Un ministro que pasó sin escalas del enojo al triunfalismo
Tomada supo en un acto que no habría paro; "si Moyano avanzaba, no había retorno", confesó
Carlos Tomada de repente empezó a hablar por teléfono con un humor cercano al triunfalismo, en el estacionamiento de la Biblioteca Nacional. Estaba a punto de entrar en otro acto de su agitada campaña porteña, cuando se enteró de la noticia que más esperaba. "¡Me acaban de avisar que Moyano levantó el paro!", le gritó contento a alguien que lo escuchaba del otro lado del teléfono.
El ministro de Trabajo iba y venía entre los autos estacionados, ensimismado en su alegría. Después, durante 15 minutos, se concentró en su conversación telefónica, plagada de confesiones. "Ahora que esto ya pasó tengo tiempo de hablar", le contó a su interlocutor. Aprovechó la intimidad de los jardines, mientras su comitiva miraba de lejos, y admitió lo preocupado que había estado durante todo el día.
"Sabía que Moyano no estaba nada convencido de hacer esto", repitió un par de veces, como si se hubiera sacado un peso de encima. Se lanzó después a una confidencia personal, sin saber que LA NACION lo escuchaba. "Menos mal que salió bien. Si esto avanzaba, no tenía retorno. ¿Cómo se vuelve de algo así?", suspiró. Del otro lado daba la sensación de que alguien hacía preguntas. Tomada analizaba la situación y revelaba que se había movido "todo el Gobierno" para negociar que se suspendiera una huelga que creían inevitable.
El ministro parecía transformado. De repente era la imagen viva de un hombre que, en menos de 10 minutos, pasó de la preocupación y la bronca inocultables a un alivio incontenible y jubiloso.
Apenas un rato antes del anuncio moyanista y de sus confesiones telefónicas, el ministro se había enojado ante LA NACION, después de un acto partidario previo, en el barrio porteño de Palermo.
"¿De Moyano? No, no. No voy a hablar nada sobre eso."
-¿Hay una decisión del Gobierno de mantener silencio?
-¡Qué decisión! ¡Solamente no te quiero hablar!– contestó y se fue apurado por el pasillo del local. Entonces se sorprendió con una cámara de televisión que acababa de prenderse. "¡¿Qué es esto?!", se enojó señalando el aparato, volvió a protestar cuando le hablaron de Moyano, se subió al auto y ordenó la retirada.
En el trayecto entre el local kirchnerista de Palermo y la Biblioteca Nacional, Moyano habló. Y para Tomada cambió el día. Ya había anochecido cuando se enteró de que se levantaba el paro. Cuando bajó del auto en la Biblioteca parecía otro. En ese momento marcó las teclas de su smartphone para hablar con quien sería su confesor.
Habló y habló. Dijo que decisiones como las de Moyano "también las tienen otros sectores, pero parecen más elegantes". Volvió varias veces sobre el peligro que había vivido. "Si esto se rompe, no hay retorno", dijo otra vez. Hasta habló del último acto de la Presidenta en la cancha de Huracán, organizado por los sectores de la izquierda kirchnerista, y se quejó de las disputas con el PJ y el sindicalismo. "Cristina está a 500 kilómetros de todo eso", dijo. En ese momento se dio cuenta de que lo escuchaban. Sorprendido, cortó la comunicación y le habló molesto a su comitiva. "¡Estoy hablando por teléfono y está LA NACION!", protestó. Después se acercó, incómodo.
-Tomada, se lo nota más relajado que hace un rato...
-Para que veas que no cambio, ahora tampoco voy a hablar–, respondió sonriente. "¿Qué opina de la suspensión del paro?", preguntó LA NACION. "Sabía que iba a primar la racionalidad. Pero no quiero hablar", se atajó. Después esperó a estar solo otra vez. Y volvió a hablar por teléfono.
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