San Petersburgo.
La Presidenta dejó entrar en la casa a los más cercanos de la comitiva: el canciller Héctor Timerman; la embajadora en Estados Unidos, Cecilia Nahón; el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, y el vocero Alfredo Scoccimarro. El ambiente de country celestial le permitirá cruzarse en los jardines con otros líderes. Por ejemplo, descontaban en la delegación que la convivencia cercana dará pie para improvisar una reunión con la brasileña Dilma Rousseff, una de las primeras en llegar.
También a Barack Obama podrá cruzárselo como vecino. El norteamericano sólo confirmó anoche que aceptará la hospitalidad de Putin, con quien está enfrentado por el caso del espionaje masivo y por las posturas antagónicas respecto de la guerra en Siria. Iba a ir a un hotel internacional, pero al final consideró que era demasiada descortesía para una cumbre ya de por sí tensa. Quien sí decidió alojarse en un hotel, que bloqueó casi por completo, es el presidente de China, Xi Jinping, a quien la Presidenta verá hoy bien temprano en el centro de San Petersburgo.
Después de 18 horas de vuelo, Cristina Kirchner decidió descansar. El jet lag (hay siete horas de diferencia) la afectó. Apenas tuvo contacto con su comitiva, a la que le pidió información actualizada sobre lo que publicaban los medios argentinos. Les prestó especial atención a las repercusiones que causaron las denuncias que lanzó por Twitter 33 minutos después de aterrizar. Redactarlos había sido su entretenimiento en el tramo final de un vuelo interminable. Siguió, además, al detalle las instancias del debate en el Senado sobre la ley de reapertura del canje de deuda.
La soledad de la dacha 3 le permitió mantenerse alejada de las intromisiones. Desde allí sólo se oye la brisa del mar Báltico y, tal vez, el ruido que hacen los catamaranes que dispuso el gobierno ruso como único medio para que los periodistas lleguen hasta el centro de prensa ubicado al otro lado del complejo del palacio. Hay controles por todos lados y la vida de todo San Petersburgo se vio alterada. En la zona monumental no se permite la circulación de botes por los románticos canales del río Neva, pese a que los presidentes se encierran a 20 kilómetros de distancia. Quienes viven cerca del palacio tuvieron que tramitar pases especiales para sortear unos controles policiales que sólo alguien muy intrépido se atrevería a desafiar.
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