Un mismo estilo, le vaya bien o le vaya mal
Apertura de sesiones. Expectativas. Y la Presidenta expone como siempre lo ha hecho. Con su estilo que nunca cambió . Previsible y monocorde en su tono, que no suele acomodarse a los contextos. Comunica de un modo cuando le va bien, comunica de igual modo le va mal.
Kitsch político llaman a los estilos que actúan sobre una base testeada exclusivamente. Martin Plot afirma que reducen la actividad de creatividad política porque trabajan con acciones públicas con alto potencial de aceptación. Cristina Kirchner demostró nuevamente ser la antípoda. Su estilo no es testear ambientes, sino construirlos o, al menos, avanzar en el intento.
Y así fue el discurso desde el intento temprano de encuadre de ciclo, que arranca en 2003 con Néstor Kirchner, enfatizando la concepción Estado-céntrica. Crecimiento económico virtuoso y datos de reducción de pobreza tanto como cantidad de recursos destinada a la inversión social siguen siendo sus pilares máximos. Esta legitimación temprana la sustentó con datos del Banco Mundial, por ejemplo.
Repasó minuciosamente al comienzo -un tanto desordenada al final- los segmentos de su gestión. Fue una rendición de cuentas más acentuada en las políticas universalistas o de grandes destinatarios, tanto como en los datos de producción, consumo y energía. Procrear se llevó los laureles y con este programa linkeó con la clase media.
Retórica racional, extremadamente inventarial para solidificar su "mito de gobierno", ese que la lingüística llama narrativa y los críticos, relato. Y no sólo no fue muy confrontacional, sino que hasta su ironía constante ablandó sus palabras. En su ilustrada retórica la inventarialidad tomó forma de estadísticas, cifras y pesos.
La acostumbrada carga pedagógica se hizo presente -como siempre-, así como la interlocución con sus propios funcionarios y algunos opositores. Y hasta se permitió ser directora de cámaras en varios momentos. Un detalle: las cámaras fueron precisas tanto en qué mostrar como en a quién no mostrar. La lucha por el autoencuadre o la autoadjetivación fue constante.
Lo que más destacó de modo transversal fue el rol de la Argentina en la inserción internacional, especialmente en la política económica o en el desarrollo social comparado. Hitos como YPF o Aerolíneas Argentinas se ganaron los aplausos.
No aparecieron los medios como destinatarios hostiles. Fue implícita la mención de ellos. Los trató de "algunos" (esos que dijeron tal o cual cosa...). "Basta de titulares que desinforman" fue lo más concreto.
No hubo autocrítica de peso. Tampoco la ha practicado antes.
La efusividad oficialista explotó desde la latinoamericanización de su discurso. Con la defensa de los sistemas democráticos se permitió guiños hacia los otros partidos, y aunque habló desde su ideología, no confrontó -al menos explícitamente- con otras ideologías. En esta ocasión, los diferentes, los criticables fueron sectores específicos: los jueces y fiscales, los docentes o sindicalistas de la educación -por su previsible no inicio de clases-, el sector automotor y otros empresarios tildados de especuladores.
"Soy lo que soy/ No quiero piedad/ No busco aplausos", canta Sandra Mihanovich. Quizás los aplausos sí se busquen, pero desde un estilo persistente en esta presidenta. A muchos les gusta, a otros tantos, no. Transformar, porfiar, torcer o modificar la realidad y operar estrategias es su caracterización.
El autor es especialista en comunicación política
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