Cristina Kirchner, que impugnó a Martín Guzmán, debe pronunciarse frente a las medidas de Silvina Batakis, que significan un ajuste mucho más severo; ¿conflicto con ideas o conflicto con personas?
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El 26 de abril de 1985, el radicalismo en el poder realizó una gran movilización a la Plaza de Mayo para a escuchar a su líder, el presidente Raúl Alfonsín. Era un clima de debate en toda América Latina respecto de los ajustes. El peronismo hostigaba al gobierno radical porque no se resolvía a declarar impaga la deuda externa, como había hecho Alan García en Perú. Esa movilización popular recibió una especie de balde de agua fría desde el balcón, porque el Presidente declaró en aquel momento una convocatoria, que después se hizo legendaria, a la economía de guerra. Fue la antesala del Plan Austral. Esa noche, frustrados, los dos dirigentes que habían conducido esa movilización, Enrique Nosiglia y Leopoldo Moreau, se encerraron con Alfonsín en Olivos y hubo una especie de trifulca. Probablemente, haya sido la vez que más se enojaron con el Presidente. Tanto que, cuentan los memoriosos, un edecán, encargado de la seguridad del mandatario, se puso nervioso. Estaban frustrados porque iban pidiendo distribución y les devolvieron ajuste.
Algo parecido, de manera mucho menos escenográfica, debe estar pasando hoy con el kirchnerismo, conducido por Cristina Kirchner. Si alguien celebró la salida de Martín Guzmán como ministro del Fondo Monetario Internacional e “interventor de las grandes potencias que le piden ajuste a la Argentina en nombre del equilibrio económico”, como dice el cliché, ahora debe estar desencantado. ¿Por qué? Porque hoy Silvina Batakis no solo ratificó el concepto, la interpretación del problema económico que defendía Guzmán, sino que además amagó con medidas de ajuste más severas, al menos en apariencia. Habrá que ver en las próximas semanas si lo de la ministra de Economía fue nada más que una retórica dirigida al Fondo, a los mercados que están inquietos, si solo debemos esperar de ella mímica, o si realmente va a haber un ajuste más severo que el que prometía su antecesor.
Se fue Guzmán. Llegó Batakis. Y el torniquete parece apretarse un poco más. Cristina -no sabemos todavía- es posible que esté como Nosiglia y Moreau. La lógica de hoy, de estos anuncios, sigue siendo la lógica pactada con el Fondo. Acá no hay falta de dólares por problemas de desequilibrios comerciales, en la balanza de pagos, de los dólares que salen y entran en el país como piensa la vicepresidenta. Lo que ella llama la “restricción externa”. Lo que hay es una sobreabundancia, un exceso, de pesos. Y ese exceso de pesos, como explicó Guzmán tantas veces y como sostiene casi toda la comunidad de los profesionales de la economía, se debe a que el Banco Central está obligado a emitir porque es la única forma de financiar un déficit abultado. Esos pesos que sobreabundan van al dólar como reserva de valor. Buscan refugio en el dólar o en otras monedas para evitar la pérdida de poder adquisitivo y el deterioro de salario que está detrás de ese tsunami de pesos que tiene que ver con la emisión del BCRA para financiar un déficit que se ha descontrolado. Esta teoría, que es la teoría en la que se basa el acuerdo de Guzmán con el Fondo, no solo fue suscripta por Batakis, sino que además ella promete más ajuste para achicar el déficit y evitar esa emisión. Se declara a sí misma “fiscalista” y voceros importantes del oficialismo, como el diputado Eduardo Valdés, por ejemplo, la aplaudieron porque fuera “fiscalista”. Habrá que ver si Cristina Kirchner la aplaude también.
¿Cuáles son las medidas de Silvina Batakis? ¿Cuánto tienen de genuino, de trampa o de simulación? Son cinco medidas importantes. La primera: propone reformar la ley de administración financiera para ampliar la capacidad del ministro de Economía en el manejo del gasto en reparticiones que hasta ahora no estaban bajo su control. Fondos fiduciarios, organismos descentralizados como el que rige la vida de los aeropuertos, conocido como ORSNA. Es decir, una cantidad de entidades que estaban fuera del comando fiscal directo del Ministerio, ahora pasan a estar bajo la órbita fiscal de Batakis, que quiere el monopolio del manejo de la caja. Habrá que ver cuánto esta expansión del monitoreo fiscal del ministro sobre áreas del Gobierno provoca roces políticos, y quiénes son los que están en esas oficinas que, hasta ahora, se habían puesto a salvo de los ajustes de Guzmán. Ahora deben esperar los ajustes de Batakis. Será necesario determinar también a quién reportan y cuáles son sus terminales políticas.
Segunda medida importante. La ministra les dice a todos los funcionarios del Gobierno: “Te voy a ir autorizando los gastos, la ejecución del presupuesto, lo que podés gastar de la partida que tenés asignada, no cada trimestre, sino cada mes. Te voy a tener más corto. Te voy a dar en la medida que recaudo”. Hay quienes dicen, muy sofisticados, que a lo mejor es peor. ¿Por qué? Porque que se autorice un gasto cada tres meses permitía licuarlo con la inflación. Ahora, probablemente, ese efecto quede anulado porque Batakis va a disponer autorizaciones mes a mes. Si estas medidas las estuviera viendo -y seguro las estuvo viendo- un historiador como Pablo Gerchunoff diría “vuelve la historia, vuelve el 62, vuelve el 72, vuelve el 82′”, tres años en los que gobernó la economía argentina Jorge Wehbe, que era famoso por procrastinar los pagos. Un proveedor iba y le pedía el pago porque había vencido su factura y él le decía “vení más tarde, vení la semana que viene, vení el mes que viene. Cobro un cheque y te pago. Si no cobro un cheque, no te voy a pagar”. Es decir, los que están mirando todas estas medidas de hoy son los proveedores del Estado, los contratistas de obra pública. Y que las miren en este sentido porque no hay que ir a Wehbe, hay que ir a Batakis. Porque si uno mira la gestión de Batakis como ministra de Economía de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires, descubre que ella fue pedaleando gastos y pagos. Todo eso configuró como una especie de arruga que se corre hacia adelante y le tocó a María Eugenia Vidal, que debió hacerse cargo con Hernán Lacunza de pagos de facturas emitidas por Batakis y por Scioli. Es decir, no vuelve Wehbe, vuelve Batakis.
Tercera medida. Aumento de impuestos. No aumenta la alícuota, aumenta el monto del bien sobre el que se aplica la alícuota. Va a haber un revalúo sobre los bienes que sirven de base impositiva para que el Estado recaude. ¿Qué va a decir la oposición? Nada. Porque es lo que Macri hizo en la ciudad de Buenos Aires. Hay un estudio de la Fundación Urbe, del diputado de la Legislatura porteña Juan Manuel Valdés, que se centró en el problema impositivo en la ciudad de Buenos Aires y detectó que, si se toma todo el período de gobierno del Pro en relación con el producto bruto de la Ciudad, la presión impositiva subió 53%. Esto quiere decir que estamos frente a una clase política que gasta de más y que, en vez de ajustar los gastos, aumenta los impuestos. En su momento, Cristina Kirchner quiso cobrar el impuesto a los Bienes Personales sobre esas valuaciones ajustadas por Macri. Y en el Pro dijeron: “Es contra los porteños”. Un doble estándar. Para cobrar el impuesto inmobiliario o el ABL, cobran con una valuación del bien, la más parecida al valor del mercado. Pero si el Estado nacional quiere cobrar el impuesto a la riqueza o a los Bienes Personales, se mantiene el valor anterior. Un doble estándar del macrismo para evaluar la política impositiva propia y la del kirchnerismo.
Otra medida de Batakis, muy importante: ratificó algo que no hacía Guzmán, que estaba en el acuerdo con el Fondo pero que él no quería hacer aparentemente. Subir la tasa de interés por encima de la inflación. Lo que se llama tasa de interés real. Esto quiere decir que, si uno tiene pesos en un plazo fijo, el banco se los remunera más que la inflación y uno tiende a querer tener esos pesos. Es lo que no quiere, cuando hay inflación y la tasa de interés real es negativa. Batakis, para que no haya fuga hacia el dólar y la gente no preserve el valor de sus ingresos en la moneda estadounidense, dice que va a subir la tasa de interés en pesos por encima de la inflación, lo que decía que iba a hacer Guzmán cuando se comprometió con el FMI. Esto tiene dos consecuencias. La primera: esos fondos van a retraerse del crédito al mercado. Es decir, es una medida recesiva. Hay una segunda dimensión: el Banco Central va a tener que subir el interés de las Leliqs. La bola de deuda, el déficit cuasi fiscal -como lo llaman los técnicos- va a ser más grande aún. Vamos. a la larga o a la corta, a un problema.
Batakis ratificó además la segmentación de tarifas. A esto se oponía Cristina Kirchner, a través del subsecretario de Energía, Federico Basualdo. Hay dos inconvenientes. Uno conceptual. El kirchnerismo no quiere subir las tarifas. En realidad, no es subirlas, sino seguir manteniéndolas bajas. Porque en relación con la inflación, la energía va a valer menos. Pero Cristina Kirchner lo entiende como un aumento de tarifas, mira lo nominal y no la relación con la inflación. ¿Le van a admitir a Batakis lo que no le admitían a Guzmán? La vicepresidenta en su discurso dijo: “Queremos hablar de política y no de personas”. Acá la política es la misma. Es la misma, corregida y aumentada. El segundo problema, que no contesta Batakis, es la incógnita que tenía planteada en su escritorio Guzmán: ¿Cómo va a ser la implementación? ¿Va a ser un formulario que hay que llenar? Si los que merecen el subsidio no lo firman por lo que sea, ¿les va a llegar la tarifa plena? ¿Para cuánta gente aplica y cuántos se van a olvidar de tramitarlo? ¿Y cuándo llegue el tarifazo, qué ruido político va a haber? Este enigma que estaba en la mesa de Guzmán va a estar en la mesa de Batakis. Por suerte, Basualdo -peleado con el exministro por no querer aumentar las tarifas- ahora dice: “No estoy convocado a este proceso porque me excluyeron por una resolución. Pero, si quieren ayudo. Aunque no tengo que firmar nada. No tengo nada que ver con esto que va a hacer Batakis”. Es una forma elegante de decir que se abstiene de dictaminar si le gusta o no le gusta.
En el ajedrez, lo obvio, el principio básico, es que mueven las blancas y después reaccionan las negras. Esto le da más poder a las blancas. Las que tienen poder, mueven. Las negras, reaccionan. En este universo del oficialismo, se invirtió esa lógica. Mueven las negras, que es Alberto y su equipo, y ahora estamos esperando que contesten las blancas, que son más poderosas: Cristina Kirchner y quienes la rodean. ¿Qué nivel de tolerancia va a haber a este ajuste reforzado de Batakis cuando hubo tan poca tolerancia con el ajuste de Guzmán? Este es el problema político principal. Persiste la misma incógnita: ¿Qué respaldo político tiene este programa? Guzmán terminó diciendo a sus amigos que su problema era Alberto y no Cristina. Porque Cristina cuando critica al Gobierno y lo tilda de ser socialmente insensible, dice cosas que amargan a los equipos del Gobierno. ¿Por qué? Porque la admiran. No es Cristina hablando del gobierno de Macri, es Cristina hablando de un gobierno integrado por gente que la sigue. Por lo tanto, cuando ella hablaba en contra de Guzmán, los funcionarios tendían a gastar más para desmentir lo que decía por la insensibilidad social. Y Alberto Fernández, comprometerse con el programa, la dejaba pasar. Este inconveniente, que no es de técnica ni de nivel de ajuste sino de respaldo político al programa del Gobierno, es el que hace que mucha gente que no es kirchnerista -inclusive gente ácidamente crítica de Cristina Kirchner- piense que la única solución es que el poder lo asuma Cristina y que ella, con las palancas del Gobierno, gire al centro, como una especie de Lula da Silva, como está pasando en Colombia con Gustavo Petro, como pasa en Chile con Gabriel Boric.
Claro, hay una dificultad que distingue a la Argentina de esos países. Tanto en Colombia como en Chile, hay un margen enorme para aumentar impuestos. Es decir, es posible buscar el equilibrio fiscal por la vía del aumento de impuestos que es la vía que busca la izquierda fiscalista. El drama de la Argentina es que ese camino también está agotado, por eso el ajuste es tan costoso para los políticos. Una Cristina fiscalista sería la solución a este problema. Algunos dicen: “Aun con un cambio de gobierno, con Cristina en frente agitando a la gente contra el ajuste, esto tampoco tiene solución”. Es una tesis para pensar.
El problema político sigue siendo el mismo: la inflación que se dispara. En un gráfico de arriba, hecho por el economista Fernando Marull se muestra el problema actual, lo que viene y sobre todo la historia política de los últimos años. Toma desde el 2007 hasta ahora y observa la relación entre la inflación y el salario nominal. Entre mediados de 2010 y 2014, en el apogeo del segundo mandato de Cristina, se ven cómo los salarios nominales están muy por encima de la inflación. Eso podría pensarse como un triunfo político. Después, pierde en el 2015, cuando la inflación supera al salario. Cuando asume Macri la inflación supera al salario, pero en 2017 gana las elecciones y vemos el salario por encima de la inflación. Luego, viene un brote inflacionario en paralelo con las primarias del 2019. Cae la inflación caen los salarios en la gran recesión de la cuarentena y se dispara la inflación enloquecidamente. Pero los salarios la siguen y están parejos en este momento. Lo que sucede es que los economistas están pronosticando que a fin de año la inflación va a estar en 90%. Las paritarias la van a seguir porque en todos los convenios colectivos hay una cláusula que se dispara cuando se desboca la inflación respecto de lo acordado. Muy probablemente, lo anunció hoy el ministro de Trabajo, habrá una reapertura de paritarias en septiembre para recuperar lo perdido en materia de inflación.
¿Qué efecto va a tener sobre la economía? ¿Todas las empresas lo van a poder pagar o habrá dificultades y más ‘negreo’? Es decir, gente que va a pasar a la informalidad porque no se le puede pagar de otra manera. Pregunta que también vale para la mayor presión impositiva del revalúo. ¿Esto mejora la recaudación o aumenta la informalidad general de la economía? ¿El Estado va a poder seguir esta línea? Si uno mira la página 13 del último informe del FMI dice que hay que congelar los salarios del sector público y licuar las jubilaciones. Eso es lo que le dijo el Fondo a Guzmán y se lo deben haber repetido a Batakis. Por eso el discurso que dio el lunes hablándole al Fondo y al mercado.
Esto es sólo una parte del drama. Cuando miramos el gráfico de Marull estamos hablando de seis millones de personas. Hay un universo cada vez más importante y voluminoso que son los informales que viven de planes o de changas. Esos son los más castigados porque no tienen un sindicalista que los defienda, que se movilice. ¿No tienen? Pregunto porque Juan Grabois acaba de decir que, frente al ajuste de Batakis, hay que movilizar a los sectores de la economía popular, los vulnerables que están fuera de ese gráfico. Hay una competencia entre la izquierda kirchnerista, oficialista, y la trotskista. Antes de que Grabois le ponga fecha a esta movilización, desde el Partido Obrero ya se la pusieron: este jueves.
Hay que mirar bien el problema de los informales, la presión de Grabois, que pide un salario universal, y el Polo Obrero sobre el Gobierno para que se aumenten los planes. Esto se superpone con un conflicto político entre el kirchnerismo y los movimientos sociales. El primero que planteó que hay una incomodidad enorme con el poder político que han adquirido los movimientos sociales fue “El Cuervo” Andrés Larroque. Es la nueva Argentina, donde en el centro no están los sindicatos que representan a privilegiados, a gente que está defendida por su convenio laboral, que cobra vacaciones, jubilación y que tiene obra social. Ahora, en el centro del reclamo social están los desocupados y los informales. Le generan el peor conflicto al oficialismo porque le hablan al kirchnerismo y le reclaman en nombre de los pobres. Es una escena impensada para Cristina. Esos ahora se movilizan y están en el centro de la escena.
Una pregunta para los que defienden el salario básico, que sería un sueño encantador. ¿Tiene un efecto sobre la inflación? Porque eso va a suponer emisión. Si emitimos más, ¿va a haber más inflación y se va a degradar más el salario de aquellos a los que queremos mejorar sus ingresos? Dicen que no, porque la emisión no genera inflación. Entonces, ¿por qué un salario básico universal? ¿Por qué no nos vuelven a todos millonarios, por qué se quedan cortos, por qué nos cobran impuestos? ¿Por qué no sigue emitiendo el Banco Central y somos felices? Es una pregunta para Grabois. Deberíamos movilizarnos para ser todos millonarios. Total, no cuesta nada.
Detrás de esto, decía, hay un conflicto político. Los movimientos sociales no solo se ven amenazados porque sus bases están descontentas, sino que se ven amenazados por el discurso de Cristina y la presión de la política. Hacen manifestaciones de poder. Este fin de semana, el 9 de julio, el Movimiento Evita hizo un congreso para mostrarle a Cristina quiénes son y cuánto pesan. El mensaje de Emilio Pérsico, el líder del Movimiento Evita, junto con su “cerebro”, Fernando “El Chino” Navarro -quien ayer hizo declaraciones en el programa de Graciela Fernández Meijide a favor del salario universal de Grabois- le está hablando a Cristina. Problema para Alberto Fernández porque este grupo es casi lo último que le queda como base propia de poder. Pero, claro, le pasan la factura, que en el conflicto interno del Frente de Todos es cada vez más costosa. Entre otras cosas, porque la factura son candidaturas a intendentes en contra de los intendentes kirchneristas en casi todo el conurbano.
El problema de la inflación no se agota en el salario ni en las prestaciones sociales que reciben los más pobres. Hay una dificultad que es cambiaria. En la medida en que el dólar oficial está quieto y sube más la inflación, empieza a retrasarse el tipo de cambio y eso genera una cantidad de distorsiones adicionales. Esa tensión cambiaria probablemente en lo visual sea más impactante que el problema de la inflación. El deterioro del salario se compensa, aunque sea por un tiempo, con las paritarias, que van acompañando la inflación, En cambio, la brecha es un indicador diario de que las cosas andan mal.
Para los que creen que es un problema solamente de falta de dólares lo que cabe es el cepo, porque el movimiento de pesos hacia dólares no estaría representando una anomalía ligada al problema fiscal. Es curioso: como señaló un brillante economista, cuando gobierna el peronismo es un golpe de mercado; y cuando gobierna Macri y faltan dólares es la fuga de los amigos del presidente, que “se la llevaron toda”. Vimos mil veces poner más restricciones, anunciar medidas que bloqueen más y más el acceso al mercado de cambios. En diciembre de 1948, el diario La Gaceta anunciaba: “No se entregarán divisas para viajes al exterior”. Fue el primer Perón, el que todavía no necesitaba de un ajuste, que llegó recién en el 52. Probablemente, el primer cepo.
Tenemos problemas muy viejos y estamos volviendo todo el tiempo al mismo problema. Esta fuga hacia el dólar, esta presión con un dólar quieto que no asimila la inflación, con un dólar que es el único precio que no se mueve, genera atraso cambiario.
En este gráfico de arriba se muestra la historia del dólar desde el 2001 en adelante. Se pueden ver las apreciaciones y depreciaciones a lo largo del tiempo. Hay que aclarar que esto es el tipo de cambio real, multilateral, es una comparación del peso no con el dólar solamente, sino que incluye la inflación internacional y todas las monedas con las que comercia la Argentina. Parte de la gran devaluación de 300% de fines de 2001. Vemos también la era dorada del gobierno de Néstor Kirchner, con un tipo de cambio equilibrado, estable, competitivo, lo que le permitió tener superávit fiscal y de comercio. Después, durante el gobierno de Cristina hubo atraso cambiario, es decir, dólar barato para que podamos acceder a cosas que son caras. En 2015, se ve una devaluación que se produce cuando Macri con Prat-Gay liberan el cepo, aunque en el gráfico se ve que no es tan grande, es un pequeño pico de devaluación. Muchos creen que el siguiente fue el gran problema de Macri, y dan ganas de creerles: el atraso cambiario de la era Sturzenegger en el Banco Central, que fue generando una demanda de dólares por parte de la economía que se desata en una crisis cuando los mercados internacionales dijeron ‘sube la tasa de interés de EE.UU., todos hacia el dólar’. Dijeron: “hay que huir de la Argentina porque los argentinos, con un dólar tan barato, viven por encima de sus posibilidades y necesitan muchos dólares”. Enseguida tenemos toda la devaluación de Macri y, de nuevo, el atraso cambiario -que muchos juzgan demagógico- del actual Gobierno.
Una de las conductas que está produciendo este atraso cambiario que no recoge la inflación tiene que ver con la venta de soja. Estamos en el piso histórico. Nunca los chacareros retuvieron tanto producto como ahora, al punto que las grandes cerealeras han puesto sus plantas de procesamiento en mantenimiento porque no hay producto, en un momento en el que deberían estar trabajando a full. El chacarero entiende que los porotos de soja que tiene en el silo-bolsa son dólares. Como hay un gran atraso cambiario, sospecha que en algún momento el precio se va a tener que actualizar. Entonces piensa: “No lo vendo ahora, espero la devaluación”. Al esperarla, entrega menos dólares, vende menos y la induce. Siempre el mercado funciona como una profecía autocumplida. ¿Qué hago con la soja? La guardo, pero un poquito la destino a “comprar dólares”. Compran fertilizantes, semillas, cosas que están cifradas en dólares aprovechando que el dólar está barato. Es decir, pido más dólares, consumo más dólares y además entrego menos dólares porque no vendo. Esta es la conducta de un país sin moneda. De un país que está permanentemente esperando la devaluación porque su moneda se deshace, se destruye. Lo voy a poner en términos de Cristina. Si entendiera esto diría lo siguiente: “Es un país que perdió la soberanía monetaria”.
Un caso contrario: estoy hablando de la paridad del peso boliviano con el dólar. Bolivia tuvo una devaluación en la época de la gran crisis internacional en 2008 y a partir de ese momento hasta ahora una era de estabilidad. Es decir, los bolivianos tienen una moneda que si la comparamos con el peso argentino, es una moneda fuerte y estable. Tanto que, en el norte argentino, mucha gente ahorra en pesos bolivianos, no en dólares. Los ve como una moneda apetecible.
Estamos hablando del gobierno de Luis Arce, si se quiere bolivariano, pero con disciplina fiscal. Esta es la tradición de la política económica equilibrada de Bolivia y a los argentinos del norte le dan ganas de tener pesos bolivianos. Lo mismo pasa en la frontera con Paraguay y el guaraní. Lo mismo pasa con Uruguay, donde la moneda no solamente se mantiene, sino que se aprecia, se va volviendo más fuerte frente al dólar.
Estas distorsiones producen conductas, no solamente en el mercado de cambios. Otras conductas. Como el contrabando que se vio en la Quiaca. Esto es el deterioro de la moneda argentina, el contrabando en toda la frontera, porque también pasa con Brasil y con Bolivia.
Otro problema del que venimos hablando siempre es la presión sobre el dólar del costo de la energía. Los precios internacionales además se disparan por el ataque de Rusia a Ucrania. Por eso Guzmán quería negociar con el Fondo Monetario Internacional que los precios energéticos -lo que gastamos por compra de combustibles y de gas- no pasen por encima de la raya del déficit fiscal Que se consideren un gasto aparte. Desde el Fondo dicen: “Pero ajusten en algo, porque no cumplieron con ningún rubro del programa”. Esto es lo que está viendo el mercado, a quien le habló Batakis, que son los bancos, las compañías de seguro, las instituciones financieras que tienen títulos en pesos. Porque no solo ya la gente repudia el peso sino también los títulos en pesos.
Hay un vencimiento de 500.000 millones de pesos a finales de este mes y Batakis tiene que renovar esa colocación. Es más, tiene que ampliarla. No alcanza con renovar los 500.000 millones de pesos. Necesita más que eso. Los técnicos, Miguel Kiguel, por ejemplo, dicen: “Bueno, la mitad de esos bonos los tiene el Estado o sea que los van a renovar”. En alguna medida, Batakis quiere ampliar el poder del ministro de Economía sobre todas las entidades del Estado para poder manejar deuda también. Queda el 50%, que lo tiene el mercado. El 25% amigablemente lo puede renegociar. Queda un 25% sobre el que no sabemos qué va a pasar. Para que no se destruyan esos títulos, el Banco Central los compra y emite más: más Leliqs, más tasa, más bola de nieve.
Batakis no tiene que renovar 100%. Necesita 140% porque tiene que cubrir más déficit. Este es el problema en el que está en este momento Batakis y le está diciendo al mercado: “Prestame porque voy a ser más austera, porque voy a congelar vacantes, porque voy a tener más control sobre el gasto, sobre más oficinas públicas, porque voy a realmente segmentar y a suprimir subsidios, además de subir la tasa de interés”. Está en una encrucijada similar a la que se encontraba Domingo Cavallo en agosto de 2001, cuando recibe la herencia caliente de la convertibilidad. Con una diferencia extraordinaria; Cavallo no podía emitir. Batakis y Pesce sí pueden hacerlo, aunque esa emisión tenga consecuencias negativas. En agosto de 2001, Cavallo se sentó con los bancos, con los que les prestaban para hacer una gran renegociación de esa deuda. Quince días antes, más o menos, Clarín publicaba esta tapa: “El Estado limita sus gastos: solo pagará lo que recaude”. Es Batakis yendo a un problema de deuda. Recapitulando, Alfonsín en el 85 con economía de guerra, Perón en el 48, Wehbe en el 62, 72 y 82, Cavallo en 01, Batakis hoy, volvemos eternamente a lo mismo. Es el mito de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega que estaba condenado de por vida a subir una piedra a la montaña y, cuando llegaba a la cima, se le resbalaba de las manos y la tenía que volver a subir como un castigo eterno. Un país que lee los diarios del 2001 o del 48 y se da cuenta de que son los diarios de hoy. Un país en blanco y negro.
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